Homilía para el Día de los Fieles Difuntos 2014

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Atender al pobre

Difuntos A 14

Este domingo es 2 de noviembre, día de los Fieles Difuntos. Con la Eucaristía pedimos al Señor por su eterno descanso y nos renovamos en nuestra vida cristiana, para seguirnos preparando al encuentro definitivo con Él, cuando nos toque nuestro turno. En el texto del Evangelio, que es la explicación del Juicio Final, están señalados con toda claridad los referentes para la salvación de los discípulos y discípulas de Jesús. Éstos se sintetizan en la atención a los pobres.

Atender al pobre

Textos: Sb 3, 1-9; 1 Jn 3, 141-6; Mt 25, 31-46.

Difuntos A 14

Este domingo es 2 de noviembre, día de los Fieles Difuntos. Con la Eucaristía pedimos al Señor por su eterno descanso y nos renovamos en nuestra vida cristiana, para seguirnos preparando al encuentro definitivo con Él, cuando nos toque nuestro turno. En el texto del Evangelio, que es la explicación del Juicio Final, están señalados con toda claridad los referentes para la salvación de los discípulos y discípulas de Jesús. Éstos se sintetizan en la atención a los pobres.

Pensar en la muerte, no sólo en la de quienes ya la vivieron sino en la nuestra, nos sacude. Pensar en el juicio que viene después, nos tiene que ayudar a convertirnos a los pobres, porque, según escuchamos, de lo que hagamos o dejemos de hacer con ellos depende nuestra salvación. Curiosamente, Jesús no pone como criterios de salvación los rezos, las celebraciones, la religión, la presencia en el templo, los sacramentos. El criterio es la atención al pobre.

A quienes dan de comer al hambriento y de beber al sediento, a quienes hospedan al migrante, visten al desnudo, visitan al enfermo y al preso, les espera la participación en el Reino de Dios en plenitud; más bien, ya entran en el Reino desde su vida mortal. A quienes ignoran a los hambrientos, sedientos, migrantes, desnudos, enfermos y presos, aun viéndolos, les espera la ausencia en el Reino pleno de Dios; es más, desde esta vida se han ido alejando de Él.

Hay una razón de peso en esta decisión: el pobre es presencia sacramental de Jesús. Él quiso quedarse no sólo en la Eucaristía sino también en los pobres. Así lo escuchamos en sus mismas palabras: lo que se hace o deja de hacer a los pobres, se le hace o se le deja de hacer a Jesús. No hay vuelta. Podemos adorarlo en la Eucaristía, dedicarle horas en la oración y contemplación, guardarle todo el respeto posible, pero si ignoramos a los pobres, lo despreciamos a Él.

¿Qué sentido tiene la adoración a Jesús en la Eucaristía si se le abandona en los pobres? ¿No es una incoherencia? ¿Qué sentido tiene acercarnos a comer su Cuerpo y beber su Sangre en la Comunión, si nos alejamos de Él desentendiéndonos de los pobres? Ninguno. Estamos partidos y nos espera el fuego eterno. En cambio, a quienes lo contemplan en la Eucaristía y en los pobres, y lo reciben tanto en la Comunión como en los pobres, les espera la vida eterna.

Para saber si vamos por el camino de la salvación o por el de la perdición, basta con preguntarnos qué hacemos con los borrachitos de nuestra comunidad, con las mamás que no tienen para dar de comer a sus hijos, con los ancianitos abandonados en el último rincón de su casa, con los enfermos desahuciados, con los migrantes centroamericanos que van pasando por nuestra ciudad con el proyecto de llegar al Norte, con los que piden limosna en nuestra puerta…

El punto de referencia para la salvación, según lo que presenta Jesús, no son entonces las prácticas devocionales o ritos litúrgicos sino la vivencia del amor para con los pobres. Esto no lo tenemos que perder de vista en nuestros proyectos de vida personales y en nuestros planes de trabajo comunitarios. ¿Qué lugar ocupan los pobres en nuestros proyectos personales y planes pastorales? ¿Es el mismo de la Eucaristía, de la reflexión bíblica, de los momentos de oración?

Encontrarnos con Jesús en la Eucaristía dominical es mucho más que cumplir con uno de los cinco mandamientos de la Iglesia. Es renovar nuestro compromiso de encontrarnos con Él en la atención a los pobres. No nos quedemos, pues, en la oración por nuestros difuntos –que, por otra parte, no tenemos que dejar de hacerla–. Alimentados por la Comunión sacramental vayamos a atender al pobre y a prepararnos así para el juicio que nos espera después de la muerte.

2 de noviembre de 2014

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