Homilía para el 8º domingo ordinario 2014
Servir a Dios, no al dinero
Textos: Is 49, 14-15; 1 Cor 4, 1-5; Mt 6, 24-34.
Acabamos de escuchar en el texto del Evangelio otra parte del Sermón de la Montaña, con el que Jesús enseña a sus discípulos el camino a seguir en la vida. Hace la invitación a poner toda la confianza en Dios y no en el dinero ni en los bienes materiales. Sus palabras nos ayudan a prepararnos para la Comunión sacramental, pues es un signo de comunión con el proyecto de Jesús de servir a Dios con toda la vida y, al mismo tiempo, una renuncia a servir al dinero.
Servir a Dios, no al dinero
Textos: Is 49, 14-15; 1 Cor 4, 1-5; Mt 6, 24-34.
Acabamos de escuchar en el texto del Evangelio otra parte del Sermón de la Montaña, con el que Jesús enseña a sus discípulos el camino a seguir en la vida. Hace la invitación a poner toda la confianza en Dios y no en el dinero ni en los bienes materiales. Sus palabras nos ayudan a prepararnos para la Comunión sacramental, pues es un signo de comunión con el proyecto de Jesús de servir a Dios con toda la vida y, al mismo tiempo, una renuncia a servir al dinero.
En nuestros días, gran parte de la vida está puesta en el dinero, los bienes materiales, las marcas, la tecnología. Esto lleva a buscar el dinero lo más fácil posible, los bienes que más se puedan tener, las cosas de marca y los aparatos tecnológicos al último grito de la moda. Por otra parte, a Dios, el Padre providente, se le ha relegado; poco o nada aparece en la vida de los bautizados. En su lugar se han puesto el dinero y los bienes, a los que se les dedica la atención.
Ante esto, como bautizados, hay que tener en cuenta la propuesta de Jesús. Dice que no se puede servir a dos amos al mismo tiempo, y señala cuáles: Dios y el dinero. Luego dice la razón: se sirve a uno y se desprecia al otro, se obedece a uno y se ignora al otro. Quiere decir que en la dinámica humana se puede tener en el mismo nivel a Dios y al dinero; o, incluso, darle mayor importancia al dinero que a Dios, a pesar de que se diga que se cree en Él.
Si se tiene en primer lugar a Dios, a Él se le escucha, se le atiende, se le obedece, se le rinde culto. Así vivió Jesús. Ante cada situación, sobre todo en las que se le presentaba la oportunidad de triunfar según la condición humana, escuchaba la voz de su Padre y cumplía su voluntad. Si se tiene en primer lugar al dinero, se le busca, se le atiende, se le obedece, se le rinde culto. Jesús para nada entró en esta dinámica y, por eso, invitó a sus discípulos a optar por Dios.
Enseguida Jesús habló del cuidado que tiene Dios por todos sus hijos. A nadie deja desamparado. Si no se olvida de los pajaritos ni de las flores del campo, que un día viven y otro no, mucho menos se olvidará de las personas. En la primera lectura, el profeta Isaías habla de esta preocupación de Dios por su pueblo. Lo compara con el amor de las mamás: si una mamá no se olvida de ninguno de sus hijos, independientemente de cómo sean, mucho menos Dios.
Jesús invita a poner toda la confianza en Dios. Se trata de una confianza activa, no una confianza pasiva. Esta confianza en Dios, que estuvimos recitando en el Salmo, tiene su punto central en la búsqueda del Reino de Dios y su justicia. Los discípulos y discípulas de Jesús estamos llamados a trabajar a favor del Reino para hacerlo presente en medio del mundo. Por lo tanto, tenemos que vivir la justicia, el perdón, la misericordia, la solidaridad, la hermandad, la paz.
Estamos a punto de iniciar la Cuaresma. Es un tiempo de cuarenta días que se nos ofrece a todos los miembros de la Iglesia para prepararnos a la Pascua. Son varias semanas las que tenemos por delante para repensar nuestra vida, para ver si está orientada hacia el proyecto de Dios que nos pide vivir como hermanos o si está orientada hacia el dinero, que nos pide romper la hermandad con tal de tenerlo para conseguir bienes, cosas de marca o tecnología de punta.
Enseguida vamos a recitar el Credo. Diremos que creemos en Dios. Que sea, pues, una expresión de nuestra opción por Él y su proyecto del Reino, para servirlo. Que sea una manifestación de confianza en su Providencia. Que sea una renuncia a hacer del dinero el centro de nuestra vida y a ponernos a su servicio. Animados por la Palabra y la profesión de fe dispongámonos a renovar la comunión con Dios y con los hermanos, asumida en la Comunión sacramental.
2 de marzo de 2014