Homilía para el 7º domingo ordinario 2020
Crear una cultura de paz
El texto del Evangelio que acabamos de escuchar es continuación del que reflexionamos el domingo anterior. Jesús estaba enseñando a sus discípulos y a la multitud, presentándoles el ideal de vida que Él espera de sus seguidores. Nos viene bien este texto para prepararnos a la Comunión sacramental, y sobre todo teniendo en cuenta el ambiente de violencia, odio, venganzas que se vive en nuestro ambiente: violencia entre grupos del crimen organizado, desapariciones, asesinatos, violencia intrafamiliar, violencia contra las mujeres, los migrantes y los indígenas, homofobia…
Crear una cultura de paz
Textos: Lv 19, 1-2. 17-18; 1 Cor 3, 16-23; Mt 5, 38-48
El texto del Evangelio que acabamos de escuchar es continuación del que reflexionamos el domingo anterior. Jesús estaba enseñando a sus discípulos y a la multitud, presentándoles el ideal de vida que Él espera de sus seguidores. Nos viene bien este texto para prepararnos a la Comunión sacramental, y sobre todo teniendo en cuenta el ambiente de violencia, odio, venganzas que se vive en nuestro ambiente: violencia entre grupos del crimen organizado, desapariciones, asesinatos; violencia intrafamiliar, violencia contra las mujeres, los migrantes y los indígenas, la homofobia…
Jesús presenta el ideal que tiene que orientar a sus discípulos y discípulas: ser perfectos, como su Padre. Lo pide Dios mismo, hablándole a su pueblo por medio de Moisés; espera que los miembros de su pueblo sean santos como Él. De Dios, el salmista canta que es compasivo y misericordioso, lento para enojarse, generoso para perdonar, cura las enfermedades, llena de amor y de ternura a su pueblo. Así quiere que seamos. Es lo mismo que Jesús nos da a entender.
Jesús partió de los mandamientos antiguos y les dio un sentido nuevo. Se trata de ya no devolver mal por mal, como lo permitía la ley del talión: ojo por ojo y diente por diente; me la haces, me la pagas. No hay que devolver mal por mal, ni siquiera al mismo nivel, en la misma magnitud del mal o daño recibido; mucho menos vengarse de más, buscar desquitarse al doble, incluso diciendo: “pero te vas a arrepentir”, “vas a saber quién soy yo”, “quien ríe al último, ríe mejor”, o cosas por el estilo. Tampoco debemos guardar resentimientos o alimentar el odio. Dios pidió a los israelitas, su pueblo, no odiar al hermano ni en lo secreto del corazón. ¿Qué debe hacer el discípulo ante el mal recibido? Para comenzar, perdonar, como hace Dios con quien peca. Y Jesús pide algo más que perdonar: devolver bien por mal, amar a los enemigos, hacer el bien a quienes nos odian, orar por quienes nos levantan falsos. Fue lo mismo que Él hizo después, cuando lo estaban crucificando; pidió a su Padre que los perdonara –¡a los que lo estaban clavando en la cruz!–. Este es el testimonio que debemos dar. Jesús nos pide que metamos en el corazón a nuestros enemigos. Nada más.
La prueba para ver si somos o no discípulos de Jesús es lo que hacemos ante las ofensas recibidas. ¿Cómo reaccionamos? ¿Qué hacemos? ¿Qué cultivamos en nuestro corazón? Una cosa es estar bautizados y otra ser hijos de Dios y discípulos de Jesús. Quien es capaz de perdonar y hacer el bien a los enemigos, a los que le hacen daño, los golpean o les levantan falsos, es hijo de Dios y discípulo de Jesús; quien no perdona ni devuelve bien por mal, no es hijo de Dios ni discípulo de Jesús, aunque esté bautizado, aunque tenga todos sus sacramentos, aunque asista a Misa cada ocho días y comulgue. Jesús nos pide actuar en contra de la lógica del mundo, que cultiva el odio y la venganza.
Otra razón para cuidar y respetar a los demás, para hacerles el bien aunque nos dañen, es que cada persona es un templo de Dios, como dice san Pablo, porque el Espíritu Santo habita en ella.
El ideal que Jesús nos propone es su Padre Dios, que regala el sol y la lluvia para los buenos y malos, para los justos y los injustos; Él es parejo con todos y, aunque no está de acuerdo con el mal, ve por todos. Así tenemos que tirarle a ser nosotros, sus hijos e hijas.
Teniendo en cuenta la cercanía de la Cuaresma, aprovechemos la oportunidad de entrar en proceso de conversión para prepararnos a la Pascua de Jesús. Revisemos nuestro corazón, nuestra vida personal y comunitaria, para descubrir cómo andamos en la relación con los demás y qué vamos a hacer para vivir la hermandad, construir la comunidad y crear una cultura de la paz.
23 de febrero de 2020