Homilía para el 6º domingo ordinario 2020
Libres para cumplir los mandamientos
Los textos que acabamos de escuchar nos ayudan a revisar qué tan libres somos en nuestra vida. Ciertamente Dios nos hizo libres, por lo que la libertad es uno de los derechos humanos. Lo expresa el autor del Eclesiástico: “si tú lo quieres, puedes guardar los mandamientos; permanecer fiel a ellos es cosa tuya”; ante el fuego y el agua, puede uno decidir en dónde meter la mano; ante nosotros están la muerte y la vida, podemos escoger lo que queramos. Dios nos ofrece sus mandamientos, pero no nos obliga a cumplirlos; nos deja en total libertad y eso se lo agradecemos con esta Eucaristía dominical. Además, le pedimos que nos ayude con su Espíritu a cumplir sus mandamientos.
Libres para cumplir los mandamientos
Textos: Eclo 15, 16-21; 1 Cor 2, 6-10; Mt 5, 17-37
Los textos que acabamos de escuchar nos ayudan a revisar qué tan libres somos en nuestra vida. Ciertamente Dios nos hizo libres, por lo que la libertad es uno de los derechos humanos. Lo expresa el autor del Eclesiástico: “si tú lo quieres, puedes guardar los mandamientos; permanecer fiel a ellos es cosa tuya”; ante el fuego y el agua, puede uno decidir en dónde meter la mano; ante nosotros están la muerte y la vida, podemos escoger lo que queramos. Dios nos ofrece sus mandamientos, pero no nos obliga a cumplirlos; nos deja en total libertad y eso se lo agradecemos con esta Eucaristía dominical. Además, le pedimos que nos ayude con su Espíritu a cumplir sus mandamientos.
La libertad tiene un referente, por lo que no se trata de hacer lo que se le antoje a uno; eso es libertinaje. El punto de referencia es la voluntad de Dios. Él nos da sus mandamientos, pero no nos obliga a cumplirlos, ni nos detiene si no los queremos cumplir. La libertad consiste en saber qué le agrada a Dios y eso hacer, y qué no le gusta ni espera de nosotros y no hacer eso. Hay que tener en cuenta que a nadie le ha mandado hacer el mal –ser impío– ni tampoco nos ha dado permiso de pecar; aunque no va a detener a quien decida hacer daño o a quien decida pecar.
En el texto del evangelio encontramos, en palabras de Jesús, la misma indicación. Jesús pide que sus discípulos no nos quedemos en lo mínimo, sino que luchemos por vivir la hermandad incluso en las cosas pequeñas. Nos pide que nuestra justicia sea mayor que la de los escribas y fariseos, es decir, que no nos atengamos a que no matamos, no robamos, no faltamos a los mandamientos. Esto exige de nosotros el ejercicio responsable de la libertad. Lo expresa a partir de tres de los mandamientos que aprendimos en el catecismo: no matar, no cometer adulterio, no jurar en falso.
El hecho de no matar no se reduce a quitarle la vida a otra persona, sino a no enojarse con ella, a no insultar ni despreciar a nadie; para Jesús esto merece la misma pena que asesinar. No caer en el adulterio no se reduce a no tener que ver con otra persona, sino a no mirarla con malos deseos, sea mujer o sea hombre, lo que provoca ya el adulterio. No jurar no se reduce a no hacerlo en el nombre de Dios en vano, sino que Jesús pide no jurar de ninguna manera, ni cuando se trata de salir del paso en un apuro. En estos y en todos los mandamientos tenemos que actuar libremente, asegurando el respeto a la dignidad y derechos de los demás, y buscando vivir en la hermandad.
Por eso, si en la libertad se decidió cometer algún pecado, hacer algún daño, romper la comunión, Jesús propone buscar el acuerdo y la reconciliación. Y la iniciativa la tiene que tomar quien agredió, ofendió o despreció al hermano. Esto es fundamental para poder presentar a Dios la ofrenda. En nuestro caso, tenemos que revisar si en nuestra vida hay personas a las que hemos ofendido, a las que hemos insultado o despreciado, por la razón que sea. Si hay alguien a quien le hemos hecho daño, no tendríamos que estar aquí disponiéndonos a celebrar la Eucaristía; es necesario ir primero a hacer las paces, a vivir la reconciliación, y ya después volver a la celebración.
Así es que hoy le agradecemos a Dios que nos hizo libres y permite que elijamos entre el bien y el mal. Le pedimos junto con el salmista que nuestros pasos se encaminen al cumplimiento de sus mandamientos y que nos favorezca para que vivamos y observemos sus palabras; o sea, le pedimos que nos ayude a vivir nuestra libertad con responsabilidad, para garantizar el respeto a la dignidad y los derechos de las demás personas y, por tanto, la hermandad en nuestra comunidad y el bien común en la sociedad. Dispongámonos, pues, a recibir sacramentalmente a Jesús en la Comunión, para vivir la comunión en la relación con los demás, como Dios espera de nosotros.
15 de febrero de 2020