Homilía para el 6º domingo ordinario 2014
Vivir los mandamientos con libertad
Textos: Eclo 15, 16-21; 1 Cor 2, 6-10; Mt 5, 17-37.
A Jesús lo acusaban de estar en contra de la ley y de violar los mandamientos establecidos en ella. Por eso retoma, en este texto que acabamos de escuchar, su modo de ubicarse ante la ley y, además, plantea lo que espera de sus discípulos. Dios da sus mandamientos para que su pueblo viva en la hermandad, de manera que sea referente para todos los pueblos de la tierra. Dios espera que los miembros de su pueblo vivan sus mandamientos con total libertad.
Vivir los mandamientos con libertad
Textos: Eclo 15, 16-21; 1 Cor 2, 6-10; Mt 5, 17-37.
A Jesús lo acusaban de estar en contra de la ley y de violar los mandamientos establecidos en ella. Por eso retoma, en este texto que acabamos de escuchar, su modo de ubicarse ante la ley y, además, plantea lo que espera de sus discípulos. Dios da sus mandamientos para que su pueblo viva en la hermandad, de manera que sea referente para todos los pueblos de la tierra. Dios espera que los miembros de su pueblo vivan sus mandamientos con total libertad.
Jesús aclaró que no venía para acabar con los mandamientos de Dios sino para darles plenitud y llevarlos a la perfección. Ni tenía contemplado vivir fuera de la hermandad, como Dios la pidió a su pueblo, ni quería que sus discípulos aprendieran a desobedecer a Dios. Más bien, Él vivió obediente a su Padre hasta la cruz y eso enseñó a sus discípulos, para que caminaran como hijos de Dios. Les pidió cumplir y enseñar a cumplir los mandamientos, basados en el amor.
El cumplimiento de los mandamientos debe ser de manera libre. Ciertamente son mandatos, pero Dios a nadie obliga a cumplirlos, como escuchamos en la primera lectura. Él pone ante el hombre la muerte y la vida y el hombre tiene que elegir. Así hizo con nuestros primeros padres: les pidió que no comieran del árbol de la ciencia del bien y del mal, pero los dejó libres. Ellos decidieron comer los frutos de ese árbol y Dios respetó su libertad. Así es con nosotros.
Ejercer la libertad no es hacer lo que uno quiere, lo que a uno se le antoja, así a secas, aunque lo puede hacer. En el caso de los mandamientos de Dios, para nosotros hay un criterio, que fue el que siguió Jesús en su vida y ministerio: el amor. Para decidir si cumplir o no los mandatos de Dios, nuestro referente no es la ley a secas, cumplir por cumplir, sino que es el amor y el respeto a la persona. Esto implica discernir y tomar una decisión, y sostenerse en ella.
Los criterios del amor y el respeto a la persona los pone Jesús. Él nos indica cómo ser obedientes a Dios. Su manera de vivir los mandamientos llega a la plenitud, respetando a la persona y viviendo en el amor. No basta con no matar físicamente, no ser adúlteros y no jurar en falso. Es necesario hacer mucho más: no enojarse con el hermano ni insultarlo ni despreciarlo; no mirar con malos deseos a otro hombre u otra mujer, no jurar de ninguna manera.
Además es necesario saber reconciliarse con el hermano. Esto es algo que nos falta cultivar mucho en nuestra vida personal, en la vida de las familias, entre esposos, con los vecinos o compañeros de trabajo. Jesús no solamente dice que vivamos la reconciliación, pide que seamos los que tomemos la iniciativa de hacer las paces con quienes tenemos o hemos tenido desavenencias. Esto implica la sencillez, el discernimiento, tomar la decisión, ejercer la libertad.
Este modo de vivir los mandamientos es lo que hace aparecer con claridad quién es y quién no discípulo de Jesús. Aquí es donde se prueba la calidad de los bautizados. Esto lo debemos reflexionar y decidir con plena libertad. Podemos elegir entre matar y respetar, entre ofender y tolerar, entre despreciar y valorar, entre mirar con malos ojos a otra persona o valorarla en su dignidad, entre hacer juramentos o cumplir lo que prometemos. El Señor nos deja libres.
Con la Misa de este domingo le agradecemos a Dios la enseñanza de Jesús. Le pedimos que sepamos asumir sus mandamientos con total libertad, guiándonos con el criterio del amor. Antes de ofrecer el sacrificio de la Eucaristía es necesario reconciliarnos con el hermano con quien nos hemos distanciado. Alimentados con el Cuerpo y la Sangre de Jesús, vayamos a vivir la obediencia a Dios, cumpliendo y enseñando a cumplir sus mandatos, como nos pide y lo espera Jesús.
16 de febrero de 2014