Homilía para el 5º domingo ordinario 2018
Encontrarnos con Jesús para servir
Este domingo los textos de la Palabra de Dios nos ayudan a volver sobre algo que es central en la vida de los bautizados: el servicio. La reflexión sobre esta dimensión de nuestra vida personal y de Iglesia nos preparará para recibir a Jesús en la Comunión y para regresar a nuestra vida ordinaria de la semana a vivir el servicio.
Encontrarnos con Jesús para servir
Textos: Jb 7, 1-4. 6-7; 1 Cor 9, 16-19. 22-23; Mc 1, 29-39
Este domingo los textos de la Palabra de Dios nos ayudan a volver sobre algo que es central en la vida de los bautizados: el servicio. La reflexión sobre esta dimensión de nuestra vida personal y de Iglesia nos preparará para recibir a Jesús en la Comunión y para regresar a nuestra vida ordinaria de la semana a vivir el servicio.
Servir es ayudar, colaborar, tender la mano, sobre todo en la necesidad y sin esperar nada a cambio. Así vivían Jesús y san Pablo, con la conciencia de que esa era su obligación. Después de estar en la sinagoga, predicando la Palabra y curando enfermos, Jesús fue a casa de Simón y Andrés, acompañado por Santiago y Juan. Se encontró con que la suegra de Simón estaba enferma.
Dice san Marcos que estaba encamada y con fiebre. Quiere decir que sí estaba mala, porque es difícil que estando enferma una mujer deje de hacer su quehacer o de ir a trabajar y se acueste. En esto los varones somos más llorones; con una gripa ya nos sentimos morir, nos acostamos y ya no queremos hacer lo del día. Eso es algo que tenemos que reconocer y valorar de las mujeres. Jesús hizo tres cosas con ella: se le acercó, la tomó de la mano y la levantó. Eso debemos hacer nosotros ante las situaciones de pobreza y sufrimiento de los demás: acercarnos, tomar de la mano y levantar. La señora quedó curada y se puso a servirles.
El encuentro con Jesús la llevó a seguir sirviendo. Nosotros nos encontramos continuamente con Jesús, como hoy domingo en la Eucaristía; lo escuchamos en el Evangelio, no sólo dentro de las celebraciones sino también en las reuniones de la comunidad; nos encontramos con Él en la oración, en las asambleas de la comunidad y en los pobres. Nos tendríamos que hacer como la suegra de Pedro: después del encuentro con Jesús, seguir en el servicio a los demás.
Al final de la jornada, a Jesús le llevaron muchos enfermos y poseídos por el demonio. Los curó, los liberó, les dio una vida nueva. Jesús continuó sirviendo, incluso con el peso de la jornada, que ya estaba terminando. Así era su vida todos los días. No ponía pretextos para ayudar, para tender la mano, para luchar contra el mal, para dar una vida nueva; no esperaba ni pedía agradecimientos a cambio, mucho menos dinero, como hacemos muchos de nosotros. Simplemente servía, tanto con la predicación como con las curaciones.
Cuando lo fueron a buscar al día siguiente, Jesús ya no estaba en la casa. Se había ido a un lugar solitario para orar, para encontrarse con su Padre, para encomendarse a Él y tomar fuerzas para vivir el día sirviendo. Allí, cuando le dijeron que todos lo andaban buscando, Él manifestó su conciencia de servidor. Les dijo que había que ir a otros pueblos a predicar el Evangelio, porque para eso había sido enviado. Su servicio consistía en predicar el Evangelio, anunciar y hacer presente el Reino de Dios, curar, consolar, tender la mano, levantar, liberar.
Nosotros participamos de esa misma misión por ser bautizados. Nuestra obligación es servir, llevar el Evangelio a los demás, acercarnos a los alejados, tender la mano a los sufrientes, levantar a los caídos. Podemos decir junto con Pablo: ¡Ay de mí si no vivo sirviendo!, así como él lo decía del anuncio del Evangelio. Que esta celebración nos ayude a fortalecer la conciencia de nuestro ser servidores como Jesús. Que, alimentados por su Cuerpo y Sangre, vayamos a la familia, a la comunidad, al trabajo, a la escuela, a vivir sirviendo y dando vida a los demás, especialmente a los pobres y alejados. Preparémonos para recibir a Jesús en la Comunión.
4 de febrero de 2018