Homilía para el 4º domingo ordinario 2013
Profeta admirado y rechazado
Textos: Jr 1, 4-5. 17-19; 1 Cor 12, 31-13, 13; Lc 4, 21-30.
Hace ocho días escuchamos el anuncio de la misión de Jesús. Ésta está resumida en la frase que se proclamó en la aclamación antes del Evangelio: “llevar a los pobres la buena nueva y anunciar la liberación a los cautivos” (Lc 4, 18). Hoy san Lucas nos ofrece lo que sucedió en la sinagoga de Nazaret después de ese anuncio. Primero fue la admiración de sus paisanos, luego siguió la incertidumbre –“¿No es éste el hijo de José?” (v. 22)– y, finalmente, vino el rechazo.
Profeta admirado y rechazado
Textos: Jr 1, 4-5. 17-19; 1 Cor 12, 31-13, 13; Lc 4, 21-30.
Hace ocho días escuchamos el anuncio de la misión de Jesús. Ésta está resumida en la frase que se proclamó en la aclamación antes del Evangelio: “llevar a los pobres la buena nueva y anunciar la liberación a los cautivos” (Lc 4, 18). Hoy san Lucas nos ofrece lo que sucedió en la sinagoga de Nazaret después de ese anuncio. Primero fue la admiración de sus paisanos, luego siguió la incertidumbre –“¿No es éste el hijo de José?” (v. 22)– y, finalmente, vino el rechazo.
La aceptación y el rechazo experimentados por Jesús son comunes a los profetas. A Jeremías, consagrado por Dios para ser profeta, Dios mismo lo previno en relación a lo que le sucedería. Dios le dijo que le harían la guerra, pero al mismo tiempo le manifestó que lo acompañaría en su misión. A Jesús, que se reconoció profeta, la sucedió lo mismo. Esto tiene mucho que decirnos a nosotros, pues por el Bautismo fuimos constituidos profetas como Jesús.
El profeta recibe una misión pero también un estilo de vida, que culmina generalmente en el sufrimiento, porque con sus palabras molesta a quienes cometen injusticias. Jesús anunció que vino para traer buenas nuevas a los pobres y liberar a los cautivos. No se refería solamente a los judíos, sino a toda la humanidad. Por eso, cuando le pidieron que hiciera milagros como los realizados en Cafarnaúm, les recordó lo que sucedió con los profetas Elías y Eliseo.
Elías fue escuchado por una viuda de Sarepta. Ella no era judía, por lo tanto entraba en el mundo de los paganos y para los judíos no tendría derecho a la salvación. Eliseo fue escuchado por un soldado sirio, Naamán. Él se bañó en el río Jordán para curarse de su lepra, como se lo pidió el profeta. Otro pagano, además impuro por la lepra. Con esto Jesús les quiso decir que era difícil que ellos, que eran judíos, aceptaran su mensaje, y que los paganos sí lo harían.
De ahí vino la reacción. De expresarle admiración y reconocimiento por su sabiduría, pasaron a la decisión de darle muerte. Como profeta, Jesús mostró su confianza en Dios y continuó con su misión. Nosotros fuimos consagrados profetas en el Bautismo. Hoy podemos pensar en lo que estamos haciendo para cumplir esta misión. ¿Anunciamos la Palabra de Dios? ¿O quizá no tenemos conciencia de esto? ¿O no lo hacemos por miedo a los problemas que se vienen?
El profeta no se debe quedar en el anuncio verbal de la Palabra. También tiene que vivir en el amor. Sin el amor, el anuncio del Evangelio queda hueco. De ahí la importancia de ser, como nos dice san Pablo, comprensivos y serviciales; quien vive amando no es envidioso, presumido ni soberbio, no se enoja ni guarda rencor, no se alegra con las injusticias sino que goza con la verdad, disculpa, confía, espera y tolera sin límites. Así vivió Jesús su misión y eso nos enseña.
Por otra parte podemos reflexionar en nuestra manera de recibir la Palabra de Dios, que nos ofrecen otras personas: vecinos, familiares o compañeros de trabajo. Quienes dan este servicio en las comunidades lo hacen en su condición de profetas. ¿Aceptamos su servicio o nos hacemos como los paisanos de Jesús, que admiramos lo que hacen y luego les ponemos peros y hasta terminamos agrediéndolos? Es una reflexión que nos podemos hacer este domingo.
Hoy nos encontraremos con este mismo Jesús, profeta admirado y rechazado; nada más que lo haremos de manera sacramental en la Comunión. Esto nos compromete a dos cosas: una, asumir comprometidamente nuestro ser profetas y, por tanto, colaborar en la tarea de la evangelización en la comunidad, aunque por eso tengamos dificultades; otra, aceptar el anuncio de la Palabra de Dios que, en su condición de profetas, otros hermanos y hermanas nos hacen.
3 de febrero de 2013