Homilía para el 4º domingo de Cuaresma 2019

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Regresar al Padre
Nos hemos reunido para celebrar una fiesta: la Eucaristía. Lo hacemos, como cada domingo, para agradecer a Dios nuestro Padre la Resurrección de Jesús, su Hijo. La Eucaristía es un banquete de pecadores, no de puros y perfectos, sino de hijos e hijas que, por el pecado, nos hemos alejado de Dios y que hemos sido recibidos por Él. Dios es un Padre misericordioso, como lo describe Jesús en el texto del Evangelio que acabamos de escuchar.

Regresar al Padre

Textos: Jos 5, 9. 10-12; 2 Cor 5, 17-21; Lc 15, 1-3. 11-32

Nos hemos reunido para celebrar una fiesta: la Eucaristía. Lo hacemos, como cada domingo, para agradecer a Dios nuestro Padre la Resurrección de Jesús, su Hijo. La Eucaristía es un banquete de pecadores, no de puros y perfectos, sino de hijos e hijas que, por el pecado, nos hemos alejado de Dios y que hemos sido recibidos por Él. Dios es un Padre misericordioso, como lo describe Jesús en el texto del Evangelio que acabamos de escuchar.

Dios nos creó libres y se lo agradecemos. Y en nuestra libertad, personalmente, como Iglesia, como humanidad, muchas veces decidimos alejarnos de Él y abusamos de personas, situaciones, recursos, hasta acabarnos todo lo que nos encomendó para que viviéramos con dignidad. A esa ruptura le llamamos pecado. A pesar de esto, Dios no deja de querernos, porque no dejamos de ser sus hijos e hijas. Aunque vivamos alejados de Dios haciendo lo que se nos antoje, no dejamos de ser hijos e hijas de Él. Así le sucedió al hijo menor. Para su papá nunca perdió su dignidad de hijo.

Jesús dijo esta parábola porque muchos escribas y fariseos lo criticaban por convivir y compartir la mesa con publicanos y pecadores. Ellos se sentían buenos, puros y perfectos, como el hijo mayor de la parábola, y, además, con derecho a condenar a quienes consideraban malos y pecadores. También criticaban a personas que, como Jesús, convivían con imperfectos, impuros, pecadores. Todavía más, le reclamaban a Dios que tan fácilmente perdone a sus hijos pecadores. Si ponemos atención, muchos bautizados, muchos católicos, somos así: nos sentimos buenos, puros, cumplidos, perfectos, sin fallas; nos fijamos en los pecados de los demás, los criticamos por su estilo de vida, los condenamos porque se equivocaron, los señalamos en la comunidad.

Pero, Jesús vino a ofrecer el rostro misericordioso de su Padre, a revelarnos el amor de Dios hacia todos los humanos, a decirnos que está siempre esperando el regreso de sus hijos caídos en el pecado para besarlos, abrazarlos, recibirlos, rehacerlos, pues nunca dejan de ser sus hijos e hijas, nunca se salen de su corazón, nunca los pierde. Esto lo tenemos que reconocer y aprovechar hoy. Pero, para esto es necesario reconocer nuestra lejanía de Dios, nuestra condición de pecadores, nuestras situaciones de pecado: personales, comunitarias, sociales y ecológicas, y tomar la decisión de volver al Padre, con la cola entre las patas, dispuestos a no ser recibidos como hijos. En la vida ordinaria, a los miembros de la Iglesia nos hace falta mucho vivir esta experiencia del hijo menor de la parábola. Somos orgullosos, duros de corazón, insensibles a nuestra propia situación de pecado, estamos acostumbrados y no nos duele ya vivir en el pecado, ni en el personal ni en el social.

La Cuaresma es tiempo de volver a Dios. Cada año, con mucha insistencia se nos recuerda que somos pecadores, que estamos hechos de polvo, pero no para saberlo –ya lo sabemos y lo decimos continuamente–, sino para tomar la decisión de convertirnos, de reconocer el fondo en el que estamos, de experimentar la ausencia de Dios –no porque Él nos haya abandonado, sino porque nosotros decidimos alejarnos de Él–. Se nos invita a hacer lo mismo que el hijo pródigo, que estaba solo, en un país extranjero, hambriento, apestoso a puerco, con la añoranza de estar con su papá.

Decidámonos a regresar al Padre, a reencontrarnos con Él, a experimentar su perdón, a ser reintegrados en la vida de hijos e hijas, a volver a la comunidad. Aprovechemos lo que queda de la Cuaresma para dar este paso y estar bien preparados para la celebración de la Pascua de Jesús. Celebremos juntos esta Eucaristía, banquete de pecadores dispuestos a reencontrarnos con Dios.

31 de marzo de 2019

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