Homilía para el 4º domingo de Adviento 2020
Casas al servicio de Dios
En nuestro camino de preparación para la Navidad, hoy surge la figura de María de Nazaret, esposa de José y llena de gracia ante Dios. Ella fue llamada para ser la madre del Hijo de Dios, el Mesías, y se puso al servicio de Dios como su esclava.
Casas al servicio de Dios
Textos: 2Sam 7,1-5.8-12.14-16; Rm 16,25-27; Lc 1,26-38
En nuestro camino de preparación para la Navidad, hoy surge la figura de María de Nazaret, esposa de José y llena de gracia ante Dios. Ella fue llamada para ser la madre del Hijo de Dios, el Mesías, y se puso al servicio de Dios como su esclava. Volver sobre su testimonio de respuesta al llamado, nos ayuda a disponernos para recibir a su Hijo en la Comunión.
Dios quiso vivir en medio de su pueblo. Desde que sacó a los israelitas de la esclavitud en Egipto, caminó junto con ellos por el desierto en una tienda de campaña hasta hacerlos entrar en la tierra prometida. En la primera lectura, escuchamos cómo al rey David le pareció poco que Dios estuviera en una tienda de campaña, mientras que él vivía en un palacio lujoso, por lo que pensó en construirle un templo. El mensaje que le envió a David a través del profeta Natán fue claro: Dios no ocupa casas materiales, mucho menos llenas de lujo; solamente desea vivir en las personas y estar en medio de su pueblo. Incluso prometió darle una dinastía, permanecer en su descendencia como padre, consolidar su reino, cuidar y defender a su pueblo, mantener estable su trono. No ocupa templos materiales.
Para estar todavía más dentro de la vida de su pueblo, Dios decidió hacerse humano como nosotros, asumir nuestra propia condición frágil, débil, orientada hacia la muerte. Para esto, eligió a María de Nazaret, a quien vio llena de gracia y con quien Él mismo estaba, según se lo expresó el ángel Gabriel. La llamó para que concibiera y diera a luz a su Hijo. Este Hijo era el descendiente prometido al rey David. De este Hijo, que María estaba por concebir, Gabriel dijo que se llamaría Jesús, Hijo del Altísimo, Santo, Hijo de Dios.
María aceptó el proyecto de Dios y se comprometió a recibir como Hijo suyo al Hijo de Dios. De ahí la respuesta que le dio al ángel: “Yo soy la esclava del Señor; cúmplase en mí lo que me has dicho”. En el momento de expresar su respuesta, ella se convirtió en casa de Dios. Dios tomó nuestra carne en el vientre de la Virgen para habitar entre nosotros. Dios se abajó hasta nuestra condición para salvarnos, por lo que hoy le damos gracias.
Al aceptar la propuesta de Dios, María se convirtió en casa de servicio. La casa de Dios —es decir, su corazón y su vientre, toda su persona—, estuvieron puestos totalmente al servicio del mismo Señor, al servicio de su Hijo y al servicio de la humanidad. Este testimonio de María, que le agradecemos a Dios con la Eucaristía dominical, nos indica que nuestra posición en relación a Dios debe ser de servidores. Personalmente cada quien debe ser un esclavo del Señor; y como comunidad, sea en los barrios sea a nivel parroquial, debemos ser Iglesia servidora. Su testimonio también nos cuestiona, porque siendo templos vivos de Dios desde el Bautismo, poco o nada vivimos como servidores, y estamos llamados a ser casas en las que habita el Señor, casas que están al servicio de Dios y de los demás.
Dispongámonos a recibir sacramentalmente al Hijo de Dios en la Comunión. Es el mismo Hijo de Dios que se encarnó en el vientre de la Virgen María para vivir con nosotros y que espera ser recibido por nosotros. Al recibirlo y llevarlo con nosotros, como casas en las que pone su morada, convirtámonos en personas y comunidades servidoras.
20 de diciembre de 2020