Homilía para el 4° domingo de Adviento 2018

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Dos mujeres de fe

Hoy es el cuarto domingo de Adviento, el último antes de la Navidad. Acabamos de escuchar el Evangelio, que nos ofrece el testimonio de fe de dos mujeres: María e Isabel. Las dos esperaban al Mesías, las dos estaban llenas del Espíritu Santo, las dos estaban esperando un hijo. Isabel llevaba seis meses de embarazo, María estaba comenzando el suyo. A las dos las había elegido el Señor para realizar su plan de salvación: a Isabel en la ancianidad, a María en la adolescencia. Ambas aceptaron la propuesta y la acción de Dios en su vida. Damos gracias al Señor por su testimonio.

Dos mujeres de fe

Textos: Miq 5, 1-4; Hb 10, 5-10; Lc 1, 39-45

Hoy es el cuarto domingo de Adviento, el último antes de la Navidad. Acabamos de escuchar el Evangelio, que nos ofrece el testimonio de fe de dos mujeres: María e Isabel. Las dos esperaban al Mesías, las dos estaban llenas del Espíritu Santo, las dos estaban esperando un hijo. Isabel llevaba seis meses de embarazo, María estaba comenzando el suyo. A las dos las había elegido el Señor para realizar su plan de salvación: a Isabel en la ancianidad, a María en la adolescencia. Ambas aceptaron la propuesta y la acción de Dios en su vida. Damos gracias al Señor por su testimonio.

María fue a las montañas de Judea a visitar a su prima Isabel. No fue a estar sentada, a que la sirvieran, a ser homenajeada como reina; fue a servir, a tender la mano, a ayudar en la necesidad. Isabel estaba ancianita, con un niño en sus entrañas y era su primer embarazo; las tres cosas eran razones suficientes para que se le ayudara. María, sabiendo de la situación, dejó su casa y fue hasta la casa de Isabel y Zacarías para ayudarlos. Pero también llevaba en su vientre al Hijo de Dios.

El testimonio de la Virgen nos ayuda a revisar nuestra vida, sobre todo de frente a la Navidad. Nos enseña a servir en la necesidad, a llevar a Jesús, a provocar la alegría. No sólo fue a servir, sino que, como escuchamos, al llegar y saludar, el niño que Isabel estaba esperando dio saltos de alegría por la presencia del Salvador. ¿Tenemos a Jesús en nuestro interior? ¿Qué tanto servimos, qué tanto llevamos a Jesús a los demás, qué tanto provocamos la alegría con nuestra presencia?

Isabel se llenó del Espíritu Santo, dice san Lucas. Era el mismo Espíritu que llenó a María antes de recibir en su vientre al Hijo de Dios. El Espíritu hizo que Isabel comenzara a bendecir a Dios, a María y al Niño que ella llevaba en su seno. Además, reconoció en su prima de Nazaret a la madre del Señor, a la que le creyó a Dios, y por eso la llamó dichosa.

¡Cómo nos falta dejar que el Espíritu Santo, que nos inundó desde el momento de ser bautizados, nos lleve a bendecir a Dios, a valorar y bendecir a las mujeres, a reconocer la fe de los sencillos, a proclamar la acción de Dios en los pobres! Todo esto nos enseña Isabel. En general nos dejamos conducir por el espíritu del mal; por eso maldecimos a los demás e, incluso, hasta a Dios; desvaloramos a las mujeres y abusamos de ellas, ignoramos la fe de los sencillos o nos burlamos de ellos, apagamos la acción de Dios en los pobres. Hoy debemos reconocer que nos falta mucho para ser espirituales, es decir, para hacer nuestra vida personal y comunitaria dejándonos conducir por el Espíritu de Dios, quien condujo a María, a José, a Isabel, a su esposo Zacarías y al mismo Jesús.

Continuemos nuestra preparación para celebrar el nacimiento de Jesús. Asumamos el estilo de vida de María y de Isabel. Renovemos nuestro compromiso bautismal de ser servidores, personas de fe, abiertas al proyecto de salvación de Dios; dejémonos conducir por el Espíritu Santo, llevemos la alegría a la familia, a la comunidad y a la sociedad, bendigamos y no maldigamos a las personas, valoremos a las mujeres y aprendamos de los pobres a vivir la fe.

Vamos a recibir a Jesús, el Hijo que María llevaba en su vientre cuando fue a servir a Isabel. Nosotros lo haremos de manera sacramental en la Comunión. Este alimento nos fortalece para sostenernos en nuestra fe, para vivir sirviendo, para comunicar el Evangelio, para llevar la alegría. Preparémonos a recibirlo, tanto hoy como el 25. Que nuestro corazón salte de alegría por su presencia entre nosotros y que, llenos de su Espíritu, salgamos a bendecir a Dios, a María y a los hermanos, especialmente a los pobres de nuestra comunidad.

23 de diciembre de 2018

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