Homilía para el 3er domingo de Pascua 2018

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Enviados a ser testigos

Pascua3 B 18

San Lucas nos narra el primer encuentro de Jesús resucitado con la comunidad el mismo día de la Resurrección. Los discípulos de Emaús, que ya habían vivido su primera experiencia de encuentro con Jesús, se la estaban compartiendo a los demás. Ellos estaban convencidos y dando testimonio del Resucitado, pero después de hacer su proceso de fe. Ahora tocaba al resto de discípulos y discípulas vivir su propia experiencia, para convencerse y convertirse también en testigos del acontecimiento central de nuestra fe. Para eso, Jesús se hizo presente en medio de ellos.

Enviados a ser testigos

Textos: Hch 3, 1-15. 17-19; 1 Jn 2, 1-5; Lc 24, 35-48

Pascua3 B 18

San Lucas nos narra el primer encuentro de Jesús resucitado con la comunidad el mismo día de la Resurrección. Los discípulos de Emaús, que ya habían vivido su primera experiencia de encuentro con Jesús, se la estaban compartiendo a los demás. Ellos estaban convencidos y dando testimonio del Resucitado, pero después de hacer su proceso de fe. Ahora tocaba al resto de discípulos y discípulas vivir su propia experiencia, para convencerse y convertirse también en testigos del acontecimiento central de nuestra fe. Para eso, Jesús se hizo presente en medio de ellos.

Lo primero que hizo fue desearles la paz. Esa misma en que Él estaba después de haber cumplido su misión, la paz que ellos necesitaban para asimilar su muerte y sepultura. Es la paz que necesitamos y anhelamos en nuestros días, ante la pobreza de las familias, la carestía de la vida, la violencia, el maltrato de la naturaleza, las guerras, los robos. A pesar de que Jesús les transmitió la paz, ellos se asustaron. No lo esperaban y pensaron que era una aparición.

Entonces comenzó a conducirlos en su proceso de fe, como lo había hecho horas antes con los discípulos de Emaús. Los tranquilizó, les dijo que no temieran porque era Él, que no se espantaran ni dudaran. Los invitó a tocar sus manos y sus pies llagados. Incluso les pidió de comer. Su voz, sus llagas, sus llamadas de atención que eran familiares, fueron las pruebas que les ofreció para que se convencieran de que no era un fantasma sino el mismo que había muerto en la cruz y había sido sepultado. Ocupaban convencerse de que el Crucificado había resucitado, porque de Él debían dar testimonio. Esto nos falta también a nosotros: convencernos y dar testimonio de Él.

Primero fueron los signos visibles y luego les recordó lo que la Palabra de Dios ya anunciaba: que tenía que padecer, morir y resucitar al tercer día. También les abrió el entendimiento y les explicó lo que dijeron Moisés, los profetas y los salmos de Él, como había hecho con los de Emaús. Nosotros tenemos que acercarnos mucho más a la Palabra de Dios, que tiene como centro a la persona de Jesús. Esta es una carencia en nuestra práctica ordinaria, pues muy poco se lee y medita la Biblia en las familias y en los barrios de nuestra comunidad parroquial. Hoy le pedimos a Dios que nos abra el entendimiento para buscar, comprender y llevar a la práctica su Palabra.

Pero, además de traerles a la memoria lo que decían las Escrituras sobre su Muerte y Resurrección, Jesús los envió a la misión, al recordarles que el Antiguo Testamento también hablaba de que en su nombre se debía predicar la conversión y el perdón de los pecados. Y terminó diciéndoles que ellos eran testigos de todo aquello, es decir, de que lo que estaba escrito de Él se había cumplido al pie de la letra. Al igual que sucedió con los discípulos de Emaús, los demás se convirtieron en testigos de Jesús. Hoy Jesús nos recuerda lo mismo: que somos sus testigos.

En esta Asamblea dominical, Jesús nos dice que no es un fantasma que asusta sino el mismo que murió crucificado. Nos pide que lo reconozcamos en sus huellas, es decir, en los pobres, enfermos, migrantes, madres solteras o abandonadas con sus hijos, ancianos, borrachitos… Nos hace tomar conciencia de que tenemos que encontrarnos con la Palabra escrita de Dios en la Biblia, para comprender e iluminar nuestra vida. Come con nosotros; es más, se nos da como alimento, pues nos ofrece su Cuerpo y su Sangre. Por último, nos vuelve a enviar a la misión como testigos de su Muerte y Resurrección. Pidamos a Dios que todo esto se fortalezca en la Asamblea Diocesana que tendremos a la mitad de la semana, para la evaluación del Plan Diocesano.

15 de abril de 2018

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