Homilía para el 3er domingo de Pascua 2014
Un nuevo Emaús hoy
Estamos reunidos para celebrar el Misterio Pascual de Cristo, como hacemos cada ocho días. Hoy nos encontramos con Jesús que se une a nuestro caminar, nos habla, nos hace arder el corazón, se queda entre nosotros, nos parte el Pan, nos abre los ojos y nos hace ponernos en camino para ir a la misión; es decir, estamos viviendo de nuevo la experiencia de Emaús que nos narra el texto del Evangelio. Esto es algo que necesitamos actualizarlo todos los días.
Un nuevo Emaús hoy
Textos: Hch 2, 14. 22-33; 1 Pe 1, 17-21; Lc 24, 13-35.
Estamos reunidos para celebrar el Misterio Pascual de Cristo, como hacemos cada ocho días. Hoy nos encontramos con Jesús que se une a nuestro caminar, nos habla, nos hace arder el corazón, se queda entre nosotros, nos parte el Pan, nos abre los ojos y nos hace ponernos en camino para ir a la misión; es decir, estamos viviendo de nuevo la experiencia de Emaús que nos narra el texto del Evangelio. Esto es algo que necesitamos actualizarlo todos los días.
A la celebración dominical llegamos cargados de problemas y angustias. Cada quien trae sus situaciones. Algunas son personales, como una enfermedad o un problema; otras son familiares, como las desavenencias, los conflictos, la violencia, la droga o el alcohol de alguno o algunos de sus miembros; otras son comunitarias, como las relaciones agresivas entre vecinos o no lograr reunir a los vecinos para reflexionar la Palabra. En el trabajo también hay muchos problemas.
En estas situaciones frecuentemente nos sucede lo mismo que a los discípulos de Emaús. Ellos iban de regreso a su pueblo desanimados, desilusionados de Jesús, en quien tenían su única esperanza de salvación; caminaban lamentándose y prácticamente despidiéndose de la experiencia de seguimiento a Jesús. Así nos pasa a nosotros. Pero, aunque seguido no lo reconocemos en estas situaciones, Jesús camina a nuestro lado, va con nosotros, nos escucha.
Jesús pregunta qué pasa, por qué tanta tristeza y desánimo. Nos deja que le platiquemos. Es necesario aprender a abrirnos con Él y comentarle todas nuestras situaciones y sentimientos. No sólo escucha sino que dice su Palabra, como a Cleofás y su acompañante. Cada domingo lo escuchamos en el Evangelio. Ahí nos habla, nos ayuda a entender la vida, nos ilumina el camino. Hace que nuestro corazón arda, se comience a consolar y a revivir. Pero hay que escucharlo.
La escucha de la Palabra es algo central en la experiencia cristiana y está faltando en la vida personal, en las familias y comunidades. Aunque estamos bautizados, nos confesamos creyentes en Jesús; sin embargo, muy poco nos acercamos a la Palabra. Y esto nos hace perder el rumbo en la vida, nos hace desanimarnos y perder la esperanza ante los problemas. Los hermanos protestantes nos dan ejemplo en esto de dedicar tiempo a la Biblia. Hay que aprender de ellos.
La Palabra nos prepara al encuentro sacramental con Jesús. Los discípulos de Emaús, ya consolados y reanimados por las palabras que Jesús les dijo mientras iban de camino, sentían arder su corazón. Eso hace la Palabra de Dios en quienes la escuchan. Como que se estaban disponiendo a reconocer al extraño, al que ignoraba lo que había pasado en Jerusalén, al compañero de camino. Lo invitaron a quedarse con ellos para cenar y pasar la noche; y Él aceptó.
Jesús se une a nuestro caminar de todos los días, nos escucha en todas nuestras situaciones, nos ofrece su mensaje, decide quedarse con nosotros, como sucedió aquella tarde. En estos encuentros dominicales Jesús toma el pan, pronuncia la bendición, lo parte y lo distribuye. Aunque uno como presbítero diga las palabras, Él es quien las pronuncia –nosotros somos solamente instrumentos– y se queda en el Pan y el Vino. Dispongámonos a recibirlo en este encuentro.
Jesús viene y se queda hoy con sus discípulos, al igual que aquel día de la Resurrección. Él devuelve la alegría y provoca que se abran los ojos de la fe para reconocerlo, no solamente en el Pan consagrado sino en el hermano que sufre por nuestros caminos, en la Palabra de Dios que se proclama, en el migrante que no tiene donde pasar la noche. Lo recibimos pero no para quedarnos encerrados sino para salir a la misión. Vayamos a vivir un nuevo Emaús.
4 de mayo de 2014