Homilía para el 3er domingo de Adviento 2012
Alegría y conversión
Textos: Sof 3, 14-18; Flp 4, 4-7; Lc 3, 10-18.
En este domingo se nos invita a la alegría. El motivo para alegrarnos en estos días es la cercanía de la Navidad; hoy se inicia el novenario de preparación que llamamos Posadas. Otro motivo que tenemos hoy es la presencia de Cristo resucitado en medio de su comunidad, reunida para la celebración de la Eucaristía. Siempre que se acerca una situación de paz, de gozo, de vida mejor, nos alegramos. La alegría tiene que ser signo y consecuencia de nuestra conversión.
Alegría y conversión
Textos: Sof 3, 14-18; Flp 4, 4-7; Lc 3, 10-18.
En este domingo se nos invita a la alegría. El motivo para alegrarnos en estos días es la cercanía de la Navidad; hoy se inicia el novenario de preparación que llamamos Posadas. Otro motivo que tenemos hoy es la presencia de Cristo resucitado en medio de su comunidad, reunida para la celebración de la Eucaristía. Siempre que se acerca una situación de paz, de gozo, de vida mejor, nos alegramos. La alegría tiene que ser signo y consecuencia de nuestra conversión.
Los textos proclamados nos insisten en esa actitud que brota desde el fondo del corazón. Dicen: canta, da gritos de júbilo, gózate, regocíjate de todo corazón; alégrense. Dios no quiere ver a su pueblo sufriendo, angustiado, sin esperanza. Al contrario, el Señor quiere gozarse y complacerse en un pueblo que vive en la hermandad, que tiene una vida digna, que cultiva la justicia y la paz. Los textos bíblicos nos indican además qué hacer para vivir y transmitir la alegría.
El modo es la conversión. Juan el Bautista estaba predicando la conversión como camino para prepararse a recibir al Mesías. Lo escuchamos el domingo pasado: enderecen los caminos, rebajen los montes, rellenen los valles, etc. Su predicación fue escuchada y aceptada, como nos lo presenta san Lucas en el Evangelio. Muchos de los oyentes de Juan le preguntaron: “¿Qué debemos hacer?”, para estar bien dispuestos a la llegada del Mesías y recibirlo.
Con palabras distintas a las dichas anteriormente, el Bautista los invita a cambiar de vida. El centro debe estar en el compartir, la justicia y la solidaridad. Nadie debe acaparar, atesorar, acumular. Lo que se tiene es para compartir para que nadie pase necesidad: ni hambre ni frío. Son las condiciones elementales de sobrevivencia: el alimento, el vestido, el techo. ¿Cómo pueden las personas experimentar la alegría si no tienen lo necesario para comer, vestir o alojarse?
Tampoco debe existir la injusticia. No hay motivo para realizarla, a pesar de que muchas personas que cometen injusticias, fraudes, abusos, tranzas, extorsiones, encuentran justificantes, incluso en las leyes civiles. Juan deja claro a quienes le preguntan sobre lo que se necesita hacer, que no cobren de más, que no extorsionen a nadie, que no denuncien a nadie con falsos. ¿Cómo va ser feliz una persona extorsionada, tranzada, abusada o víctima de un fraude?
La alegría no la experimentan tampoco quienes acumulan o son injustos. ¿Cómo van a mostrarse alegres las personas que andan pensando en sacar ventaja de los demás, que tienen muchos bienes y tienen temor de que se los roben, que han hecho daño a los demás? Aparentemente sí son felices e, incluso, pregonan sus fechorías; pero, en el fondo de su corazón no creo que vivan con alegría. Por eso la invitación de Juan a la conversión es tan actual como entonces.
Entonces el camino para prepararnos a la venida del Hijo de Dios está claro. Es necesario vivir como hermanos, ser benévolos, acrecentar la solidaridad, practicar la justicia, compartir lo que tenemos. De otra manera, podremos hacer unas bonitas fiestas de Navidad en los próximos días, preparar una buena cena, hacer muchos regalos, pero no recibiremos a Jesús porque no estamos bien dispuestos. Aceptemos la llamada a la conversión y alcanzaremos la alegría.
La alegría es consecuencia de la conversión. Revisemos nuestra vida y valoremos si estamos siendo solidarios, justos, dedicados a compartir; o, por el contrario, si vivimos en la injusticia y aprovechándonos de los demás. El Señor nos da la oportunidad de convertirnos a Él. Hagamos que la alegría brote como fruto de una vida hermanable, en la justicia, en la solidaridad. Fortalecidos con la Eucaristía, vivamos la conversión y transmitamos la alegría a los demás.
16 de diciembre de 2012