Homilía para el 33er domingo ordinario 2014
No esconder los talentos
Acabamos de escuchar en el texto del Evangelio la parábola de los talentos, con la que Jesús explica la dinámica del Reino de Dios. La reflexión sobre esta parábola nos ayuda a prepararnos para recibir la Eucaristía, que es uno de los talentos que Jesús nos ha encargado para multiplicarlo. Jesús es el hombre que sale de viaje y encarga tareas a sus discípulos, de acuerdo a las capacidades de cada quien. A la Iglesia le encargó ir por todo el mundo a llevar el Evangelio.
No esconder los talentos
Textos: Prov 31, 10-13. 19-20. 30-31; 1 Tes 5, 1-6; Mt 25, 14-30.
Acabamos de escuchar en el texto del Evangelio la parábola de los talentos, con la que Jesús explica la dinámica del Reino de Dios. La reflexión sobre esta parábola nos ayuda a prepararnos para recibir la Eucaristía, que es uno de los talentos que Jesús nos ha encargado para multiplicarlo. Jesús es el hombre que sale de viaje y encarga tareas a sus discípulos, de acuerdo a las capacidades de cada quien. A la Iglesia le encargó ir por todo el mundo a llevar el Evangelio.
En la parábola son tres las personas que reciben millones: uno cinco, otro dos y el último uno. Los tres tenían que trabajarlos para multiplicarlos y hacerlos producir. Solamente dos los trabajaron y los duplicaron. Pero el que tenía uno –no había recibido más de lo que podía trabajar–, ése, dice Jesús, hizo un pozo en la tierra y ahí lo escondió. No lo trabajó, como esperaba su señor. ¿No tendremos así nosotros la misión que Jesús nos confió: guardada en un hoyo?
Al regresar les pidió cuentas de lo que les había encomendado. Era lógico. Así sucederá cuando sea la segunda venida de Jesús. Nos va a preguntar si hemos realizado la misión. ¿Qué le vamos a presentar? Los que recibieron cinco y dos millones, le entregaron el doble y fueron felicitados por su señor; se ganaron la participación en la alegría del señor, es decir, entraron en la vida del Reino. En cambio, el que había recibido uno, se lo devolvió tal cual, sin ganancia.
Éste no se puso a trabajar, sino que lo guardó. Además, y aquí está lo grave de su actitud, puso muchos pretextos para “justificar” su modo de actuar. Le echó la culpa al mismo señor por exigente, porque quería cosechar sin haber sembrado; pero no asumió su responsabilidad. Sólo dijo que tenía miedo. Esto le costó que su señor lo llamara malo, inútil y flojo –nosotros decimos de otro modo– y quedar fuera del Reino. Se quedó sin saborear la alegría de su señor.
Cuántos miembros de la Iglesia, sabiendo que somos responsables de la misión, no la realizamos. Tenemos la responsabilidad de salir a la comunidad, llevar el Evangelio, ayudar a los demás a encontrarse con Él, vivir en comunidad, hacerse discípulos misioneros de Jesús. ¿Qué estamos haciendo con esta tarea? Hoy el Señor nos pide cuentas de lo que hemos trabajado. Algunos, pocos, muy pocos, sí la están realizando con alegría y responsabilidad; ¿y la mayoría?
¿Cuántos pretextos se ponen para no ir a la misión? Que Jesús pide mucho; pero no pide mucho de nosotros sino que pide todo. Que no sabemos hablar, que no tenemos tiempo, que eso del Evangelio es para los sacerdotes o catequistas; que la Iglesia es muy exigente y pone muchas condiciones, que es intolerante. Y muchos otros más. Cada quien recordará los que ha puesto a lo largo de su vida. El asunto es que la misión la tenemos enterrada.
Puede ser incluso que la Misa dominical nos sirva de pretexto para no ir a misionar. Podemos decir que venimos a la Misa todos los domingos, pero si no llevamos el Evangelio, ¿qué razón vamos a dar de nuestro servicio misionero? Quizá también la Eucaristía la tengamos en un hoyo. Y no es para eso sino para hacerla fructificar. Jesús nos dijo en la Última Cena: “Tomen y coman, esto es mi cuerpo”, “Tomen y beban, […] esta es mi sangre […] derramada por todos”.
Luego nos pide que hagamos esto en conmemoración suya. Es decir, nos pide que nos entreguemos para dar vida, que nos alimentemos de Él para ir a la misión. La Eucaristía es un don de Jesús que tenemos que multiplicar. Por eso, al final se nos despide para salir en paz a la misión. No enterremos, pues, la Eucaristía, no sepultemos la Palabra de Jesús, no guardemos en un pozo la misión. Multipliquémoslas para participar de la alegría del Señor resucitado.
16 de noviembre de 2014