Homilía para el 32º domingo ordinario 2018
Dar todo para los templos
Textos: 1 Re 17, 10-16; Hb 9, 24-28; Mc 12, 38-44
Los textos de la Palabra de Dios de este domingo nos presentan a dos viudas que comparten todo lo que tienen para vivir. Con su testimonio, ellas nos indican lo que tiene que ser nuestra vida como miembros de la Iglesia y como comunidad en la atención a los templos.
La situación de las viudas ha sido siempre de desamparo y de mucho sufrimiento, sobre todo cuando tienen a sus hijos pequeños. Le luchan por un lado y por otro para sobrevivir y para sacar adelante a sus hijos. Generalmente viven olvidadas de los demás, aunque no de Dios como lo canta el salmo de hoy. Ellas son objeto de abusos, en su persona y en sus bienes, de parte de muchas personas, sobre todo varones, que se aprovechan de su situación de desamparo y fragilidad para su propio beneficio, como denunció Jesús a los escribas. Nosotros conocemos varios casos de estos.
Dos personas que vivían de esta manera fueron capaces de compartir lo único que tenían para vivir. Elías se encontró con una viuda a la entrada de Sarepta. Ella andaba recogiendo leña para hacer un pan con la poquita harina que le quedaba y con el resto de aceite que tenía. Con ese pan iban a comer ella y su hijo y después iban a esperar la muerte. Para acabarla, Elías le pidió que le diera agua y pan, lo que la metía en más apuros; otra boca más que alimentar. Sin embargo, con la confianza puesta en Dios, que le habló por medio del profeta, hizo el pan y le dio de comer. Primero ha de haber asegurado a la visita, luego a su hijo y por último ella. Compartió lo único que tenía de pan y nunca más le faltó qué comer, como le prometió Elías. Dios no la desamparó, pues Él ve siempre por el oprimido, el hambriento, el cautivo, el ciego, el agobiado, el forastero, la viuda y el huérfano, como reconocimos en el salmo con que respondimos a la primera lectura.
En el Evangelio aparece otra viuda, descubierta por Jesús y puesta luego como ejemplo para sus discípulos. Ella echó en la alcancía del templo dos moneditas de muy poco valor, a diferencia de los ricos que depositaban grandes cantidades. Aunque no se comparan dos monedas con las bolsas de dinero, sin embargo, Jesús señaló la diferencia. Los ricos daban de lo que les sobraba; ni se notaba en su capital lo que le quitaban. En cambio, las dos monedas era lo único que la viuda tenía para el gasto del día. Dio todo su capital para el templo y no le pesó, pues era para Dios.
Nosotros tenemos que aprender de estas dos señoras. Generalmente nos cuesta trabajo compartir lo que tenemos con los demás, no se diga con los pobres. Si damos algo, lo hacemos por quitarnos de encima al pobre que tenemos enfrente, con mala cara, renegando o hasta esperando agradecimientos. Pero si tenemos en cuenta que todas las personas y, de manera especial, los pobres, son templos de Dios, pues en ellos habita el Espíritu Santo, no nos tendría que pesar compartir todo lo que tenemos, nuestra persona y nuestros bienes, para que nadie pase necesidad. Esto nos falta vivir de manera ordinaria como bautizados y organizadamente como comunidad.
Nosotros tenemos que ser el instrumento de Dios que hace justicia al oprimido, da pan a los hambrientos, libera al cautivo, abre los ojos del ciego, alivia al agobiado, toma al migrante a su cuidado, sustenta al huérfano y a la viuda, todos templos suyos y, por tanto, algo sagrado.
Nos alimentaremos del Cuerpo y la Sangre de Jesús en esta celebración. Esto nos compromete a vivir como Él, dándonos para los demás, pues Él se da todo para nosotros, y compartiendo nuestros bienes con los pobres y entre pobres, todos templos vivos de Dios. Dispongámonos a recibir sacramentalmente a Jesús en la Comunión y a organizarnos para ser una comunidad solidaria.
11 de noviembre de 2018