Homilía para el 2º domingo ordinario 2016

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La misericordia en una fiesta

Ord2 C 16

El otro día hubo una fiesta de Matrimonio. El salón estaba lleno, llegaron más gentes de las previstas, muchas personas estaban de pie; sí había refresco, ponche y cerveza, pero no tanto, y la birria no iba a ajustar. Esto fue lo que encontraron los recién casados al llegar al salón y ser recibidos con las dianas y los aplausos. La preocupación se les reflejó inmediatamente en el rostro. Iban a quedar mal, como los esposos de Caná que aparecen en el texto del Evangelio.

La misericordia en una fiesta

Textos: Is 62, 1-5; 1 Cor 12, 4-11; Jn 2, 1-11.

Ord2 C 16

El otro día hubo una fiesta de Matrimonio. El salón estaba lleno, llegaron más gentes de las previstas, muchas personas estaban de pie; sí había refresco, ponche y cerveza, pero no tanto, y la birria no iba a ajustar. Esto fue lo que encontraron los recién casados al llegar al salón y ser recibidos con las dianas y los aplausos. La preocupación se les reflejó inmediatamente en el rostro. Iban a quedar mal, como los esposos de Caná que aparecen en el texto del Evangelio.

Reflexionar sobre esta situación y lo que hicieron tanto María como Jesús, nos ayudará a preparar nuestro encuentro sacramental de este domingo con Jesús. Ellos, junto con los discípulos de Jesús, eran de los invitados a la fiesta de bodas. Mientras todos los asistentes seguían comiendo y bebiendo, pues las fiestas de bodas duraban varios días, la Virgen captó que se estaba acabando el vino. Ella fue capaz de descubrir la situación, de reaccionar y ver qué hacer.

Quizá fueron más personas las que cayeron en la cuenta de lo que estaba pasando y de lo que sucedería si se terminaba el vino. Pero ella dio el paso y se lo comunicó a Jesús. ¿Cuántas veces no habría ya hecho esto ante otras situaciones de necesidad? Sabía que su Hijo podía ayudar, pues era algo que ella le había enseñado a lo largo de su vida. Confiaba en que no se iba a quedar de manos cruzadas. Lo conocía muy bien y le llegó por su lado, como escuchamos.

Debemos aprender de María. Entre nosotros, con nuestros vecinos y compañeros de trabajo o entre los propios familiares, hay situaciones de necesidad que los tienen con preocupación, angustia, con el camino cerrado y sin saber qué hacer. ¿Qué tanta es nuestra preocupación por lo que les está sucediendo? ¿Sentimos que se nos remueven las entrañas o nos quedamos indiferentes? La Virgen nos enseña a reaccionar para ser misericordiosos y ver cómo ayudar.

Jesús continuó lo iniciado por su Madre. Al escuchar la indicación a los que estaban sirviendo, de que hicieran lo que Él les dijera, les pidió que llenaran de agua las tinajas que estaban allí y que les servían a los judíos para hacer sus ritos de purificación. Comenzaba a manifestarse la dimensión misericordiosa de Jesús. Se compadeció de los nuevos esposos y realizó su primer signo de vida. Transformó el agua en vino. Unos 600 litros, suficientes para esa y otras fiestas.

Con este signo, Jesús apareció como esposo y como vino. Así lo proclamó el encargado de la fiesta. Llamó al novio, lo felicitó por ofrecer el mejor vino. Como novio-esposo, Jesús hizo realidad el proyecto de Dios de casarse con su pueblo y alegrarse con él, como lo transmitió Isaías. Se acabó la preocupación para los esposos de Caná, siguió la alegría de los invitados, continuó la fiesta hasta el final, gracias a la presencia y a la acción del Señor, que vino para dar vida.

La alegría se mantuvo por el vino. Pero no era solamente el vino de las seis tinajas sino el Vino pregonado por el encargado de la fiesta, o sea, Jesús. Él es el Vino mejor guardado para el final. Él trae la alegría a la humanidad, cambia la angustia de los pobres en tranquilidad, mantiene la alianza entre Dios y su pueblo. Esto sucede gracias a la misericordia de Dios manifestada por su Hijo. Con nuestra Eucaristía le agradecemos a Dios este don suyo para la humanidad.

La misericordia se vivió en una fiesta de bodas. La Virgen María, atenta siempre a las necesidades de los demás, la comenzó; Jesús, su Hijo, la prolongó con su servicio de convertir el agua en vino. Hoy toca a la Iglesia mantenerla con su vida y servicio. Debemos estar atentos a las angustias de los pobres y de la Tierra, buscar el modo de darles respuesta, convertirnos como Jesús en vino bueno para ellos. Para vivir esto nos alimentaremos de su Cuerpo y Sangre.

17 de enero de 2016

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