Homilía para el 2º domingo ordinario 2014
El Cordero de Dios que quita el pecado
Textos: Is 49, 3. 5-6; 1 Cor 1, 1-3; Jn 1, 29-34.
Después de haberle preparado el camino a Jesús, disponiendo a la gente con la conversión y el bautismo, Juan lo presentó ante el pueblo. Fue lo que escuchamos en el texto del Evangelio de este domingo. Lo presentó como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Para nosotros no es familiar esta imagen del cordero, pero para los judíos sí. Para ellos hacía relación al cordero pascual y, por tanto, implicaba la sangre y la muerte, pero también la salvación.
El Cordero de Dios que quita el pecado
Textos: Is 49, 3. 5-6; 1 Cor 1, 1-3; Jn 1, 29-34.
Después de haberle preparado el camino a Jesús, disponiendo a la gente con la conversión y el bautismo, Juan lo presentó ante el pueblo. Fue lo que escuchamos en el texto del Evangelio de este domingo. Lo presentó como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Para nosotros no es familiar esta imagen del cordero, pero para los judíos sí. Para ellos hacía relación al cordero pascual y, por tanto, implicaba la sangre y la muerte, pero también la salvación.
La noche de la salida de Egipto, donde estuvieron esclavizados los israelitas por más de cuatrocientos años, ellos mataron un borrego por familia y con su sangre rociaron el marco de la puerta de su casa, como Dios les había indicado a través de Moisés. Esa sangre fue la señal para que no murieran los primogénitos de Israel; en cambio, en las familias de los egipcios sí murieron porque, como nada sabían, no rociaron el marco de las puertas de sus casas.
A esa noche se le conoce como la noche pascual. Pascua significa paso. Dios pasó por Egipto para liberar a su pueblo de la esclavitud y llevarlo a través del desierto hacia su propia tierra. El cordero fue sacrificado y su sangre derramada se convirtió en señal de salvación. Se salvaron de la muerte, se pusieron en el camino de la libertad. Esta pascua la debían celebrar cada año, para recordar que Dios pasó castigando a los egipcios y perdonando a las familias israelitas.
Todo esto estaba detrás de la expresión de Juan el Bautista en relación a Jesús. Él sería el Cordero de Dios. Él iba a ser sacrificado, su sangre iba a ser derramada. No pintaba nada agradable para Él, pues le esperaba la muerte. Aunque con Jesús había algo más: iba a quitar el pecado del mundo. Con el cordero pascual, Dios les perdonó la vida a las familias israelitas; con Jesús se anuncia el fin del pecado del mundo. Es mucho más el mundo que los israelitas.
Con Jesús se hizo realidad la salvación para todos los pueblos de la tierra. El proyecto de Dios es que todos los humanos se salven y no sólo su antiguo pueblo. Su salvación pasa por el perdón de los pecados y culmina con el fin del mal. Para esto fue necesario que Jesús, el Hijo de Dios del que Juan dio testimonio, fuera sacrificado como Cordero. Ya no hubo ni hay necesidad de más corderos sacrificados ni de más sangre derramada. La de Jesús basta.
Su sacrificio se prolonga en la Eucaristía. En la consagración, cuando se pronuncian las palabras sobre el cáliz, se dice que esa es su sangre derramada por todos los humanos para el perdón de los pecados. Es la sangre del Cordero de Dios que luego bebemos en la Comunión. Antes de comulgar, la asamblea canta por tres veces el Cordero de Dios. Enseguida el sacerdote presenta el Cuerpo y la Sangre de Jesús como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.
Recibir la Comunión nos compromete a colaborar con Jesús en la lucha contra el pecado y contra el mal. En nuestro mundo hay muchísimas situaciones de pecado, algunas las hemos provocado, y existen demasiadas manifestaciones del mal: la violencia, las desigualdades sociales, la destrucción de la ecología, las tranzas, la exclusión de los pobres, las desavenencias. Quizá hemos colaborado en algunas de ellas, permitiendo que el mal circule por nosotros.
Dispongámonos a recibir sacramentalmente a Jesús, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Renovemos nuestro compromiso de luchar contra el pecado personal y social. Comprometámonos nuevamente a no permitir que el mal cunda en el mundo, en nuestra familia y comunidad. Colaboremos con Jesús en su acción salvadora, para la cual fue sacrificado como Cordero. Hagamos que continúe el perdón de los pecados, fruto de su Sangre derramada.
19 de enero de 2014
Muchas felicidades por la forma y el formato que se esta utilizando para colaborar en la reevangelizacion de las personas.
¡Me encanta!
Saludos!