Homilía para el 27º domingo ordinario 2020
Amor de Dios no correspondido
Los textos de la Palabra de Dios que acabamos de escuchar, nos presentan el amor que Dios le ha manifestado a su pueblo y que no ha sido correspondido, como Él esperaría, con una vida de hermanos.
Amor de Dios no correspondido
Textos: Is 5, 1-7; Flp 4, 6-9; Mt 21, 33-43
Los textos de la Palabra de Dios que acabamos de escuchar, nos presentan el amor que Dios le ha manifestado a su pueblo y que no ha sido correspondido, como Él esperaría, con una vida de hermanos. Revisar nuestra vida personal y comunitaria a la luz de estos textos, nos prepara para recibir sacramentalmente a Jesús en la Comunión y a renovar nuestro compromiso de trabajar para producir frutos de justicia, solidaridad, amor, tanto en la comunidad como en la sociedad.
La viña es el pueblo de Dios, antiguamente Israel y hoy la Iglesia, y, en ella, la humanidad. Dios ha hecho todo por su pueblo, le ha expresado su amor sin límites y, como toda persona que ama, ha esperado la correspondencia. El profeta Isaías nos ofrece el cantar de Dios que, a pesar de haber hecho todo lo que podía hacer por su pueblo, estaba decepcionado porque su pueblo no había dado los frutos dulces que Él esperaba, sino sólo amarguras. Dice el profeta que esperaba el respeto al derecho y sólo había crímenes, que esperaba justicia y únicamente se encontraba clamores.
En la parábola de los viñadores homicidas, Jesús les echó en cara a los sumos sacerdotes y ancianos del pueblo, responsables de conducir al pueblo de Dios en el cumplimiento de la alianza, que no tenían los frutos de una vida de hermanos. En la alianza, el pueblo de Israel se comprometió con el Señor a hacer una vida hermanable, a vivir en la justicia y el derecho, a atender al pobre, a cuidar la tierra. Jesús también señaló la confianza que Dios, el dueño del viñedo, puso en los dirigentes religiosos, a quienes les hizo el encargo de su pueblo con el acuerdo de que a su tiempo le entregarían su parte de frutos. A su pueblo lo había cultivado con amor, como lo describieron Isaías y Jesús, y llegada la cosecha no le entregaron su parte de frutos.
Lo único que recibió fueron las noticias de que a sus enviados los habían levantado, golpeado, apedreado y matado. La violación a los derechos de las personas y los crímenes continuaron, ahora de parte de los dirigentes religiosos. Fue cuando decidió enviar a su propio Hijo. Jesús vino como enviado del Padre para traer su presencia, su vida, su amor hacia los suyos. Él comenzó su misión invitando a la conversión para poder entrar en la vida del Reino. Y le pasó lo mismo que a los demás enviados: fue calumniado, amenazado, perseguido, torturado y asesinado, precisamente de parte de los sumos sacerdotes y ancianos del pueblo. Más amarguras para Dios, que esperaba ser correspondido con una vida en la justicia y la hermandad, y la destrucción y muerte continuaron.
A pesar de todo esto, el Señor sigue cultivando su viña. No ha perdido el amor por su pueblo, nos sigue mostrando con muchos signos su amor. Se lo agradecemos con esta Eucaristía dominical. Pero también nos está pidiendo los frutos de nuestra vida, pues somos su nuevo pueblo, su nueva viña. ¿Qué le tenemos? ¿Estamos viviendo como hermanos? ¿Hacemos una vida de comunidad? ¿Atendemos a los pobres y enfermos de la comunidad? ¿Vivimos en la justicia? ¿Defendemos los derechos humanos? ¿Nos perdonamos las ofensas? ¿Cuidamos responsablemente de la Casa común? ¿Estamos formando discípulos y discípulas de Jesús? Todo esto está esperando de nosotros.
Yo creo que más bien estamos produciendo frutos amargos y agrios. Nos cae muy bien lo que dijo Dios por medio de Isaías: que espera respeto a los derechos de las personas y de la tierra y sólo recibe crímenes, que espera justicia y solamente le llegan los clamores de los pobres y de la tierra. Repensemos nuestra vida personal y comunitaria, abramos nuestro corazón a su Palabra para volver a una vida de hermanos. Correspondamos con nuestros hechos al amor que Él nos sigue mostrando, sobre todo en su Hijo Jesús, que hoy se nos da como alimento. Dispongámonos a recibirlo.
4 de octubre de 2020