Homilía para el 27º domingo ordinario 2014

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Administradores y no dueños

Ord27 A 14

Jesús siguió recio con los sumos sacerdotes y ancianos del pueblo. Con varias parábolas les echó en cara su desinterés por la vida de su pueblo, pues no estaban siendo responsables de que se dieran los frutos que Dios esperaba cosechar de su pueblo. Con la parábola de la viña, que escuchamos en el Evangelio, Jesús ayuda a caer en la cuenta de que el pueblo tenía que vivir en la hermandad y sus dirigentes religiosos, como cabeza, no le estaban ayudando.

Administradores y no dueños

Textos: Is 5, 1-7; Flp 4, 6-9; Mt 21, 33-43.

Ord27 A 14

Jesús siguió recio con los sumos sacerdotes y ancianos del pueblo. Con varias parábolas les echó en cara su desinterés por la vida de su pueblo, pues no estaban siendo responsables de que se dieran los frutos que Dios esperaba cosechar de su pueblo. Con la parábola de la viña, que escuchamos en el Evangelio, Jesús ayuda a caer en la cuenta de que el pueblo tenía que vivir en la hermandad y sus dirigentes religiosos, como cabeza, no le estaban ayudando.

Este domingo la llamada de Dios es para nosotros, que nos reunimos para celebrar la Eucaristía. Para prepararnos al encuentro sacramental con Jesús, podemos revisar si estamos produciendo los frutos que Dios quiere recoger de nuestra vida personal, familiar y comunitaria. La viña de que hablan tanto la primera lectura como el Evangelio, es el pueblo de Israel; así lo reconocimos en el salmo responsorial. Hoy la viña es cada familia, cada comunidad, la Iglesia.

El propietario del viñedo es Dios. Él ha trabajado con la esperanza de que su pueblo viva bien y produzca frutos dulces, como son la hermandad, la justicia, la solidaridad, el amor, la paz. Una vez que todo está acomodado, la encarga a algunas personas para que la sigan cuidando y cultivando, y le entreguen su parte de cosecha. En aquel tiempo eran los sumos sacerdotes y los ancianos; hoy son los padres de familia, los agentes de pastoral, los ministros ordenados…

Pero esas personas no son dueños sino administradores. Esta conciencia no se debe perder, como les pasó a los sumos sacerdotes y ancianos de tiempos de Jesús. Ellos actuaban como dueños, solamente tratando de sacar ventaja para su propio beneficio, para sus propios intereses, y no viendo por el bien de su pueblo, al que deberían servir. Por eso, cuando llegaban los profetas, como Isaías, y pedían frutos, los apresaban, los golpeaban y hasta los mataban.

¿Qué tanta conciencia tenemos de que no somos dueños sino administradores? Los ministros ordenados no somos dueños sino servidores de las comunidades, los papás no son dueños sino servidores de sus hijos, los agentes de pastoral laicos no son dueños sino servidores de su barrio, colonia o rancho, son animadores de los grupos de servicio. ¿Cómo estamos trabajando para que la familia, la comunidad parroquial, los barrios y ranchos den frutos de hermandad?

Dios ha encomendado los hijos a sus papás para que los formen como personas, discípulos misioneros de Jesús, ciudadanos en la Sociedad Civil, cuidadores de la Creación. Dios ha encargado su barrio, colonia o rancho, a los agentes de pastoral, para que le ayuden a vivir como hermanos y a cumplir la misión. Dios ha confiado las parroquias a los sacerdotes para que las conduzcamos en su ser comunidades misioneras, ministeriales, solidarias. ¿Qué frutos tenemos?

Por último, el dueño del viñedo envió a su propio hijo. Pensaba que a él sí lo respetarían y le enviarían su parte de frutos que le correspondía. Pero no. Los viñadores enseñaron todas sus cartas: querían quedarse con la viña y acabaron matando al hijo del dueño. Eso le pasó a Jesús con los sumos sacerdotes, ancianos y fariseos. Le echaron mano en el Huerto de los Olivos y lo detuvieron, lo sacaron de Jerusalén para crucificarlo y lo mataron.

Jesús terminó la parábola anunciando a los dirigentes religiosos que el Reino les iba a ser quitado, como sucedería con los viñadores irresponsables, para entregarlo a otras personas que sí lo hicieran producir frutos. Que no nos vaya a suceder lo mismo a los papás con su familia, a los agentes de pastoral con su barrio o rancho, a los sacerdotes con la comunidad parroquial. Con la comunión sacramental renovemos nuestro compromiso de ser buenos administradores.

5 de octubre de 2014

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