Homilía para el 26º domingo ordinario 2105
Colaborar al Reino de Dios
Al reunirnos para la celebración dominical de la Resurrección, el Señor nos alimenta con el doble pan, el de la Palabra y el de la Eucaristía. La Palabra nos prepara para la Comunión y tanto una como la otra nos impulsan a salir a la misión. En el Bautismo y la Confirmación recibimos al Espíritu Santo para dar testimonio de Jesús, con la Eucaristía nos alimentamos para sostenernos en esta tarea. ¿Realizamos la misión y animamos a otros a realizarla, sobre todo en la familia?
Colaborar al Reino de Dios
Textos: Nm 11, 25-29; St 5, 1-6; Mc 9, 38-43. 45. 47-48
Al reunirnos para la celebración dominical de la Resurrección, el Señor nos alimenta con el doble pan, el de la Palabra y el de la Eucaristía. La Palabra nos prepara para la Comunión y tanto una como la otra nos impulsan a salir a la misión. En el Bautismo y la Confirmación recibimos al Espíritu Santo para dar testimonio de Jesús, con la Eucaristía nos alimentamos para sostenernos en esta tarea. ¿Realizamos la misión y animamos a otros a realizarla, sobre todo en la familia?
Los discípulos de Jesús se sentían con la exclusiva de la misión, al grado de prohibirle a otra persona que, en nombre de Jesús, expulsara a los demonios. Era alguien que hacía el bien, que ayudaba a la liberación de personas oprimidas por el demonio, que colaboraba al anuncio y realización del Reino de Dios. Andaba haciendo lo mismo que Jesús. Era lo mismo que deberían realizar sus discípulos. Es lo que nosotros, en nuestra realidad, también debemos hacer.
Curar, confortar, atender, ayudar, liberar, es tarea propia de los bautizados. Para esto no necesitamos más que decidirnos, porque ya tenemos al Espíritu Santo en nuestra vida, pues somos templos suyos desde el Bautismo. Necesitamos dejarlo que actúe en nuestra vida y a través de nuestra persona, poniendo al servicio de los pobres, enfermos, desechados, nuestras manos, nuestros pies, nuestros ojos. Si no lo hacemos, entonces caemos en situación de pecado.
Jesús le llamó la atención a Juan, quien, a nombre de los Doce, le comentó –hasta con gusto– que a aquella persona le habían prohibido expulsar demonios, solamente porque no era de su grupo. Jesús le dijo que no tenían por qué prohibir a alguien que actuara en su nombre para hacer el bien. Aunque no fuera tal cual de su grupo, sin embargo estaba colaborando a la construcción del Reino de Dios por medio de su servicio y por su dedicación al bien de los excluidos.
Sucedió algo semejante a lo que escuchamos en la primera lectura. Josué le pidió a Moisés que a Eldad y Medad les prohibiera profetizar, solamente porque no estuvieron en la reunión en que descendió el Espíritu de Dios sobre los ancianos. Moisés le dijo que no tenía por qué estar celoso ni por qué prohibirles profetizar; al contrario, le expresó su deseo de que el Espíritu bajara sobre todos los miembros del pueblo y que también todos se convirtieran en profetas.
Recibimos al Espíritu Santo para colaborar en la misión, para anunciar la Palabra de Dios como profetas, para mantener la comunión con Dios como sacerdotes y para servir a los demás como pastores. Esto lo debemos vivir conscientemente y no debemos prohibir o impedir que otras personas lo realicen. Santiago dejó que el Espíritu actuara a través de él y denunció la corrupción en que vivían los ricos y las injusticias que cometían contra sus trabajadores.
Tenemos que aprender de Moisés, de Jesús, de Santiago y de tantas personas que a lo largo de la historia han dejado que el Espíritu actúe en ellos para colaborar a que el Reino de Dios sea una realidad. Hoy tenemos un ejemplo en la persona del Papa Francisco. Él ha estado denunciando las desigualdades sociales, la exclusión y desecho de los pobres, el abuso contra los menores, la destrucción de la ecología, las guerras… todo movido por el ansia de dinero y poder.
Hoy que nos alimentamos nuevamente de Jesús en la Comunión, renovamos nuestro compromiso de trabajar al servicio del Reino de Dios. Pidamos al Señor que su Espíritu siga actuando a través de nuestra persona y de todos los bautizados, para que vivamos nuestra condición profética. Pongamos toda nuestra persona –espíritu, manos, pies, oídos, ojos– al servicio de los demás, especialmente de los excluidos y desechados de nuestra sociedad.
27 de septiembre de 2015