Homilía para el 26º domingo ordinario 2020

0

Convertirnos para entrar en el Reino
Los textos de la Palabra de Dios que acabamos de escuchar, y que nos preparan para recibir sacramentalmente a Jesús este domingo, nos hacen un llamado a la conversión. Por el Bautismo comenzamos a ser hijos e hijas de Dios, pero no siempre vivimos como tales. La filiación se manifiesta con los hechos, tal como lo hizo el mismo Jesús con su vida, como nos testimonia hoy san Pablo: se humilló a sí mismo, se hizo obediente hasta la muerte en la cruz; por eso, Dios lo exaltó.

Convertirnos para entrar en el Reino

Textos: Ez 18, 25-28; Flp 2, 1-11; Mt 21, 28-32

Los textos de la Palabra de Dios que acabamos de escuchar, y que nos preparan para recibir sacramentalmente a Jesús este domingo, nos hacen un llamado a la conversión. Por el Bautismo comenzamos a ser hijos e hijas de Dios, pero no siempre vivimos como tales. La filiación se manifiesta con los hechos, tal como lo hizo el mismo Jesús con su vida, como nos testimonia hoy san Pablo: se humilló a sí mismo, se hizo obediente hasta la muerte en la cruz; por eso, Dios lo exaltó.

Dirigiéndose a los sumos sacerdotes y ancianos del pueblo, que eran dirigentes religiosos judíos, Jesús dijo la parábola de los dos hijos. Con ella les denunció su cerrazón a la voluntad de Dios y les hizo caer en la cuenta de la necesidad de cambiar de vida para entrar en el Reino de Dios. Esto es también para nosotros, que nos consideramos y llamamos hijos e hijas de Dios.

A sus dos hijos, el papá les mandó lo mismo: que fueran a trabajar a la viña. Uno dijo que iba, incluso haciéndole caravanas y expresándole todo el respeto; el otro, rezongando, le dijo que no iba. El punto no estaba ahí, sino en lo que siguió después. El primero no fue a trabajar y el segundo, sí, después de arrepentirse y reconsiderar su decisión. Lo que Jesús tuvo en cuenta no fue lo que le dijeron a su papá, sino lo que al final de cuentas hicieron. A los sumos sacerdotes y ancianos no les preguntó cuál fue más respetuoso en su respuesta, sino cuál cumplió la voluntad de su padre.

En la parábola, el papá es Dios, la viña es su pueblo y los hijos son los judíos piadosos y los judíos pecadores. El reclamo de Jesús a los dirigentes judíos es que, aunque siempre le manifestaban a Dios su fidelidad y le prometían cumplir sus mandamientos, no lo hacían; todo quedaba en las puras palabras. Estaba bien claro con lo que hicieron ante el testimonio de vida y la predicación de Juan Bautista; él llamaba a la conversión y a la justicia para disponerse a recibir al Mesías, y no le hicieron caso. Lo mismo les sucedió con el testimonio y la predicación de Jesús; Él comenzó su misión invitando a convertirse para entrar en el Reino de Dios. Cerraron su corazón a Dios, no se arrepintieron ni decidieron convertirse para vivir en la justicia y la hermandad. Estaban en la situación descrita por Ezequiel: se apartaron de la justicia, cometieron la maldad y por ello murieron.

Jesús valoró más bien la respuesta de los que estaban considerados entre los de más abajo de la vida social y religiosa de los judíos. Por su estilo de vida, los publicanos y las prostitutas eran considerados los más grandes pecadores. Sin embargo, fueron capaces de abrir su corazón a Dios ante la invitación del Bautista y la llamada de Jesús a convertirse de su vida, les creyeron y se les adelantaron a las autoridades judías en la vida del Reino. Con ellos sucedió la otra cosa señalada por Ezequiel: recapacitaron, se arrepintieron del mal que habían hecho, comenzaron a vivir en la justicia y la rectitud y salvaron su vida.

¿Y nosotros? Somos hijos e hijas de Dios. ¿A cuál de los dos hijos de la parábola nos parecemos? No por lo que le digamos o hayamos dicho a Dios: que sí vamos a vivir como hermanos, que vamos a participar sirviendo en la comunidad, que vamos a educar a los hijos en la fe, que vamos a seguir a Jesús en su camino, que vamos a luchar por una vida digna, que vamos a trabajar por la justicia y el bien común en la sociedad, que vamos a defender los derechos humanos, que vamos a cuidar la Casa común, etc., sino por lo que estamos haciendo en nuestra vida. Por eso, aprovechando esta oportunidad, abramos nuevamente nuestro corazón a Dios y su Palabra, para reconocer nuestros pecados y arrepentirnos de nuestras infidelidades a sus mandamientos, decidirnos a practicar la rectitud y la justicia, y ponernos en el camino del Reino, como los publicanos y prostitutas.

27 de septiembre de 2020

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *