Homilía para el 25° domingo ordinario 2016
Astutos para ser misericordiosos
Este domingo la Palabra de Dios nos ofrece algunos elementos para la revisión de nuestra vida. Reflexionar a la luz de ella nos sirve para prepararnos a recibir a Jesús en la Comunión y para salir de esta celebración Eucarística a vivir la misericordia, tanto en la familia como en la comunidad y la sociedad. Jesús dijo la parábola que conocemos como la del administrador astuto, para indicar a sus discípulos cómo debemos ubicarnos ante el dinero, los bienes y los pobres.
Astutos para ser misericordiosos
Textos: Am 8, 4-7; 1 Tim2, 1-8; Lc 16, 1-13.
Este domingo la Palabra de Dios nos ofrece algunos elementos para la revisión de nuestra vida. Reflexionar a la luz de ella nos sirve para prepararnos a recibir a Jesús en la Comunión y para salir de esta celebración Eucarística a vivir la misericordia, tanto en la familia como en la comunidad y la sociedad. Jesús dijo la parábola que conocemos como la del administrador astuto, para indicar a sus discípulos cómo debemos ubicarnos ante el dinero, los bienes y los pobres.
El administrador tenía la responsabilidad de cuidar con honestidad los bienes que se le encomendaron, distribuir el dinero con honradez y vivir la justicia para con los trabajadores de su patrón. Así debe ser todo administrador: los papás en su familia, los albaceas en relación a la herencia encomendada por el difunto, los administradores en su trabajo, los ecónomos en su comunidad, los gobernantes en sus puestos, los tesoreros en su grupo u organización, etc.
Pero sucedió que aquel administrador estaba malgastando los bienes de su amo, pensando que nadie se iba a dar cuenta. El señor se enteró y lo llamó para pedirle cuentas. Seguramente no supo darlas y fue despedido de su trabajo. En ese momento se le aguzó la astucia. Ya la tenía, pues la estaba utilizando para sacar ventaja de lo que se le había encomendado. Pensó qué hacer para no quedarse en la calle porque no sabía trabajar y le daba vergüenza pedir limosna.
Encontró el camino para salir del atolladero. Era astuto, como reconoció después su patrón. Pensó en perdonarles los préstamos a los trabajadores y darles un poquito más, para que luego le pagaran el favor recibiéndolo en su casa. Y de todos modos iba a sacar ventaja para él. Cómo pasa esto por dondequiera y en todos los tiempos. En la primera lectura escuchamos las denuncias que Amós hacía a quienes encontraban el modo de arruinar a los pobres.
Lo que Amós denunció porque iba en contra de la Alianza entre Dios y su pueblo, es bien actual. Es lo que hacen las empresas con sus trabajadores, los legisladores con su pueblo, muchos comerciantes en sus negocios, los parientes más “vivos” con los más “dejados”, los que estudiaron una carrera con los “ignorantes”, muchos administradores con los bienes y personas que tienen a su responsabilidad… incluso riéndose por eso, presumiendo y burlándose de los demás.
El centro de atención y el móvil de todo es el dinero, al que Jesús calificó como lleno de injusticias. Cuántos se han enriquecido con abusos, tranzas, negocios chuecos, mordidas, “favores”, embargos, desvíos de dinero, alteración de guías. Es que el dinero se ha convertido en un ídolo y se le ofrecen en sacrificio a los pobres, a los débiles, a los “tontos”, a los derechos, a la naturaleza. La astucia se sigue poniendo hoy al servicio de los propios intereses.
El proyecto de Dios es la salvación de todos los humanos, como afirma Pablo. Para esto es necesario vivir en la hermandad. Jesús vino al mundo porque ésta se había roto y la rehízo entregándose hasta la muerte como rescate por todos. Él puso su persona, su vida, su proyecto, su Cuerpo, al servicio de los demás. Vivió la misericordia con los pobres, pecadores, excluidos de su tiempo. Supo administrar bien lo que Dios le encomendó y le dio buenas cuentas.
¿Cómo andamos? ¿Qué cuentas le damos a Dios? ¿No estamos más apegados –y sumisos– al dinero que a Dios y a los hermanos? ¿Cómo estamos orientando la astucia, que es un don del Señor? Él nos la dio para ser misericordiosos; para ver por los demás, especialmente por los empobrecidos y desechados por nuestra sociedad; para vivir como hermanos, para cuidar la casa común. Pidamos perdón a Dios por el daño que hemos hecho a quienes deberíamos servir.
18 de septiembre de 2016