Homilía para el 24º domingo ordinario 2018
¿Quién es Jesús?
Hoy el evangelio nos describe la situación de crisis que Jesús estaba viviendo. Le estaba pasando algo parecido a lo que nos ha sucedido a nosotros en algunos momentos de la vida, por una enfermedad, un problema, la muerte de algún familiar, un camino sin salida, los hijos que no andan bien en la vida. Nos preguntamos por qué sucede, o por qué nos pasa a nosotros, o qué nos falló. Por eso Jesús hace una pregunta, que es también para nosotros hoy: ¿Quién dicen que soy yo? Con este Jesús nos encontraremos de manera sacramental en el momento de la Comunión.
¿Quién es Jesús?
Textos: Is 50, 5-9; St 2,14-18; Mc 8, 27-35
Hoy el evangelio nos describe la situación de crisis que Jesús estaba viviendo. Le estaba pasando algo parecido a lo que nos ha sucedido a nosotros en algunos momentos de la vida, por una enfermedad, un problema, la muerte de algún familiar, un camino sin salida, los hijos que no andan bien en la vida. Nos preguntamos por qué sucede, o por qué nos pasa a nosotros, o qué nos falló. Por eso Jesús hace una pregunta, que es también para nosotros hoy: ¿Quién dicen que soy yo? Con este Jesús nos encontraremos de manera sacramental en el momento de la Comunión.
Les preguntó primero a sus discípulos sobre lo que la gente decía de Él. Quería aclarar si iba bien en la realización de su misión o no. Ellos le contestaron que la gente creía que era Juan el Bautista que había resucitado –Herodes le había mandado cortar la cabeza para entregársela a Herodías–; o que era Elías que había regresado –muchos años antes había sido arrebatado en un carro de fuego y quedó en la conciencia de los israelitas que un día iba a regresar–; o que era alguno de los profetas. Por su estilo de vida y su mensaje lo identificaban con un profeta. Los profetas no se predicaban a sí mismos ni decían lo que se les antojaba, sino que hablaban en nombre de Dios y comunicaban lo que Él les iba diciendo; y por hacer eso, eran perseguidos, golpeados o asesinados.
Por ser profeta, Jesús estaba condenado al sufrimiento como consecuencia de realizar con fidelidad su misión. Así le pasó a Isaías, como escuchamos en la primera lectura. Él no había opuesto resistencia ni se había echado para atrás, ofrecía su espalda a los que lo golpeaban y la mejilla a los que lo jalaban de la barba, no volteaba la cara ante los insultos y los salivazos que le aventaban por andar en la misión. Pero, en esa situación lo sostenía su total confianza y abandono en Dios, quien lo había enviado a profetizar. Ante las dificultades por la misión o ante el hecho de no encontrar la salida en las situaciones de crisis, el camino es abandonarse a Dios con la certeza de que Él sostiene a sus enviados y a nadie deja solo en las crisis, problemas, sinsentidos de la vida.
Luego preguntó a sus discípulos qué decían de Él. Ellos lo habían acompañado desde que los llamó al comienzo de su misión, día a día veían lo que hacía, escuchaban lo que decía y eran testigos de lo que le pasaba. Tenían una experiencia de mayor cercanía con Él que el resto de la gente y podían haber captado algo más profundo. De hecho, así sucedió. Lo expresó Pedro al responderle que era el Mesías. Entonces cayó en la cuenta de que sí iba realizando bien su misión y esto se reforzó después cuando, en la Transfiguración, Dios le dijo que era su Hijo amado.
Pero era consciente de que su vida como profeta y como Mesías iba a terminar en la muerte. Por eso, además de mandarles que a nadie dijeran que era el Mesías –porque no quería alabanzas ni fama–, les anunció con toda claridad que iba a padecer, ser rechazado, entregado a la muerte, morir y resucitar. Esto ya no les gustó, como nos pasa a nosotros ante los problemas que se vienen por servir, ayudar a la comunidad, ver por los pobres, y Pedro se lo llevó aparte para convencerlo de que ese no era su camino como Mesías y que le buscara por el lado que no tuviera problemas.
Jesús lo regañó porque se estaba poniendo como piedra de tropiezo en su camino –lo llamó Satanás– y le dijo que más bien se pusiera a seguirlo. Aprovechó para hacer la invitación a quienes quisieran ser sus discípulos a tomar la cruz y seguirlo, sin buscar asegurar la vida o vivirla cómodamente y sin problemas. El seguimiento y la misión traen como consecuencia necesaria la cruz y a esto nos invita Jesús. Dispongámonos a recibirlo sacramentalmente para seguirlo en su camino.
16 de septiembre de 2018