Homilía para el 24º domingo ordinario 2013
Dios Padre y Madre misericordioso
Textos: Ex 32, 7-11. 13-14; 1 Tim 1, 12-17; Lc 15, 1-32.
Dios es Padre y Madre misericordioso. Así lo describió Jesús cuando fariseos y escribas lo criticaron porque permitía que publicanos y pecadores se le acercaran. Esto era prácticamente imposible para los escribas y fariseos, que se sentían puros y buenos y no querían contaminarse por el contacto con personas consideradas pecadoras. A Jesús le interesaba dar a conocer a Dios, su Padre, como una persona misericordiosa que busca a los pecadores para perdonarlos.
Dios Padre y Madre misericordioso
Textos: Ex 32, 7-11. 13-14; 1 Tim 1, 12-17; Lc 15, 1-32.
Dios es Padre y Madre misericordioso. Así lo describió Jesús cuando fariseos y escribas lo criticaron porque permitía que publicanos y pecadores se le acercaran. Esto era prácticamente imposible para los escribas y fariseos, que se sentían puros y buenos y no querían contaminarse por el contacto con personas consideradas pecadoras. A Jesús le interesaba dar a conocer a Dios, su Padre, como una persona misericordiosa que busca a los pecadores para perdonarlos.
A diferencia de los escribas y fariseos, Jesús nunca rechazó a los pecadores, de la misma manera que Dios los acepta, los recibe y les ofrece su perdón. Jesús más bien compartía la mesa con ellos, les mostraba la misericordia de su Padre y los reintegraba a la comunidad. Con la intención de mostrar el modo de ser de Dios, lo comparó con un buen pastor, con una mujer y con un papá, como escuchamos. Lo presenta así para que nosotros actuemos del mismo modo.
Un buen pastor, al notar que le falta una oveja en su rebaño, va a buscarla hasta que la encuentra y la reintegra al rebaño; un mal pastor la dejaría a su suerte y si apareciera después, bueno. ¿Quién busca una moneda por toda la casa sino la señora? Para completar lo de la comida o el gas, lo del recibo de la luz o la renta, la señora revisa todos los rincones hasta encontrar la moneda. El esposo es muy difícil que haga lo mismo; a él más bien le gustan los billetes.
Un buen papá espera a su hijo, que decidió salirse de su casa, hasta que vuelve. No lo espera para recibirlo a golpes ni para “echarle el caballo encima” ni, mucho menos, para regresarlo a la calle; lo espera con paciencia para mostrarle su amor en cuanto llegue, para hacerle sentir que no ha dejado de ser hijo, para reintegrarlo a la familia. Así describió Jesús a Dios en su relación con los pecadores. ¡Qué difícil es que esto suceda entre nosotros! Es casi impensable.
En la enseñanza de Jesús sobre su Padre-Madre misericordioso, las tres situaciones de pérdida, búsqueda y encuentro, se convierten en situaciones de alegría. Las tres terminan en fiesta: el pastor, la mujer y el papá invitan a sus amigos y amigas, a sus vecinos y vecinas, a celebrar el reencuentro de la oveja, la moneda y el hijo. ¡Qué bueno es Dios con los pecadores! Así lo describen el Éxodo, cuando Dios decidió no castigar a su pueblo, y Pablo que fue perdonado.
Lo que Jesús dijo a través de las tres parábolas no fue solamente para los escribas y fariseos, incapaces de perdonar a los demás, ni sólo para las otras personas que lo estaban escuchando en aquella ocasión. Es también para nosotros hoy. En nuestras familias hay desavenencias, entre esposos se dan los problemas, en los barrios y colonias hay pleitos y relaciones rotas, entre compañeros de trabajo hay competencias y fricciones. ¿Qué tanto vivimos el perdón?
Ante situaciones de pleitos, que se convierten en situaciones de pecado porque se rompe la hermandad, no falta quienes aconsejen negar la palabra, desquitarse, levantar falsos, ir con las personas que hacen “trabajitos” para vengarse de quien ha hecho algún mal. Pero poco se aconseja la tolerancia, el perdón, la corrección fraterna. Jesús nos dice que el camino es el perdón, saber ser hermanos, actuar como hijos de Dios Padre y Madre misericordioso.
En este domingo, antes de encontrarnos sacramentalmente con Jesús, reconozcamos y agradezcamos a Dios que se ha mostrado siempre dispuesto al perdón, que nos busca y nos espera para perdonarnos, que hace fiesta cuando nos reconciliamos con Él y con los demás. En el momento de comulgar renovemos nuestro compromiso de vivir el perdón entre familiares, entre vecinos, entre compañeros de trabajo. Pidámosle que, a ejemplo suyo, seamos misericordiosos.
15 de septiembre de 2013