Homilía para el 23er domingo ordinario 2020
La corrección fraterna, signo de amor
Dios nos invita a hacernos responsables del hermano o hermana que falla en la comunidad. A través de Ezequiel pide amonestar al malvado para que se aparte del mal camino; por medio de san Pablo nos pide no tener otra deuda con nadie, más que la del amor mutuo; en Jesús nos pide la corrección fraterna.
La corrección fraterna, signo de amor
Textos: Ez 33, 7-9; Rm 13, 8-10; Mt 18, 15-20
Dios nos invita a hacernos responsables del hermano o hermana que falla en la comunidad. A través de Ezequiel pide amonestar al malvado para que se aparte del mal camino; por medio de san Pablo nos pide no tener otra deuda con nadie, más que la del amor mutuo; en Jesús nos pide la corrección fraterna. Todos y todas nos equivocamos, pecamos, rompemos la comunión en la comunidad; esto es innegable. La Palabra del Señor nos hace caer en la cuenta de que una de las maneras de vivir el amor y de garantizar la comunión es la corrección fraterna, algo no fácil, pero indispensable en la vida de la comunidad. La Comunión sacramental nos compromete a ayudarnos mutuamente.
Cuando alguien se equivoca es fácil que nos burlemos de él, que le echemos en cara su error, incluso que lo maltratemos tratándolo de tonto –por utilizar una palabra más suave, pero no menos agresiva que otras–. Cuando sabemos que alguien comete un pecado, es fácil que lo despistemos o que, bajita la mano, lo platiquemos con otras personas. Cuando alguien nos ofende, generalmente buscamos el desquite, de palabra o con golpes. En general poco buscamos el modo de ayudarle a reconocer su error, su pecado o su ofensa; o también, cuando hacemos algo por hacerle caer en la cuenta, se lo refregamos en la cara, incluso como si nosotros no pecáramos. Y cuando la situación es al revés, o sea, cuando uno es quien falla, peca, ofende, y otra persona nos quiere corregir, entonces es bien difícil aceptarlo, reconocerlo, agradecer la ayuda y tomar la decisión de cambiar.
Jesús nos indica el camino a seguir en estos casos como discípulos suyos. Es un camino basado en el amor y hay que recorrerlo con la conciencia de que es responsabilidad de todos garantizar la comunión en la comunidad. Por eso, es importante que, a la luz de estos textos bíblicos, nos revisemos y veamos cómo tenemos que actuar para ser discípulos y discípulas de comunión y para prepararnos a recibir la Comunión sacramental, expresión de que queremos vivir como Jesús.
Lo primero que indica es platicar a solas con el hermano o hermana que ha pecado o nos ha ofendido, no para agredirlo sino para invitarlo a reconocer su falta y a que asuma el camino de conversión, que implica pedir y dar el perdón, de manera personal o como comunidad. Lo que Jesús quiere es que no se rompa la comunión entre discípulos y, si está frágil o se ha roto, entonces para rehacerla. Esto quiere decir que debemos estar siempre dispuestos a corregir y a que se nos corrija. Ni una cosa ni la otra son fáciles, pero las tenemos que cultivar en nuestra vida. Para dar este paso, se necesita conectar la lengua con el corazón, no con el hígado, y hacerlo con la conciencia de que es un acto de amor al hermano y a la comunidad, y de que también somos pecadores.
Si no hace caso a la amonestación, el siguiente paso es hacer lo mismo, pero delante de dos o tres testigos, para que conste que se le invitó a reconocer su falta y a cambiar de vida. Si tampoco esto funciona, hay que convocar a la comunidad para volverlo a amonestar, no para difamarlo, sino para que la asamblea sepa que varias veces se le ha intentado corregir como hermano y porque es un miembro de la misma comunidad. Y si ni esto da resultado, entonces lo último es tratarlo como pagano o publicano, lo que quiere decir que se le dé testimonio de vida comunitaria.
Ahora que estamos más de dos o tres reunidos en el nombre de Jesús en esta Asamblea dominical, pidamos a Dios que estemos siempre dispuestos a corregir y a ser corregidos como hermanos, que busquemos hacerlo como expresión de amor mutuo, con la conciencia de ser pecadores y con el ideal de que se mantenga la comunión en la comunidad. Que la recepción de la Comunión sacramental se convierta en fuente y compromiso de comunión en las familias, el barrio y la parroquia.
6 de septiembre de 2020