Homilía para el 23er domingo ordinario 2015
Abrir los ojos, soltar la lengua
Al igual que el hombre sordo y tartamudo del Evangelio, en este domingo nos encontramos personal y comunitariamente con Jesús. Él no sólo nos toca para que se nos abran los oídos y se nos suelte la lengua, sino que se dejará comer para llenarnos de su fuerza, por lo que éste se convierte en un encuentro sacramental que nos transforma en testigos suyos, en trabajadores del Reino, en misioneros incansables. Sólo falta reconocer que tenemos necesidad de Él.
Abrir los ojos, soltar la lengua
Textos: Is 35, 4-7; St 2, 1-5; Mc 7, 31-37.
Al igual que el hombre sordo y tartamudo del Evangelio, en este domingo nos encontramos personal y comunitariamente con Jesús. Él no sólo nos toca para que se nos abran los oídos y se nos suelte la lengua, sino que se dejará comer para llenarnos de su fuerza, por lo que éste se convierte en un encuentro sacramental que nos transforma en testigos suyos, en trabajadores del Reino, en misioneros incansables. Sólo falta reconocer que tenemos necesidad de Él.
Es interesante cómo la comunidad de aquel enfermo le facilitó el encuentro con Jesús. Este es un desafío para nuestras comunidades: hacer que todos sus miembros se encuentren con Jesús. Hoy, viéndola bien y en este sentido, cada quien podemos reconocer que la comunidad nos ha facilitado venir a escuchar al Señor y alimentarnos de Él. La convocada a este encuentro dominical con Él es la comunidad y ella nos trae a cada quien para dejarnos transformar por Él.
Jesús escuchó al enfermo y conociendo su situación, le metió sus dedos en los oídos y le tocó la lengua mojándola con su saliva. Jesús nos enseña a tener los oídos abiertos a las necesidades de los demás; este es otro desafío para nosotros, pues en el Bautismo se nos tocaron los oídos y se nos dijo que era para escucharlo a Él. Y Jesús nos habla en el sufrimiento de los demás. Al mismo tiempo que tocó los oídos, pidió a su Padre que se los abriera. Y comenzó a escuchar.
La apertura de los oídos no fue solamente para que pudiera escuchar, así a secas. Los oídos abiertos son para escuchar a Jesús, que nos habla, como hoy, en los Evangelios; pero también se dirige a nosotros en la voz de los enfermos, los migrantes, los hambrientos, las víctimas de la violencia, la naturaleza maltratada…; nos habla por la voz del Papa Francisco, que nos pide vivir la solidaridad con los sufrientes y salir a las periferias a consolar y llevar el Evangelio.
Jesús espera que lo escuchemos y hagamos caso a su voz, para realizar lo mismo que Él, como el que estaba sordo y tartamudo. Una vez que oyó a Jesús, comenzó a hablar y a dar testimonio de Él, a convencer a los demás de ir a su encuentro. Por eso en el Bautismo, además de los oídos también se nos tocó la boca, para proclamar nuestra fe en Jesús. La fe se proclama no sólo diciendo que creemos en Jesús sino atendiéndolo en los pobres, enfermos, migrantes…
Si se nos tocó la boca, entonces debemos tener la lengua suelta. Pero no para ofender, rezongar, maltratar, extorsionar, levantar falsos, sino para predicar el Evangelio. Este es otro modo de manifestar nuestra fe en Jesús. La lengua suelta es para proclamar la Palabra de Dios en las asambleas comunitarias, para hablar de Jesús a los hijos, para orientar a quienes andan en la vida por otro rumbo, para consolar a los sufrientes, para defender los derechos humanos…
¿Qué tanto escuchamos la Palabra de Dios? ¿Qué tanto caso le hacemos? ¿Qué tanto escuchamos los lamentos de los pobres y les hacemos caso? ¿Qué tanto atendemos los gritos de la Madre Tierra, descuidada y maltratada? ¿De qué hablamos con nuestra boca? ¿Proclamamos el Evangelio a los demás, en la propia familia, el lugar de trabajo, el barrio, colonia o rancho? ¿Consolamos a quienes sufren? ¿Qué tanto expresamos nuestra fe en Dios y lo alabamos?
Este domingo pidamos al Señor que tengamos nuestros oídos bien abiertos y nuestra lengua bien suelta para colaborar en el anuncio del Evangelio. Con nuestra vida hagamos que se haga realidad el sueño de Dios, expresado por el profeta Isaías en la primera lectura y el apóstol Santiago en la segunda lectura. Después del encuentro sacramental con Jesús, hagámonos como el que estaba sordo y tartamudo: escuchémoslo y proclamémoslo con toda nuestra vida.
6 de septiembre de 2015