Homilía para el 23er domingo ordinario 2014
La corrección entre discípulos
Los textos bíblicos que se han proclamado en esta primera parte de nuestra celebración dominical, nos invitan a vivir la corrección entre discípulos y esto como manifestación del amor al prójimo. Reflexionar en la vivencia de este mandato de Jesús, sostenido por san Pablo, nos prepara para encontrarnos sacramentalmente con Jesús en el momento de la Comunión. Por ser personas, es fácil que “la reguemos” y ofendamos a los demás. No hay que asustarnos de esto.
La corrección entre discípulos
Textos: Ez 33, 7-9; Rm 13, 8-10; Mt 18, 15-20.
Los textos bíblicos que se han proclamado en esta primera parte de nuestra celebración dominical, nos invitan a vivir la corrección entre discípulos y esto como manifestación del amor al prójimo. Reflexionar en la vivencia de este mandato de Jesús, sostenido por san Pablo, nos prepara para encontrarnos sacramentalmente con Jesús en el momento de la Comunión. Por ser personas, es fácil que “la reguemos” y ofendamos a los demás. No hay que asustarnos de esto.
En su enseñanza a sus discípulos, Jesús señaló con claridad el camino a seguir para que las relaciones entre los miembros de la comunidad no se fracturen, para que no se nieguen la palabra o se volteen la cara, para que no se rompa la comunión. Él era consciente de las dificultades que se dan entre personas y no se asustaba. Por eso dijo qué tienen que hacer sus discípulos cuando eso suceda, sobre todo cuando ellos reciben ofensas de palabra o agresiones físicas.
Yo creo que todos tenemos experiencias de ofensas y agresiones, tanto de parte de los demás a nosotros como de nosotros a los demás: entre esposos, entre hermanos, entre papás e hijos, entre vecinos, entre compañeros de trabajo, entre agentes de pastoral, entre sacerdotes, entre monjas, entre consagrados. Nadie nos escapamos. Eso no debería suceder, por ser bautizados; pero si sucede o ha sucedido no nos debemos asustar, pero sí preocupar.
Jesús ofrece la solución a las ofensas entre discípulos. Según lo que escuchamos en el Evangelio, el discípulo o discípula que ha recibido la ofensa no debe devolverla ni desquitarse. La persona agredida, consciente de su condición de discípulo o discípula de Jesús, es quien debe tomar la iniciativa e ir platicar con su agresor para manifestarle el amor. Esto tiene que hacerlo a solas con la otra persona, como hermano, con el corazón en la cabeza y en sus palabras.
¡Qué difícil es esto! Y, sin embargo, es el camino indicado por Jesús, porque se ocupa garantizar la comunión entre sus discípulos. Pensemos en nuestra situación. ¿Qué hemos hecho, qué estamos haciendo con quien nos ha ofendido? Quizá le hayamos negado la palabra y tengamos días o meses –o años– sin hablarle; o tal vez ya ejercimos venganza en su contra o le inventamos un falso, o le hemos hecho mala fama. Jesús nos pide hablar a solas con esa persona.
Una vez dado ese paso de la corrección fraterna de manera personal, se ha cumplido con el mandato de Jesús y se ha dado testimonio de ser su discípulo. No siempre la otra persona hará caso de la corrección, como lo previene Jesús. Eso ya no depende de quien corrige, pero no debe dejar el asunto así. Jesús nos habla de otro paso: llamar a una o dos personas más y, delante de ellas, invitar al ofensor a cambiar; así habrá quien dé testimonio de que se le corrigió.
Si no hace caso a la corrección de un hermano, aun teniendo uno o dos testigos, entonces hay que pasar el asunto a la comunidad. El sentido de este paso no es para exhibir públicamente a la otra persona ni para crearle mala fama, sino para que la comunidad lo acoja como un miembro suyo que ha fallado al ofender a otro de sus miembros, es decir, para que la comunidad como pastor cargue sobre sus hombros a una oveja perdida y la reintegre al rebaño.
Y si ni así hace caso el agresor, todavía hay otro paso: considerarlo como pagano o publicano, pero no como excluido o apestoso, sino como alguien a quien se debe dar testimonio de seguir a Jesús. De todos modos, en cualquier situación es necesario juntarse para pedir al Padre por la comunión entre discípulos, porque vuelva el que se ha alejado, porque no haya fracturas; Él escuchará. Pidamos a Dios que esto suceda entre nosotros para vivir siempre en la comunión.
7 de septiembre de 2014