Homilía para el 22º domingo ordinario 2014

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Seguir al Mesías

Ord22 A 14

El domingo pasado escuchamos la pregunta de Jesús a sus discípulos sobre lo que la gente decía de Él. Le respondieron que lo consideraban un profeta. Y luego les devolvió la pregunta a ellos. Pedro, a nombre de los Doce, le dijo que era el Mesías, el Hijo de Dios vivo. Y les pidió que no dijeran que Él era el Mesías. En el texto del Evangelio que acabamos de escuchar, Jesús explica lo que significa ser el Mesías y las consecuencias que trae seguirlo en su camino.

Seguir al Mesías

Textos: Jr 20, 7-9; Rm 12, 1-2; Mt 16, 21-27.

Ord22 A 14

El domingo pasado escuchamos la pregunta de Jesús a sus discípulos sobre lo que la gente decía de Él. Le respondieron que lo consideraban un profeta. Y luego les devolvió la pregunta a ellos. Pedro, a nombre de los Doce, le dijo que era el Mesías, el Hijo de Dios vivo. Y les pidió que no dijeran que Él era el Mesías. En el texto del Evangelio que acabamos de escuchar, Jesús explica lo que significa ser el Mesías y las consecuencias que trae seguirlo en su camino.

Les comenzó a hablar de su ida a Jerusalén, la ciudad más importante para los judíos, por ser el centro económico, político y religioso de Israel. Les anunció que allí iba a padecer mucho a manos de los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, que eran precisamente los dirigentes del pueblo judío, y que lo condenarían a muerte, pero que al tercer día resucitaría. Aparentemente suena sencillo eso de que iba a sufrir mucho, ser condenado a muerte y resucitar; pero no.

El sufrimiento a que se refería Jesús era el de la tortura. Quien ha sido torturado sabe de lo que se trata; es algo mucho más fuerte, doloroso e inhumano que el bullying “ordinario”. La condena a muerte no era tampoco sencilla. Si a alguien le dicen los médicos que tiene cáncer, inmediatamente piensa en la muerte y comienza un sufrimiento interno, del que solamente esa persona sabe lo que se siente. La sentencia de Jesús fue precisamente la de morir crucificado.

Cuando Pedro escuchó eso, inmediatamente lo hizo a un lado para decirle que si se trataba del Mesías eso no le debería suceder, que eso no era para Él. Para ellos, como para todos los judíos que esperaban al Mesías, éste los iba a liberar de todos sus sufrimientos, pero de una manera violenta, como caudillo con ejércitos, acabando con sus enemigos. Para nada pensaban que el Mesías liberaría a su pueblo muriendo en la cruz y menos que lo tenían que seguir.

Al ver la reacción de Pedro, Jesús le pidió que no se interpusiera en su camino actuando como Satanás sino que lo siguiera. No era Pedro quien tenía qué decirle cómo debería actuar en su condición de Mesías; al contrario, le tocaba solamente seguirlo en su camino. Lo mismo era para los demás y lo mismo es para nosotros, que estamos bautizados. Por eso, inmediatamente Jesús hizo una invitación, que permanece para nosotros hoy, a quien quiera ser su discípulo.

La invitación es a renunciar a sí mismos, tomar la propia cruz y seguirlo. Esto quiere decir que el más importante es Jesús y no el discípulo, quien marca el camino y estilo de vida es Jesús y no sus discípulos, quien va por delante en el destino final de la cruz es Jesús. A los discípulos y discípulas del Mesías solamente nos toca escucharlo, aceptar su propuesta, optar por vivir como Él, seguirlo en su camino, asumir las consecuencias sintetizadas en la cruz.

Nosotros tendemos a un cristianismo “a la carta”, diseñamos nuestra vida cristiana cómoda; impedimos a familiares o a otras personas, que anuncien el Evangelio y que asuman un servicio en la comunidad… o nos burlamos de ellas. Se quieren sacramentos sin compromiso, se piden Misas sin asumir un servicio en la comunidad, se bendicen imágenes sin decidirse a vivir como Jesús, la Virgen o los santos. Así actuamos como Pedro en relación a Jesús.

Es necesario tomar conciencia de que ser bautizados implica seguir a Jesús, el Mesías, como Él nos indica; no diseñemos pues nuestra vida de acuerdo a nuestros intereses y comodidades. Nos vamos a encontrar sacramentalmente con Jesús en la Comunión. Aceptemos su invitación a renunciar a nosotros mismos, tomar nuestra cruz y seguirlo en su camino. Quitemos de nuestro proyecto de vida todo aquello que sea cristianismo cómodo, “a la carta” y sin compromiso.

31 de agosto de 2014

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