Homilía para el 21er domingo ordinario 2014

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Revelación

Ord21 A 14

Hoy que nos encontramos reunidos para la celebración dominical de la Eucaristía, Jesús nos interroga sobre su persona. Nos pregunta quién decimos que es Él. Ya tenemos muchos años como bautizados y se supone que viviendo la experiencia de seguimiento a Jesús; ya tenemos tiempo reuniéndonos en la comunidad, al menos los domingos, también lo hemos hecho muchas veces. A este momento de nuestra vida, ¿qué decimos de Jesús?, ¿qué hemos aclarado de Él?

Revelación

Textos: Is 22, 19-23; Rm 11, 33-36; Mt 16, 13-20.

Ord21 A 14

Hoy que nos encontramos reunidos para la celebración dominical de la Eucaristía, Jesús nos interroga sobre su persona. Nos pregunta quién decimos que es Él. Ya tenemos muchos años como bautizados y se supone que viviendo la experiencia de seguimiento a Jesús; ya tenemos tiempo reuniéndonos en la comunidad, al menos los domingos, también lo hemos hecho muchas veces. A este momento de nuestra vida, ¿qué decimos de Jesús?, ¿qué hemos aclarado de Él?

La pregunta de Jesús no era sólo para que la respondieran sus discípulos de aquel tiempo. Es una pregunta permanente y ahora nos toca responderla. De Él la gente decía que era un profeta, incluso daban algunos nombres: Juan Bautista que había resucitado, o Elías que habría regresado del cielo, o algún otro profeta como Jeremías. Eso lo decían por lo que veían y escuchaban de Jesús. Vivía como profeta y realizaba lo propio de un profeta.

Luego les preguntó lo mismo a los Doce. Para ellos, en la voz de Simón Pedro, era el Mesías, el Hijo de Dios vivo. Veían más de cerca y más permanentemente la actividad de Jesús, pues lo seguían por dondequiera que caminaba. Eran testigos de su estilo de vida, escuchaban su predicación, lo veían servir a los enfermos, lo oían perdonar los pecados; ellos mismos habían escuchado su llamado a la conversión y a seguirlo. Y para ellos Jesús hacía lo propio del Mesías.

La respuesta de Pedro fue alabada por Jesús, pero no tanto porque la dijera sino porque era una revelación del Padre. Reconocer a Jesús como el Mesías, como el Hijo de Dios vivo, no es solamente fruto de un esfuerzo humano; es principalmente un don de Dios. Reconocer de Jesús lo que es, es un regalo de Dios. Esto es un desafío para nosotros hoy. Aclarar quién es Jesús, descubrir su identidad, confesarlo convencidos de lo que decimos, es un don del Padre.

En este día podemos preguntarnos qué tanto hemos conocido de Jesús a lo largo de nuestra vida, qué decimos de su persona, su proyecto, su misión. Saber quién es Jesús es por una parte consecuencia de seguirlo en su enseñanza, su camino, su estilo de vida; por lo tanto, debemos revisar nuestra experiencia de seguimiento, de encuentro con Él, de apertura a su proyecto al servicio del Reino. ¿Cómo y dónde nos encontramos con Jesús? ¿Qué hemos descubierto de Él?

Pero, por otra parte, y todavía más importante, conocer la identidad de Jesús es un regalo de la misericordia del Padre. No lo podemos descubrir ni confesar en lo que Él es, sin la ayuda de Dios, sin su revelación. ¿Cómo nos abrimos a la voz de Dios en relación a su Hijo? Ciertamente en la catequesis, en nuestra familia y en las celebraciones, hemos escuchado mucho sobre Jesús y hemos aprendido de memoria a decir que es el Hijo de Dios, que es nuestro hermano, etc.

Pero el punto está en lo que hemos ido descubriendo y aclarando de Jesús por nuestra propia experiencia de encuentro con Él, por nuestro esfuerzo de seguirlo personal y comunitariamente en su camino. Quizá no coincida lo que hemos aprendido de memoria con lo que poco a poco hemos descubierto por la experiencia. Esto es lo más importante. Y no se trata sólo saber de Jesús sino de vivir su mismo estilo de vida, anunciar el Evangelio, trabajar por el Reino.

Enseguida lo confesaremos como el Hijo de Dios que murió, resucitó, subió al cielo y está sentado a la derecha del Padre; luego nos encontraremos sacramentalmente con Él en la Comunión. Pidamos a Dios el don de profundizar en la persona de su Hijo, como Pedro y los demás discípulos; renovemos el compromiso de seguirlo en su camino, personal y comunitariamente; vayamos a proclamarlo con nuestras palabras y estilo de vida después de la Eucaristía.

24 de agosto de 2104

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