Homilía para el 20º domingo ordinario 2019
Abrirnos al Espíritu de Jesús
Los profetas son siempre molestos y a todos les va mal porque son rechazados. Lo acabamos de escuchar en los textos bíblicos recién proclamados. Esto nos tiene que animar a fortalecer nuestra condición de profetas y nuestra opción por Jesús. La recepción de Jesús en la Comunión nos dará la fuerza para mantenernos en esta doble dimensión de nuestra condición de bautizados.
Abrirnos al Espíritu de Jesús
Textos: Jr 38, 4-6. 8-10; Hb 12, 1-4; Lc 12, 49-53
Los profetas son siempre molestos y a todos les va mal porque son rechazados. Lo acabamos de escuchar en los textos bíblicos recién proclamados. Esto nos tiene que animar a fortalecer nuestra condición de profetas y nuestra opción por Jesús. La recepción de Jesús en la Comunión nos dará la fuerza para mantenernos en esta doble dimensión de nuestra condición de bautizados.
Los profetas son personas que están llenas de Dios y comunican a su pueblo lo que tienen en el corazón: la experiencia de Dios. Era lo que hacían Jeremías y Jesús. Y la voz de Dios no siempre es agradable. Jeremías ya tenía hartos a los jefes de Jerusalén y por eso decidieron matarlo. Les anunciaba la Palabra de Dios, les recordaba los compromisos que tenían como israelitas, les echaba en cara sus injusticias, abusos y dobles caras, los invitaba a la conversión. Esta es precisamente la misión de los profetas. Y como no les gustaba lo que les decía, para acabar con él lo echaron en un pozo. Dios lo sostuvo en su misión y lo protegió en los aprietos, como ha hecho siempre con sus enviados. El profeta no actúa en nombre propio, sino de Dios, y vive su misión confiado en Él.
A Jesús le pasó lo mismo. Él sabía que no todos los que lo escucharan iban a recibir con gusto su mensaje, a convertirse y entrar en la vida del Reino de Dios que proclamaba. Era consciente que muchos lo iban a rechazar al grado de llevarlo a la muerte. Esto se lo anunció por lo menos tres veces a sus discípulos. Y no sólo lo sabía, sino que lo estaba experimentando día a día.
Jesús habla de un fuego. Sabemos que el fuego quema, transforma, purifica. Él tenía su corazón lleno de la fuerza del Espíritu y se dejaba conducir por Él en la misión. Ese es el fuego que deseaba que estuviera ardiendo en la tierra, sobre todo en el corazón y la vida de sus discípulos y discípulas, pero también en todos aquellos que lo escucharan. Ese Espíritu fue el que recibimos en el Bautismo y en la Confirmación para vivir como discípulos misioneros de Jesús. Él espera que esté ardiendo en nuestro corazón y que realicemos comprometidamente la misión que nos encomendó.
Jesús habló también de un bautismo y de la angustia que experimentaba mientras que llegaba. Se refería a su muerte. El bautismo de Jesús fue su muerte en la cruz, la cual aceptó sin temer su ignominia, como dice el autor de la Carta a los Hebreos. La cruz fue su destino como profeta y la consecuencia de su misión. Fue el signo más claro del rechazo y la oposición de los jefes religiosos judíos a su mensaje, porque los molestaba, los denunciaba, les echaba en cara su doble vida, sus injusticias y sus abusos en contra del pueblo a quien debían servir, cuidar, conducir y defender.
Pero el rechazo a Jesús no fue ni ha sido sólo de los dirigentes judíos. Muchos de sus discípulos y discípulas también han protestado contra Él, su estilo de vida y sus enseñanzas, habiendo sido consagrados profetas. ¿Cuántos de nosotros, incluso de quienes venimos a Misa cada domingo, también hemos renegado de Jesús, porque no aceptamos sus mandamientos, porque no queremos perdonar, porque pasamos de largo ante los pobres y sufrientes, porque no queremos asumir un compromiso en bien de nuestro barrio, porque nos resistimos a hacer vida en comunidad?
Renovemos hoy nuestra opción por Jesús, aunque esto nos traiga dificultades. Abramos nuestro corazón a la acción de su Espíritu para vivir, como Él y como Jeremías, nuestra condición de profetas. No colaboremos a la división en nuestra familia y comunidad por razón del anuncio del Evangelio. Dispongámonos a recibir sacramentalmente a Jesús en la Comunión, para llenarnos de su fuerza y de su pasión por el Reino y para salir a realizar la misión que recibimos en el Bautismo.
18 de agosto de 2019