Homilía para el 1º de enero de 2014 (La Madre de Dios)

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El don de la maternidad

Textos: Nm 6, 22-27; Gal 4, 4-7; Lc 2, 16-21.

María1

Con la Eucaristía le damos gracias a Dios por lo recibido a lo largo del año que ha terminado y nos ponemos en sus manos para aprovechar lo que Él nos dará en este año que comienza, para cultivar la hermandad y la paz. Hoy nos encontramos con el testimonio de la Virgen María que iba aprendiendo a ser mamá. Por eso le agradecemos a Dios el don de la maternidad, que le concedió a la Virgen, a nuestras mamás y les concede a tantas mujeres en el mundo.

El don de la maternidad

Textos: Nm 6, 22-27; Gal 4, 4-7; Lc 2, 16-21.

María1

Con la Eucaristía le damos gracias a Dios por lo recibido a lo largo del año que ha terminado y nos ponemos en sus manos para aprovechar lo que Él nos dará en este año que comienza, para cultivar la hermandad y la paz. Hoy nos encontramos con el testimonio de la Virgen María que iba aprendiendo a ser mamá. Por eso le agradecemos a Dios el don de la maternidad, que le concedió a la Virgen, a nuestras mamás y les concede a tantas mujeres en el mundo.

A la Virgen la veneramos como Madre de Dios. Esta advocación se fue cultivando y nació en la Iglesia a lo largo de los siglos. En el Ave María, después de recitar las palabras con que la saludó el ángel el día de la Anunciación: “Dios te salve, María, llena eres de gracia”, y las palabras con que la bendijo su prima Isabel: “bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre”, la reconocemos e invocamos como Madre de Dios: “Santa María, Madre de Dios”.

La maternidad es un don de Dios. Él la diseñó y la infundió en las capacidades humanas de las mujeres. Por medio de ella –y eso realza la grandeza de este don– Dios quiso realizar su proyecto de salvación. La maternidad es mucho más que la capacidad de tener hijos. Es la gracia de recibirlos en el vientre, esperarlos con gusto, darlos a luz, criarlos, acompañarlos en su crecimiento, enseñarlos a enfrentar la vida. Todo esto implica ilusiones, alegrías y sinsabores.

A María le sucedió todo esto. Dios la eligió para que, por su medio, recibiéramos a su Hijo. Ella tenía su proyecto de ser la mamá de los hijos de José. Pero nunca se imaginó que sería la madre del Mesías. Tenía que aprender, como aprenden todas las mamás, a ser la mamá del Hijo de Dios. Lo recibió en su vientre, lo esperó con gusto, lo dio a luz, lo mostró a los pastores como escuchamos en el Evangelio, lo crio, lo acompañó en su crecimiento, lo hizo gente de bien.

Ser la Madre del Hijo de Dios le trajo alegrías y sinsabores. La mamá aprende con el primer hijo. Con Jesús aprendió de todo: a escuchar alabanzas hacia ella y hacia el Niño, a cuidarlo y defenderlo de la muerte, a enseñarle el camino de la vida, a ser su discípula hasta la cruz. Muchas veces no sabía qué hacer, cómo reaccionar. Esto lo remarca san Lucas diciendo que guardaba todo en su corazón y lo meditaba. Trataba de aclarar el camino para salir adelante.

Al igual que ella, todas las mamás aprenden a vivir este don, que le ponemos a Dios sobre el altar. Gracias a nuestra mamá llegamos a este mundo, recibimos el alimento y el cariño, las bases para la vida y el acompañamiento permanente. Aunque tomemos nuestro rumbo en la vida, la mamá no deja de ser nuestra mamá y está al pendiente de todo lo que hagamos y de cómo nos está yendo en la vida. Se alegra y sufre con sus hijos, como le pasó a María con Jesús.

Con nuestra oración damos gracias a Dios porque por medio de su Hijo fuimos rescatados del pecado, fuimos hechos hijos e hijas de Él, somos herederos de su gracia. Le agradecemos porque, como dice la oración colecta, la virginidad de María se hizo fecunda, no sólo por haberse hecho mamá sino porque su Hijo nos dio la salvación eterna. También damos gracias a Dios por nuestras mamás porque por su medio, entre muchas otras cosas, recibimos el don de la fe.

En este día nos encontraremos sacramentalmente con Jesús, el Hijo de Dios e Hijo de María. Que, al igual que los pastores, no sólo lo veamos, y nos alegremos, sino que, llenos de Él, demos gracias a Dios, lo demos a conocer y nos convirtamos en alegres mensajeros de su Evangelio. Que uno de los propósitos de este año nuevo sea precisamente éste, el de ser misioneros de Jesús, el Hijo de la Virgen María. Que, como ella, meditemos lo que significa esta tarea.

1º de enero de 2014

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