Homilía para el 1er domingo de Cuaresma 2016

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Vencer las tentaciones

Cuar1 C 16

Esto que acabamos de escuchar en el Evangelio es un resumen del ambiente en que Jesús vivió su actividad misionera. Las tentaciones estuvieron siempre presentes en su ministerio, desde el desierto hasta la cruz. La cruz fue el momento oportuno al que se refiere san Lucas al final del texto. Si nos fijamos bien, las tentaciones fueron en un ambiente de retiro, soledad, oración, ayuno. Él se había ido al desierto para prepararse interiormente a comenzar su misión.

Vencer las tentaciones

Textos: Dt 26, 4-10; Rm 10, 8-13; Lc 4, 1-13.

Cuar1 C 16

Esto que acabamos de escuchar en el Evangelio es un resumen del ambiente en que Jesús vivió su actividad misionera. Las tentaciones estuvieron siempre presentes en su ministerio, desde el desierto hasta la cruz. La cruz fue el momento oportuno al que se refiere san Lucas al final del texto. Si nos fijamos bien, las tentaciones fueron en un ambiente de retiro, soledad, oración, ayuno. Él se había ido al desierto para prepararse interiormente a comenzar su misión.

Nosotros estamos comenzando la Cuaresma, tiempo más fuerte de oración, encuentro con la Palabra, ayuno, solidaridad, penitencia… que nos ayuda a prepararnos para la celebración de la Pascua de Jesús. Y nos puede pasar lo mismo que a Él, para que no nos confiemos. Jesús estaba por iniciar su misión, aquella para la cual había sido ungido por el Espíritu Santo en el Jordán, es decir, anunciar buenas nuevas a los pobres, liberar, curar, consolar, perdonar.

Todo iba bien hasta que terminó su retiro de cuarenta días. En ese momento se encontraba lleno de Dios, fortalecido por su Espíritu, totalmente dispuesto al anuncio del Reino. Ahí se le presentó el diablo, exactamente en cuanto sintió hambre. Jesús, el Hijo de Dios, venía a servir, a confortar, a transmitir el perdón, a rehacer e incluir a los excluidos; en una palabra, venía para ofrecer y hacer experimentar la misericordia de Dios a quienes se encontraran con Él.

Precisamente en eso fue puesto a prueba por el demonio. Le metió en la cabeza que se podía aprovechar de su condición de Hijo de Dios para sacarle jugo y beneficiarse, para enriquecerse, para ganar fama. Pero le pedía a cambio que lo adorara a él; o sea, que dejara de obedecer a su Padre y que más bien obedeciera lo que él le propusiera. Jesús tenía por delante la puerta abierta y todas las posibilidades para abandonar el proyecto que Dios le había encomendado.

Pero no cayó en la tentación. Tuvo que haber vivido una lucha muy fuerte contra sí mismo y, sobre todo, contra el diablo, pues no fue una experiencia de dos minutos, que es lo que dura la proclamación del texto. El hecho de dejarse conducir por el Espíritu de Dios y la fortaleza que había adquirido en el desierto, la conciencia de estar en las cosas de su Padre, lo sostuvieron en su camino, su proyecto, su misión. No se dejó convencer y comenzó su servicio de misericordia.

Nosotros estamos bautizados, recibimos al mismo Espíritu que acompañó a Jesús desde el Jordán hasta la cruz, tenemos la misma condición de hijos e hijas de Dios, recibimos la misma misión. Al igual que Jesús, de muchas maneras hemos sido tentados con ofertas de dinero, poder, fama, placer, para que no vivamos como hijos de Dios, para que lo desobedezcamos y no cumplamos la misión de anunciar la buena nueva a los pobres, curar, consolar, perdonar.

Jesús se sostuvo. ¿Y nosotros? El diablo llega ofreciendo dinero fácil y con él el poder para dominar a los demás; ofrece oportunidades de hacer tranzas, de enriquecernos a costa de los demás, de romper las relaciones de hermandad, de vivir el desquite de las ofensas, de cerrarnos al perdón. Lo único que pide es que lo adoremos. Se presenta con cara de dinero, puestos, imagen bonita, sexo, lujos, marcas. Lo que intenta es que no cumplamos la misión que recibimos.

Hoy el Señor nos invita a repensar nuestra vida, nuestro proyecto misionero, nuestras opciones de vida. Fortalezcamos la conciencia de ser hijos e hijas de Dios, pidamos el auxilio de su Espíritu para dejarnos conducir por Él a lo largo de nuestra vida, reconozcámonos frágiles pero confiados a la asistencia del Señor. Preparémonos a recibir a Jesús en la Comunión y encomendémonos a Él, para que también podamos vencer las tentaciones que se nos presenten.

14 de febrero de 2106

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