Homilía para el 18º domingo ordinario 2019

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Evitar la avaricia
La palabra de Dios nos invita hoy a evitar todo tipo de avaricia, porque orienta el corazón de las personas hacia el dinero y los bienes materiales, hasta convertirlos en dios, con todas las consecuencias que esto trae. Para prepararnos a recibir la Comunión sacramental, vamos a revisar nuestra vida a la luz de los textos bíblicos que se han proclamado.

Evitar la avaricia

Textos: Ecl 1,2; 2, 21-23; Col 3, 1-5. 9-11; Lc 12, 13-21

 

La palabra de Dios nos invita hoy a evitar todo tipo de avaricia, porque orienta el corazón de las personas hacia el dinero y los bienes materiales, hasta convertirlos en dios, con todas las consecuencias que esto trae. Para prepararnos a recibir la Comunión sacramental, vamos a revisar nuestra vida a la luz de los textos bíblicos que se han proclamado.

A Jesús le pidieron que arreglara un pleito entre dos hermanos por la herencia. Eso no le tocaba a Él y se lo aclaró, pero aprovechó la oportunidad para hacer una reflexión sobre lo que sucede cuando el corazón se centra en el dinero y los bienes materiales. Les pidió –y nos pide– evitar toda clase de avaricia, y dijo la razón: la vida humana no depende de la abundancia de los bienes que se posea. Y cuánta gente, quizá nosotros que estamos aquí en la celebración dominical, hace del dinero, los terrenos, las casas, los autos, lo último de la moda en aparatos, el objetivo de su vida. Pone en eso todo su talento, su ciencia y su habilidad, se afana hasta la fatiga, le da vueltas por la noche para ver cómo tener más bienes y sacar más dinero, como dice el autor del Eclesiastés. Y, al final, todo se convierte en una ilusión vana. Jesús lo explica con la parábola del rico acaparador.

El rico pensó en gozar la vida, en darse a la buena vida, con lo que iba acumulando. Esta es la razón del empobrecimiento, pues cuando unos acaparan y acumulan, privan a otros de lo que Dios dio para que todos los humanos pudiéramos vivir con dignidad. La pobreza es consecuencia de la injusticia. Dios le dijo a aquel rico que esa noche moriría y le preguntó para quién serían todos sus bienes. Cuando la persona muere, no se lleva nada de lo material, por más que tenga. Lo único que se lleva son sus obras y de esto se le va a pedir cuentas. Lo que sí va a dejar son problemas, pleitos como pasó con aquellos dos hermanos, se le va a quedar a otro que no lo trabajó.

Además, como señala Pablo, la avaricia se convierte en idolatría. Al dinero y los bienes materiales se les da el rol de dioses y se les rinde culto, se les dedica el tiempo, se pone a su servicio, se les ofrecen sacrificios, se convierten en la motivación de la vida. Lo que se debería dedicar al Dios de Jesús, que es misericordioso, se le dedica a los bienes materiales. A Dios se le debe el honor, la gloria y la alabanza. Es lo que nos enseñó Jesús en la oración del Padrenuestro.

¿Cuántas tranzas hay con tal de conseguir dinero y bienes? ¿Cuántos pleitos hay entre hermanos por la herencia, incluso en vida de sus papás, al grado no sólo de discutir, sino de pelearse, negarse la palabra, no visitarse, levantarse falsos, y más cosas? ¿A cuántas personas se les ha quitado la vida por un terreno, por un puesto, por un robo, por una deuda? ¿Cuántas personas de las que han hecho tranzas, han peleado por herencias, han robado o matado con tal de tener más, son bautizadas y se confiesan católicas? Todo por la avaricia. Recordemos que Jesús nos pide evitarla.

Pablo nos invita a buscar los bienes de arriba, donde está el Señor; o sea, la solidaridad, la justicia, la igualdad, la tolerancia, la armonía, el perdón, el anuncio del Evangelio, la atención a los pobres y a los enfermos. Como no son materiales, no dan poder, no hacen estar por encima de los demás, no dan bienestar ni seguridad, no hacen lucir, ni nos interesan. Esos casi no los buscamos, siendo miembros de la Iglesia, y de esos son de los que tenemos que dar cuentas. ¿Por dónde anda nuestro corazón y, por tanto, nuestra vida, proyectos, opciones, intereses?

Que nuestra participación en esta celebración nos renueve y que la Comunión nos mantenga unidos a Jesús, para que en nuestra vida evitemos la idolatría de la avaricia.

4 de agosto de 2019

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