Homilía para el 17º domingo ordinario 2019
Orar como Jesús
Jesús fue una persona de oración. Este es el testimonio que nos dan sus discípulos a través de san Lucas. Ellos andaban con Él todos los días y lo veían cómo oraba. Era tal su relación con el Padre que un día le pidieron que los enseñara a orar. Lo que les dijo Jesús enseguida nos ayuda a revisar nuestra vida y a prepararnos para recibirlo en esta Eucaristía dominical.
Orar como Jesús
Textos: Gn 18, 20-32; Col 2, 12-14; Lc 11, 1-13
Jesús fue una persona de oración. Este es el testimonio que nos dan sus discípulos a través de san Lucas. Ellos andaban con Él todos los días y lo veían cómo oraba. Era tal su relación con el Padre que un día le pidieron que los enseñara a orar. Lo que les dijo Jesús enseguida nos ayuda a revisar nuestra vida y a prepararnos para recibirlo en esta Eucaristía dominical.
Jesús pasaba noches enteras en oración, en diálogo con su Padre, platicándole, escuchándolo. Esto es precisamente la oración. Para esto se iba a la montaña, a lugares solitarios. De ahí volvía con ganas, lleno de la fuerza de Dios, a realizar su misión. Lo que hacía: enseñanzas, curaciones, expulsión de demonios… lo realizaba unido al Padre y conducido por el Espíritu. ¿Cuánto dedicamos nosotros a orar, a platicar con Dios, a escucharlo? La oración debe ser algo ordinario en nuestra vida, así como lo era para Jesús, si no, ¿de dónde sacamos fuerzas para hacer lo que hacemos y para realizar la misión que recibimos en el Bautismo?
Lo que Jesús enseñó a sus discípulos sintetiza lo que dialogaba con el Padre. Primero se dirigía a Él para bendecirlo y santificarlo por lo que es y por su proyecto del Reino; después pedía que su proyecto del Reino se realizara entre nosotros: que a nadie le falte el pan, que perdonemos y nos perdone, que no nos permita caer en la tentación. Es la oración que aprendimos desde pequeños en nuestra casa y en la catequesis, es la oración que más frecuentemente recitamos.
Jesús se mantuvo orando hasta el final, hasta la cruz, en la que anuló el documento del pecado que nos condenaba, como dice Pablo. Varias de las siete palabras que dijo en la cruz son frases de los Salmos: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”, “Tengo sed”, “En tus manos encomiendo mi espíritu”. ¡Lo estaba alabando en el momento culmen de la prueba, le estaba expresando su necesidad y dependencia de Él, tenía toda su confianza en Él! Hasta que, en su última oración, le dijo que estaba cumplido todo lo que le había encomendado. Nada de reclamos, nada de exigencias, nada de desesperación. ¿Se parece nuestra oración a la de Jesús?
La otra cosa que enseñó a sus discípulos es que la oración debe ser permanente, constante, insistente. Insistente no quiere decir exigente sino sostenida. Esto lo explicó con el ejemplo del que fue a medianoche con su amigo a pedirle un pan, porque no tenía nada para ofrecerle a su visita que le llegó de improviso. Le insistió hasta que logró que se levantara a dárselo. Así fue la oración de Abraham intercediendo por Sodoma y Gomorra para que Dios no las destruyera. Así fue la oración de Jesús durante su vida, como narran los evangelistas. Así debería ser la nuestra como hijos e hijas de Dios. ¿Nuestra oración personal y comunitaria es insistente y confiada?
Cuando se hace la oración a Dios, ¿qué hay que decirle? Él sabe nuestra vida, nuestras situaciones, proyectos, trabajos, angustias, dificultades, pero hay que platicárselas para expresar nuestra confianza y manifestarle nuestra dependencia de Él, tal como hacía Jesús. Lo que sí necesitamos pedirle es su Espíritu, para que nos ilumine, nos sostenga, nos conduzca en nuestra vida. Es lo que muy poco pedimos a Dios para vivir como hijos suyos, para cumplir con fidelidad nuestra misión, para construir la comunidad, para luchar por la paz, para trabajar por su Reino.
Aprendamos de Jesús a vivir nuestra relación de hijos e hijas con el Padre. Oremos confiadamente, con el compromiso de realizar lo que le decimos en el Padrenuestro; seamos persistentes en nuestra oración, para que sea como la de Jesús. Preparémonos a recibirlo en la Comunión.
28 de julio de 2019