Homilía para el 17° domingo ordinario 2020
Lo valioso del Reino
Al igual que el domingo pasado, el texto del evangelio nos ofrece tres parábolas que dijo Jesús sobre el Reino de Dios. En estas está resaltada la actitud de quienes descubren lo valioso del Reino: se alegran, disciernen qué hacer, se deciden por Él y hacen todo lo posible por poseerlo. Así tiene que ser nuestra actitud ante la grandeza del sacramento de la Comunión que hoy se nos ofrece.
Lo valioso del Reino
Textos: 1 Re 3, 5-13; Rm 8, 28-30; Mt 13, 44-52
Al igual que el domingo pasado, el texto del evangelio nos ofrece tres parábolas que dijo Jesús sobre el Reino de Dios. En estas está resaltada la actitud de quienes descubren lo valioso del Reino: se alegran, disciernen qué hacer, se deciden por Él y hacen todo lo posible por poseerlo. Así tiene que ser nuestra actitud ante la grandeza del sacramento de la Comunión que hoy se nos ofrece.
Jesús dijo que el Reino de Dios es como un tesoro que alguien se encuentra en el campo y como una perla muy valiosa que encuentra un comerciante en perlas finas, aunque su valor no es material. Es mucho más valioso, porque se trata del proyecto de salvación ofrecido por Dios a la humanidad y del estilo de vida que Jesús vivió y transmitió a sus discípulos. Esto es necesario que lo tengamos en cuenta como bautizados, porque es lo que tendría que estar orientando nuestra vida personal y comunitaria. Así que hay que revisarnos para prepararnos a recibir el tesoro de la Comunión.
Quien descubre la grandeza del Reino se alegra. Así lo dijo Jesús y así tendría que ser nuestra alegría como discípulos suyos, al saber que el Reino consiste en vivir amando a los demás, sirviéndolos, perdonando, siendo solidarios ante la necesidad, defendiendo la dignidad y derechos de las personas y de la naturaleza; en todo esto, teniendo como privilegiados a los pobres y sufrientes. Creo que a la mayoría de los miembros de la Iglesia este estilo de vida no nos pasa ni por la mente ni por el corazón como algo muy valioso; algunos lo admiran de quienes lo viven, pero no lo siguen; son muy poquitas personas las que están convencidas de él y han optado por vivir así. Cuando se nos plantea, generalmente decimos que está bien, que así debemos vivir; pero sólo lo decimos y no nos alegramos, mucho menos lo hacemos nuestro ni nos decidimos a vivir así.
La propuesta del Reino exige discernimiento. Sabemos que es para todos los bautizados, pero poco nos planteamos que así sea nuestra vida personal y comunitaria, aunque no tengamos bienes materiales. Por estos, generalmente se nos van los ojos; si están a nuestro alcance, nos alegramos y buscamos cómo hacernos de ellos; diseñamos nuestra vida para poseerlos. Esto mismo es lo que tendríamos que estar haciendo frente a la oportunidad de poseer la vida del Reino de Dios. O sea, tenemos que ser personas y comunidades de discernimiento, que nos planteemos continuamente que el Reino está a nuestro alcance, que nos alegremos por esta posibilidad, que busquemos qué hacer para hacerlo nuestro, que aclaremos de qué cosas, actitudes, proyectos nos tenemos que deshacer porque nos impiden asumir ese estilo de vida y hagamos todo para lograr vivirlo.
Fue lo que hizo Salomón ante la invitación que Dios le hizo a pedirle todo lo que quisiera, con la promesa de dárselo. Siendo rey, pudo haberle pedido todo el poder, todo el honor, todos los bienes, la derrota de sus enemigos, salud, una larga vida, etc. –y el Señor se lo daría–; sin embargo, en su discernimiento y en base a lo que ocupaba y buscando cumplir sus preceptos, como dice el Salmo, sólo le pidió sabiduría de corazón para gobernar y para distinguir entre el bien el mal.
¿De qué tenemos que deshacernos para amar, para vivir como hermanos, para ser justos, para perdonar, para compartir nuestro pan ante la pobreza, para defender la dignidad y los derechos de las personas y de la Madre tierra, para formar comunidad? En otras palabras, ¿de qué nos tenemos que despojar para entrar en la vida del Reino de Dios, como los sencillos reconocidos por Jesús?
Dispongámonos a recibir el tesoro del Cuerpo y la Sangre de Jesús, que se nos ofrece como alimento, para fortalecernos y mantenernos en la búsqueda del tesoro del Reino hasta poseerlo.
26 de julio de 2020