Homilía para el 16º domingo ordinario 2020

Enemigos del Reino

Textos: Sb 12, 13. 16-19; Rm 8, 26-27; Mt 13, 24-43

San Mateo nos ofrece hoy tres parábolas que dijo Jesús sobre el Reino de Dios. Vernos reflejados en ellas, nos ayudará a prepararnos para recibir sacramentalmente a Jesús en la Comunión.

El Reino de Dios tiene una dinámica totalmente diferente a los reinados y gobiernos de este mundo, basados generalmente en el dominio, la esclavitud, guerras, desquites, injusticias, privilegios. El Reino de Dios es un estilo de vida basado en el amor y se manifiesta en la justicia, la solidaridad, el perdón, la hermandad. Tampoco es aparatoso, como lo podemos descubrir en las parábolas, sino sencillo, prácticamente invisible y silencioso; comienza con algo muy pequeño, como es una semilla sembrada en la tierra, una pequeñísima semilla de mostaza o un poco de levadura.

Aunque ocupa de la colaboración humana, el Reino no depende de las personas sino del Espíritu de Dios. Él es quien actúa, quien obra por dentro, quien hace nacer y crecer, quien convierte en grande lo insignificante. Así como las semillas tienen la vida por dentro, así el Espíritu tiene y comunica la vida de Dios a las personas; así como la levadura hace crecer la masa, así el Espíritu hace crecer la vida de Dios en el mundo. Solamente hay que sembrar las semillas de hermandad, justicia, solidaridad, perdón, amor, armonía… en el mundo y, lógicamente, cuidarlas día a día. Esta es la tarea que tenemos desde el día en que nos bautizaron: somos trabajadores al servicio del Reino de Dios.

La siembra comienza en el corazón de cada quien, en el estilo de vida familiar y comunitario, y de allí se comunica a la sociedad y al mundo. Esta siembra no es solamente en los miembros de la Iglesia, aunque nosotros por estar bautizados, tenemos un compromiso y las motivaciones de fe. La siembra del Reino sucede en todos los espacios humanos, independientemente de la religión que se tenga; el Espíritu se hace presente con su vida por donde Él quiere. Esto se lo agradecemos a Dios con nuestra Eucaristía dominical y le pedimos que siga actuando en el mundo y que nosotros, como colaboradores suyos, no dejemos de trabajar para que su Reino resplandezca.

Jesús habló también de la semilla de cizaña que siembra el enemigo y que nace y crece junto con la semilla buena. El mal, que se manifiesta con muchos signos en la vida de las personas, familias y sociedad, es un desafío para nosotros. Cuando se habla de los enemigos de la Iglesia, generalmente se refiere a las personas que hablan mal de ella, que la desprestigian o que denuncian situaciones de injusticia, abusos, desigualdades, existentes dentro de ella. Pero Jesús habla de los enemigos del dueño del Reino y entre ellos podemos fácilmente estar nosotros, para que nos revisemos.

Es enemigo quien siembra el mal, el pecado, el daño, e induce a otros a unirse a ellos. Es enemigo de Dios y su reinado quien es indiferente ante el sufrimiento de los pobres, quien induce a otros a la droga, las transas, el crimen organizado, el dinero fácil; es enemigo del Reino quien se resiste a vivir en comunidad, a perdonar, a colaborar al bien común de la sociedad, a cuidar la Casa común; es enemigo quien desprecia a los y las demás por diferencias de religión, pensamientos, preferencias, culturas, color, género, lugar de origen. Veamos si somos o no de estas personas. Si lo somos, y creo que muchos de nosotros bautizados y de Misa dominical sí, es necesario que lo reconozcamos y dejemos que penetre en nuestro corazón la llamada de Dios a la conversión.

La espera hasta la cosecha es el tiempo que Dios nos da para que nos arrepintamos y cambiemos de estilo de vida, como reconoce el libro de la Sabiduría. Pidamos a Dios el don de la conversión, dejándonos conducir por su Espíritu, que nos ayuda a pedir lo que nos conviene, como dice Pablo.

19 de julio de 2020