Homilía para el 15º domingo ordinario 2020

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Dejar que la Palabra dé fruto
El proyecto de Dios es que su Palabra dé fruto en quienes la reciben. Es lo que nos presentan los textos bíblicos de este domingo, por lo que, para prepararnos a recibir la Comunión sacramental, podemos revisar nuestra vida sobre lo que está pasando con la Palabra de Dios que hemos recibido.

Dejar que la Palabra dé fruto

Textos: Is 55, 10-11; Rm 8, 18-23; Mt 13, 1-23

El proyecto de Dios es que su Palabra dé fruto en quienes la reciben. Es lo que nos presentan los textos bíblicos de este domingo, por lo que, para prepararnos a recibir la Comunión sacramental, podemos revisar nuestra vida sobre lo que está pasando con la Palabra de Dios que hemos recibido.

Isaías compara la Palabra salida de la boca de Dios con la lluvia. La lluvia empapa la tierra, la fecunda, la hace germinar y dar semillas para mantener la vida, sea porque se siembran sea porque con ellas se hace harina para el pan que luego se come. El agua de la lluvia regresa arriba cargada de frutos. Eso es lo que Dios espera que realice su palabra en la vida de su pueblo: que los empape, los fecunde y los lleve a producir frutos de hermandad. Esto supone recibirla, dejarla que penetre, que haga germinar la solidaridad, la atención a los pobres, el perdón, la justicia, el amor, para que la vida de Dios se mantenga y acreciente en medio de su pueblo.

Jesús comparó la Palabra del Reino con la semilla sembrada en el suelo. No todas las semillas caen en tierra limpia y buena: a unas se las comen los pájaros o las ardillas, a otras les falta espacio para enraizar, y a otras les toca nacer y crecer entre espinas o enredaderas que luego sofocan las plantitas. Sólo las que son recibidas por la tierra buena llegan a dar fruto.

En esta parábola, por la explicación de Jesús, el acento no está puesto en la Palabra sino en la tierra que la recibe. Y aquí es donde nos tenemos que revisar, porque la tierra somos las personas. El sembrador avienta la semilla; toda es apta para germinar, porque está llena de vida, como la Palabra de Dios. La Palabra es la misma siempre, trae toda la vida de Dios para su pueblo, para la humanidad y para la creación entera de la que habla san Pablo. La Palabra de Dios espera germinar en la vida de cada persona que la recibe, en la vida de cada miembro de la Iglesia, en la vida de la Iglesia como tal, y en la vida de la creación. Nosotros la hemos recibido prácticamente toda nuestra vida. La hemos oído incluso desde antes de ser bautizados y ¿qué ha pasado con ella en nosotros?

Revisar nuestra vida es mucho más que preguntarnos si venimos o no a Misa. Se trata de preguntarnos sobre lo que, a partir de la Palabra de Dios, hacemos en la familia para educarnos en la fe y vivir en armonía, lo que hacemos como barrio para vivir en comunidad, lo que hacemos en medio de la sociedad para garantizar el bien común, lo que hacemos para cuidar nuestra Casa común que gime y sufre por los maltratos a que está siendo sometida y que espera la redención.

¿No será que el Diablo está arrebatándonos la Palabra al decirnos, a través de otras personas, que no le hagamos caso, que para qué leemos la Biblia, que no nos reunamos en comunidad? ¿No será que casi siempre, sobre todo en la preparación a los sacramentos, nos motivamos con lo que dice la Palabra de Dios y nos comprometemos a vivir bien, a colaborar en el barrio, a cuidar la ecología, y luego, por la inconstancia, dejamos esos proyectos? ¿No será que en la mente y en el corazón tenemos al dinero, la moda, los bienes, la vida cómoda, como lo más importante y lo poco que nos llega del Evangelio queda ahogado? Pensemos qué lugar que le damos a la Palabra en nuestra vida.

Dios espera que seamos como la tierra buena, que acojamos su Palabra, la dejemos que penetre y germine en nuestro corazón y en la vida del barrio, para que lleguemos a producir frutos. No importa la cantidad, pocos o muchos frutos, sino que colaboremos para que la vida del Reino aparezca con claridad a lo interno de las familias, en la vida de comunidad, en medio de la sociedad y en nuestra relación armónica con la creación. Preparémonos a recibir sacramentalmente a Jesús.

12 de julio de 2020

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