Homilía para el 14º domingo ordinario 2013
Alegría por la misión
Textos: Is 66, 10-14; Gal 6, 14-18; Lc 10, 1-12. 17-20.
En los textos de la Palabra de Dios que se han proclamado encontramos la alegría que se experimenta en el cumplimiento de la misión. Esto nos dispone a recibir, también con mucha alegría, el Cuerpo y la Sangre de Jesús, alimento que nos fortalece para ir como misioneros a la comunidad. Los 72 regresaron llenos de alegría de la misión a la que Jesús los envió. San Pablo se manifestó contento –se gloriaba– por lo que significaba participar de la cruz de Jesucristo.
Después de haber enviado a los Doce, Jesús llamó y envió a otros 72 a la misión. Antes de enviarlos les dio las indicaciones. Les advirtió de situaciones que, de vivirlas a plenitud, también a nosotros nos tendrían que llenar de alegría: saber que hay mucho que hacer en el anuncio del Evangelio, orar a Dios, salir a la misión, ir como ovejas, ir sin dinero ni bienes materiales, ser portadores de paz, comer lo que haya, atender enfermos, anunciar el Reino de Dios.
En la vida ordinaria, en general, los miembros de la Iglesia buscamos exactamente lo contrario de lo que pide Jesús, y eso nos tiene que preocupar. ¿Qué buscamos? No saber nada del compromiso de evangelizar, olvidarnos de Dios y no orar, no dedicar ni un rato para la misión, comportarnos como lobos para los demás, afanarnos por el dinero y los bienes materiales, alimentar la violencia y ahuyentar la paz, despreocuparnos de los enfermos y de anunciar el Reino.
En el Bautismo fuimos constituidos misioneros y enviados a la misión; por la Confirmación asumimos por nosotros mismos la tarea de evangelizar, es decir, fuimos confirmados en nuestros compromisos bautismales; con la Eucaristía nos alimentamos para ir a anunciar el Reino de Dios. Hoy participaremos de la Comunión sacramental; para eso hemos venido. Al comulgar nos comprometemos a salir de este encuentro dominical a llevar la Buena Nueva, como los 72.
Ellos fueron y realizaron lo que Jesús les pidió. Regresaron llenos de alegría y le comentaron a Jesús que hasta los demonios se les sometían en su nombre. Pero Él les aclaró que eso no era lo importante sino que sus nombres estuvieran escritos el cielo. Eso viene como consecuencia de realizar la misión desprendidos de todo lo material y totalmente libres para el anuncio del Evangelio, superando las dificultades puestas por los lobos, transmitiendo la paz, sirviendo.
Es un desafío para nosotros no ser cristianos tristes, apesadumbrados, adoloridos por la misión. El papa Francisco ha comentado ya varias veces que los miembros de la Iglesia tenemos cara de funeral y que así no se puede colaborar en la misión. Ciertamente la evangelización trae dificultades, exigencias, imprevistos, sufrimientos. Pero es parte de la misión. La misión va acompañada de la cruz y los sufrimientos, como comparte san Pablo en su Carta a los Gálatas.
El cristiano está llamado a dar testimonio de alegría y de contagiar de ella a los demás, en la propia familia, en la misma comunidad, en su espacio de trabajo, en medio de la sociedad. Hoy se nos invita a tomar conciencia de lo central que es la misión en nuestra vida. No podemos ser cristianos si no evangelizamos, no nos podemos llamar Iglesia si no somos comunidades misioneras. El cumplimiento de la misión nos convierte en cristianos, en misioneros de Jesús.
Que el encuentro sacramental que tendremos con Jesús este domingo nos impulse a ir a la misión, como los 72: es decir, encomendados a Dios, como ovejas entre lobos, desligados de lo material, con la paz que da Jesús, decididos a servir a los enfermos y a los pobres y a expulsar el mal, a hacer presente el Reino de Dios. Que todo esto, a pesar de las dificultades y sufrimientos con que nos encontremos, nos haga experimentar la alegría que viene por realizar la misión.
7 de julio de 2013