Homilía para el 12º domingo ordinario 2020
El Padre nos cuida y sostiene
Lo que acabamos de escuchar en este texto del evangelio es parte de las instrucciones que Jesús dio a sus apóstoles al enviarlos a la misión. El domingo pasado escuchamos y reflexionamos la primera parte de estas indicaciones. Les dijo dos cosas, que son para nosotros hoy: una, que iban a tener dificultades al realizar misión; otra, que el Padre los iba a cuidar y sostener en esas dificultades. Esto mismo aparece en la primera lectura y en el salmo de hoy.
El Padre nos cuida y sostiene
Textos: Jr 20, 10-13; Rm 5, 12-15; Mt 10, 26-33
Lo que acabamos de escuchar en este texto del evangelio es parte de las instrucciones que Jesús dio a sus apóstoles al enviarlos a la misión. El domingo pasado escuchamos y reflexionamos la primera parte de estas indicaciones. Les dijo dos cosas, que son para nosotros hoy: una, que iban a tener dificultades al realizar misión; otra, que el Padre los iba a cuidar y sostener en esas dificultades. Esto mismo aparece en la primera lectura y en el salmo de hoy.
Todos sabemos que quien se dedica al evangelio, al servicio en la comunidad, al bien común en la sociedad, tiene dificultades, comenzando con la propia familia, no se diga con los vecinos o con los compañeros de trabajo o de estudio. Por eso, muchas personas deciden no servir a la comunidad, o si ya están haciendo algo por los demás, por el Evangelio, por la sociedad, por la ecología, fácilmente dejan. Y Jesús anima a sus discípulos a no tener miedo; lo escuchamos tres veces.
Lo mismo les pasó a Jeremías, al autor del salmo responsorial, a Pablo, a Jesús, a sus apóstoles y a las primeras comunidades, como está reflejado en los textos que se han proclamado. Tuvieron dificultades y, sin embargo, confiaron en que Dios, si no los libraba de los ataques, habladas, persecuciones, torturas, condena a muerte, sí los cuidaría y sostendría en la realización de su misión.
Lo primero que les dijo Jesús a los doce fue que no temieran a los hombres. Pero no se refería a todas las personas en general, sino a aquellas que les iban a provocar sufrimientos por andar, como Él, en el anuncio del Reino. No está en el texto del evangelio de hoy, pero sí en los versículos anteriores. Les advirtió que por su causa los odiarían, los perseguirían, los tratarían de endemoniados, los entregarían a los tribunales para enjuiciarlos, los azotarían en las sinagogas, los llevarían ante gobernadores y reyes, los entregarían para matarlos, incluso de parte de los propios papás, hijos y hermanos. No les esperaba un buen destino, pero ellos tenían que dar testimonio de Jesús, quien iba experimentando lo mismo y eso se le prolongaría hasta la cruz. Por eso les dijo que no temieran.
La razón para no temer está en la acción amorosa de Dios, que cuida y sostiene a quienes viven conforme a sus mandamientos, a quienes realizan la misión para la que los llamó y envió, a quienes van a la misión enviados por Jesús. No hay que temer, porque si Dios cuida de los pajaritos y de cada uno de los cabellos de las personas, con más razón cuidará de sus enviados. La garantía está en el mismo Jesús, a quien cuidó y sostuvo hasta su muerte en la cruz, consecuencia de realizar con fidelidad la misión que su Padre le encomendó; no le quitó los problemas y dificultades, pero sí lo acompañó y lo sostuvo hasta la muerte, como había hecho con Jeremías y todos los profetas.
Este cuidado del Padre está expresado en los textos proclamados. Jeremías decía que el Señor estaba a su lado, que pone a prueba al justo y salva la vida de su pobre de la mano de los malvados, porque el justo y el pobre le encomiendan su causa. El salmista, consciente de que Dios es clemente, fiel, bueno, tierno y que nunca desoye al pobre, le dice que le ayude, lo escuche, lo socorra ante los oprobios recibidos. En la cruz, a pesar del sentimiento de abandono, Jesús le dijo: “Dios mío, Dios mío” y le manifestó su confianza, diciéndole que en sus manos encomendaba su espíritu.
Así es que no hay que tener miedo de anunciar el Evangelio, servir en la comunidad, trabajar por el bien común de la sociedad, cuidar de la Casa común. Seamos conscientes de que esto, que es parte de la misión que recibimos en el Bautismo, va a traer dificultades; pero también tengamos claro que Dios cuida y sostiene a quienes realizan su misión con fidelidad y confianza en Él.
21 de junio de 2020