Homilía para el 11er domingo ordinario 2103
Amar, ser misericordiosos, perdonar
Textos: 2 Sam 12, 7-10. 13; Gal 2, 16. 19-21; Lc 7, 36-8, 3.
Hoy, por ser el Día del Señor, nos hemos reunido para celebrar la Eucaristía. Dios nos alimenta primero con su Palabra, que nos llama al amor, a la misericordia y al perdón. Al reflexionarla nos preparamos para recibir el otro alimento de Dios: su Hijo Jesús que se hace Pan y Vino para nosotros. Jesús se sentó a la mesa en casa de un fariseo, llamado Simón, como escuchamos en el Evangelio. Ahí con una mujer –pecadora pública– vivió el amor, la misericordia y el perdón.
Amar, ser misericordiosos, perdonar
Textos: 2 Sam 12, 7-10. 13; Gal 2, 16. 19-21; Lc 7, 36-8, 3.
Hoy, por ser el Día del Señor, nos hemos reunido para celebrar la Eucaristía. Dios nos alimenta primero con su Palabra, que nos llama al amor, a la misericordia y al perdón. Al reflexionarla nos preparamos para recibir el otro alimento de Dios: su Hijo Jesús que se hace Pan y Vino para nosotros. Jesús se sentó a la mesa en casa de un fariseo, llamado Simón, como escuchamos en el Evangelio. Ahí con una mujer –pecadora pública– vivió el amor, la misericordia y el perdón.
Jesús vino enviado por su Padre Dios para llevar a plenitud el proyecto de salvación de la humanidad. En esta escena evangélica lo podemos descubrir con claridad y por eso le agradecemos a Dios con la Eucaristía el don de su Hijo, que nos muestra que Dios ama a todas las personas y de modo especial a las que se reconocen pecadoras. Dios es misericordioso y por eso perdona a quien se abre a su perdón, como manifestó la mujer que llegó a casa de Simón.
Ella, dice san Lucas, era una pecadora pública. No dice cuál era su pecado o por qué era reconocida como mujer de mala vida. Tampoco dice su nombre. Lo que resalta de ella es su apertura a Jesús: va y lo busca, lo encuentra, llora ante Él. Seguramente reconociendo su pecado o sus pecados. Al mismo tiempo, el evangelista resalta las actitudes del fariseo que había invitado a Jesús a comer: la crítica, la murmuración, el desprecio, el juicio, la condena.
A diferencia de la mujer, Simón no reconocía su condición pecadora. Quizá se preciaría de ser santo, puro, limpio, perfecto –fariseo al fin–, con derecho a enjuiciar y condenar a los demás, con derecho a desacreditar a la mujer, con derecho a dudar del actuar de Jesús. Con eso estaba cerrado a experimentar el amor de Dios, a ser objeto de su misericordia, a saborear el perdón que Jesús traía. Y Jesús se lo señala con el ejemplo de los deudores perdonados.
¿Cuántas veces hemos actuado como este fariseo? ¿Cuántas veces hemos actuado como Jesús? ¿Cuántas veces hemos actuado como la mujer? Cada quien sabe. Hoy nos podemos revisar. Si nos hemos puesto a enjuiciar a los demás porque sentimos que tenemos derecho de hacerlo, incluso sin reconocer nuestra condición pecadora, estamos como Simón. Y ese no es el camino que nos lleva al encuentro con el amor de Dios que, por su misericordia, perdona.
El camino a seguir nos lo marca aquella mujer pecadora. Necesitamos buscar a Jesús, encontrarnos personalmente con Él, reconocer y llorar nuestro pecado, abrirnos a su misericordia, escuchar sus palabras de perdón, regresar a la vida ordinaria experimentando la paz por haber sido perdonados, iniciar una vida nueva. Esto sucede de modo especial en el sacramento de la Reconciliación. Necesitamos hacer este proceso para parecernos luego a Jesús.
Jesús nos dice también el modo de actuar ante los demás, sobre todo los que son mal vistos, excluidos, menospreciados o desechados. En la vida de la sociedad hay muchísimas personas: borrachitos, drogadictos, prostitutas, homosexuales, lesbianas, discapacitados, indígenas, etc. A todos ellos y todas ellas tenemos que amarles, mostrarles la misericordia, manifestarles el perdón. Pero no lo podemos hacer mientras no reconozcamos nuestra condición pecadora.
Ojalá que fortalezcamos nuestro proceso de conversión. Reconozcamos que somos pecadores; seamos tolerantes con quienes, como nosotros, se equivocan, fallan y caen en el pecado; abrámonos al amor de Dios que Jesús nos muestra, seamos misericordiosos con todos y todas; convirtámonos en agentes de perdón, de modo que nos parezcamos a Jesús. Alimentados por la Palabra y la Eucaristía, regresemos con la paz del perdón, como aquella mujer de fe y amor.
16 de junio de 2103
muy buen comentario, felicidades