Homilía para el 11er domingo ordinario 2016
El signo más claro de la misericordia
En los textos bíblicos de este domingo nos encontramos con uno de los signos más claros de la misericordia de Dios: el perdón. David fue perdonado de su pecado de adulterio, la mujer que llegó a casa de Simón fue perdonada de sus muchos pecados, Pablo quedó justificado gracias a la muerte de Jesús en la cruz. La reflexión sobre este regalo de Dios nos puede ayudar en nuestra preparación para participar de la Comunión sacramental y para salir luego a vivir el perdón.
El signo más claro de la misericordia
Textos: 2 Sam 12, 7-10. 13; Gál 2, 16. 19-21; Lc 7, 36-8, 3.
En los textos bíblicos de este domingo nos encontramos con uno de los signos más claros de la misericordia de Dios: el perdón. David fue perdonado de su pecado de adulterio, la mujer que llegó a casa de Simón fue perdonada de sus muchos pecados, Pablo quedó justificado gracias a la muerte de Jesús en la cruz. La reflexión sobre este regalo de Dios nos puede ayudar en nuestra preparación para participar de la Comunión sacramental y para salir luego a vivir el perdón.
En la primera lectura escuchamos, en palabras del profeta Natán, la historia del pecado del Rey David y el anuncio del castigo que le esperaba como consecuencia de su acción. Él reconoció su culpa diciendo que había pecado contra el Señor e inmediatamente recibió el perdón de Dios. Cómo nos hace falta reconocer con humildad nuestros pecados para experimentar el amor misericordioso de Dios, pues Él está siempre dispuesto a perdonar. Con David esto quedó claro.
Eso mismo pasó con la mujer que fue a encontrarse con Jesús en casa de Simón el fariseo. Ella, una mujer conocida y reconocida como pecadora en aquella ciudad, fue y se metió en la casa de un puro, limpio y santo. No tuvo miedo de ser señalada con tal de recibir el perdón de Dios. Se saltó las normas judías –un pecador no podía juntarse con los limpios porque los contaminaba– para agradecerle a Jesús el hecho de haber sido perdonada de todos sus pecados.
Las mejores muestras de agradecimiento por el perdón recibido fueron sus lágrimas. Lo demás, sus besos, sus cabellos, el perfume en los pies de Jesús, completó lo que tenía en sus lágrimas. Era la alegría de una pecadora cuya vida anterior quedaba en el pasado, era la experiencia de saberse acogida por Dios, habiendo sido rechazada y señalada por todos durante una buena parte de su vida; era la emoción de haber quedado libre de la carga de sus pecados.
Simón vio mal esta escena de encuentro entre Jesús y la mujer. No le pareció que ella entrara a su comida ni que se le acercara a Jesús ni que Jesús recibiera todos sus signos de gratitud. Simón no sabía perdonar sino juzgar. No tenía la experiencia de ser perdonado, ¿cómo iba a perdonar? Jesús se lo dijo claramente con el ejemplo de los deudores: quien más ama sabe más del perdón y puede perdonar. Así sucedió con aquella mujer, por lo que la puso como modelo.
Por si quedara duda de lo que estaba sucediendo en aquella ocasión, Jesús le dijo a la mujer que sus pecados le habían sido perdonados. Los demás convidados a la comida tampoco aceptaron que ella hubiera sido perdonada y comenzaron a murmurar contra Jesús. Imagínense lo que ella sintió al escuchar esas palabras de Jesús. Y para completar, Jesús le valoró su fe y la despidió en paz. Es la paz que queda cuando se han escuchado las palabras de perdón.
¿Qué nos dejan estos textos bíblicos? En primer lugar, reconocer y agradecer el perdón gratuito, tanto el que viene de Dios como el que se da entre personas. El compromiso de no juzgar a los demás sabiéndonos pecadores. La importancia de reconocernos pecadores, de buscar el perdón de Dios y de los demás, y experimentar la paz que deja el perdón dado y recibido. La necesidad de amar mucho para ser perdonados de todos nuestros pecados.
Aprovechemos junto con Pablo la justificación que trajo a toda la humanidad la muerte de Jesús en la cruz, porque por ella recibimos el perdón gratuito de Dios. Pidamos a Dios que aumente nuestra fe para creer que Él por su misericordia nos perdona y nos pide que también perdonemos a los demás. Renovemos nuestra comunión con Jesús, sobre todo en el momento de comulgar, para salir de esta Eucaristía a ser agentes del perdón que Él nos transmite.
12 de junio de 2016