Homilía para el 10º domingo ordinario 2018
Se necesitan «locos y endemoniados»
Jesús andaba realizando su misión de anunciar y hacer presente el Reino de Dios en el mundo. Lo hacía diariamente con sus palabras y con sus hechos. Por andar en la misión y por el modo de realizarla fue tratado de loco y endemoniado, como acabamos de escuchar en el evangelio. Sus parientes fueron a buscarlo para agarrarlo y llevárselo a su casa, pues decían que estaba fuera de sí; los escribas lo acusaban de estar poseído por Satanás, por lo que según ellos expulsaba a los demonios. Con este Jesús nos vamos a encontrar en la Eucaristía, para llenarnos de su fuerza y seguir trabajando en el anuncio y realización del Reino de Dios en nuestra comunidad parroquial.
Se necesitan «locos y endemoniados»
Textos: Gn 3, 9-15; 2 Cor 4, 13-5, 1; Mc 3, 20-35
Jesús andaba realizando su misión de anunciar y hacer presente el Reino de Dios en el mundo. Lo hacía diariamente con sus palabras y con sus hechos. Por andar en la misión y por el modo de realizarla fue tratado de loco y endemoniado, como acabamos de escuchar en el evangelio. Sus parientes fueron a buscarlo para agarrarlo y llevárselo a su casa, pues decían que estaba fuera de sí; los escribas lo acusaban de estar poseído por Satanás, por lo que según ellos expulsaba a los demonios. Con este Jesús nos vamos a encontrar en la Eucaristía, para llenarnos de su fuerza y seguir trabajando en el anuncio y realización del Reino de Dios en nuestra comunidad parroquial.
La locura de Jesús era por el Reino. Él estaba apasionado por el Reino y a eso estaba dedicado en su vida. Lo anunciaba con su predicación, lo explicaba con parábolas, invitaba a la conversión para poder entrar en él; lo realizaba con sus hechos: curando enfermos, expulsando demonios, perdonando pecados, consolando a los sufrientes, multiplicando los panes, entregando su vida día a día. Esto lo llevó a tomar un estilo de vida austero, de andar por pueblos, campos, veredas y orillas del lago, sin un domicilio fijo, a veces sin comer, con dificultades con las autoridades religiosas. Era un estilo de vida no ordinario, como el de los loquitos o vagabundos. Así lo consideraron sus familiares, por eso fueron a buscarlo para llevárselo a su casa.
Jesús actuaba con la fuerza del Espíritu Santo. No expulsaba a los demonios por estar poseído por Satanás, como decían los escribas. Ellos querían desacreditarlo ante la gente y ante sus discípulos. Por eso Jesús aclaró que eso era una blasfemia contra el Espíritu Santo. El pecado estaba en adjudicarle al demonio lo que realizaba el Espíritu Santo. Todo lo que Jesús realizaba para anunciar y hacer presente el Reino de Dios era por obra del Espíritu Santo. Era imposible que Satanás expulsara a Satanás. Eso sería el fin de su reinado.
Más bien ellos eran los que actuaban dejándose seducir por el Diablo. Él, como escuchamos en la primera lectura, actúa para hacer el mal, para poner tentaciones, para hacer que las personas se dividan, se peleen, luchen por el poder, se alejen de Dios, destruyan la armonía de la naturaleza. Así les sucedió a nuestros primeros padres, Adán y Eva; a ellos los tentó diciéndoles que podían llegar a ser como dioses si comían del árbol que Dios les había prohibido comer. Y cayeron en la tentación, hasta descubrir su desnudez y tratar de esconderse de la presencia de Dios.
Hoy se necesitan “locos y endemoniados”, como Jesús. Gente apasionada por el Reino de Dios, para anunciarlo y hacerlo presente en la comunidad, en los lugares de trabajo, en la sociedad. Por el Bautismo comenzamos a participar de su vida, de su misión, de su estilo de vida. No somos para hacer el mal, para crear divisiones, para destruir la naturaleza, sino para vivir como hermanos, para mantener la relación de amistad con Dios, para dejarnos guiar por su Espíritu.
Para esto, no basta con estar bautizados, aunque por el Bautismo quedamos constituidos hermanos de Jesús; se necesita cumplir la voluntad de Dios. El ejemplo lo tenemos en Jesús, quien fue tratado de loco por sus familiares y acusado de endemoniado por los escribas.
De Él nos alimentaremos en la Comunión sacramental. Vamos a recibir su Cuerpo y su Sangre para mantenernos unidos a Él y para vivir también al servicio del Reino de Dios. Después de esta celebración tenemos que ir a trabajar porque el Reino sea una realidad en nuestra comunidad parroquial. Dispongámonos a recibir sacramentalmente al “loco y endemoniado”.