Homilía para el 10º domingo ordinario 2013

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Compasión

Textos: 1 Re 17, 17-24; Gal 1, 11-19; Lc 7, 11-17.

Ordinario 10 C 001

Estamos reunidos nuevamente en domingo como Iglesia para celebrar la Eucaristía. El Señor Jesús, el vencedor de la muerte, nos ha convocado para alimentarnos con su Palabra y con su Cuerpo y Sangre. Su presencia entre nosotros nos alegra, su Palabra nos orienta en relación a lo que tenemos que hacer como discípulos suyos, su Cuerpo y Sangre nos fortalecen para ir a confortar, tender la mano, servir, dar vida. Jesús nos enseña a ser compasivos con quienes sufren.

Compasión

Textos: 1 Re 17, 17-24; Gal 1, 11-19; Lc 7, 11-17.

Ordinario 10 C 001

Estamos reunidos nuevamente en domingo como Iglesia para celebrar la Eucaristía. El Señor Jesús, el vencedor de la muerte, nos ha convocado para alimentarnos con su Palabra y con su Cuerpo y Sangre. Su presencia entre nosotros nos alegra, su Palabra nos orienta en relación a lo que tenemos que hacer como discípulos suyos, su Cuerpo y Sangre nos fortalecen para ir a confortar, tender la mano, servir, dar vida. Jesús nos enseña a ser compasivos con quienes sufren.

Al llegar a Naím, Jesús, sus discípulos y la multitud que lo acompañaba, se encontraron con un cortejo fúnebre. Ya de por sí la muerte es una situación de sufrimiento para los familiares de la persona fallecida. Pero, en este caso, como nos dice san Lucas, el muerto era hijo único y, además, el hijo de una viuda. Imaginémonos el sufrimiento de aquella mujer. Era algo semejante a lo que vivió la mujer que hospedaba a Elías, tal como escuchamos en la primera lectura.

En nuestra comunidad nos encontramos muchas situaciones de sufrimiento, no sólo por la muerte de alguien sino por la enfermedad, la falta de recursos “para pasarla”, la desaparición de un hijo, la separación de los esposos, mujeres abandonadas por el marido, unos adolescentes con el embarazo de ella… Repasemos nuestra comunidad y encontraremos varias situaciones de estas. Jesús no pasó de largo ante el sufrimiento de la viuda. La vio y se compadeció.

Compadecerse significa hacer propio el dolor de la otra o las otras personas, sufrir con ellas, padecer con ellas. La compasión es sentir que se remueven las entrañas al ver lo que sucede, en este caso el sufrimiento de la viuda. A Jesús le pegó en la panza la escena. Y reaccionó para ayudar, para consolar, para fortalecer a la viuda. Así hacía siempre. Lo primero que le dijo fue que no llorara. ¿Cómo no iba a llorar con su hijo único muerto? Pero eran palabras de consuelo.

A nosotros nos falta reaccionar como Jesús. Poco a poco nos hemos ido haciendo insensibles ante el dolor y el sufrimiento de los demás, sobre todo el de los pobres. Vemos enfermos, hambrientos, alcoholizados, drogados, desempleados, subempleados, ancianos abandonados, niños trabajando por necesidad… y pasamos de largo. No se nos remueven las entrañas, no hacemos nuestras sus situaciones, no nos dicen nada. Y es que nos hemos ido acostumbrando.

Ya es lo más ordinario en nuestro mundo el sufrimiento. Incluso, frecuentemente buscamos la nota roja, nos gozamos con platicar lo que pasó –mientras no nos toca en carne propia–, queremos ver fotos, videos, imágenes, sobre todo cuando hay sangre. Y nos tiene que preocupar si no nos compadecemos, porque no actuamos como Jesús. Si no sentimos compasión, mucho menos vamos a tender la mano, a consolar, a devolver la esperanza, a dar vida.

Jesús, compadecido de aquella señora, le devuelve la vida al joven y lo entrega a su mamá. Esto cambió totalmente la situación de la viuda, de los discípulos de Jesús y de las multitudes que los acompañaban, tanto a Él como a la viuda. La mujer se alegró con el hijo vivo, los discípulos aprendieron que hay que compadecerse de quien sufre y servir para darle vida, las gentes descubrieron la presencia de Dios visitando a su pueblo en la persona de Jesús.

Hoy nos encontraremos sacramentalmente con Jesús. La Comunión es el momento culmen de esta celebración dominical. Dispongámonos a recibirlo como Pan que da energías para ir a dar vida como Él. Pidámosle que no pasemos de largo desentendiéndonos de los que sufren, sino que se nos remuevan las entrañas ante su dolor y reaccionemos como Él. Que Dios siga visitando a su pueblo por medio de nuestras acciones de consolar, tender la mano y dar vida.

9 de junio de 2013

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