Homilía del domingo de Cristo Rey 2011

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“Conmigo lo hicieron. […] tampoco conmigo lo hicieron”

Textos: Ez 34, 11-12. 15-17; 1 Cor 15, 20-26. 28; Mt 25, 31-46.

“Conmigo lo hicieron. […] tampoco conmigo lo hicieron” (Mt 25, 40. 45). Estas palabras de nuestro Señor Jesucristo dan la clave para entender y proyectar el mensaje del Evangelio que hemos escuchado este domingo en que lo celebramos como Rey del Universo. Sus palabras nos llevan a preguntarnos qué estamos haciendo ante su presencia real: cómo lo tratamos, si lo reverenciamos, qué cuentas damos de Él, que se nos presenta hoy reinando en sus tronos.

“Conmigo lo hicieron. […] tampoco conmigo lo hicieron”

Textos: Ez 34, 11-12. 15-17; 1 Cor 15, 20-26. 28; Mt 25, 31-46.

“Conmigo lo hicieron. […] tampoco conmigo lo hicieron” (Mt 25, 40. 45). Estas palabras de nuestro Señor Jesucristo dan la clave para entender y proyectar el mensaje del Evangelio que hemos escuchado este domingo en que lo celebramos como Rey del Universo. Sus palabras nos llevan a preguntarnos qué estamos haciendo ante su presencia real: cómo lo tratamos, si lo reverenciamos, qué cuentas damos de Él, que se nos presenta hoy reinando en sus tronos.

En el texto del Evangelio Jesús aparece como juez, rodeado de su gloria, acompañado de todos sus ángeles, […] en su trono de gloria (v. 31). Ahí, teniendo ante Él a todos los pueblos de la tierra se describe haciendo el trabajo que los pastores realizaban al final de la jornada: apartar a las ovejas de los cabritos y guardarlos en sus respectivos corrales. Nos dice que eso mismo sucederá al final de los tiempos con las personas de todos los países, culturas y credos.

El referente para apartar a las personas está muy claro: lo que se hace ante Él. De esto dependerá si estaremos entre los benditos de Dios o con los malditos. Jesús se identifica con los pobres: los hambrientos, sedientos, migrantes, sin techo y sin ropa, enfermos, encarcelados. Ellos son por eso presencia real de Cristo. Él mismo nos lo dice, en la respuesta dada a los de su derecha y a los de su izquierda que preguntan cuándo lo sirvieron o cuándo no lo asistieron.

Jesús se solidariza con los pobres, al grado de hacerse presente en cada uno de ellos. Este es el signo más claro del verdadero pastor: no solo cuida a las ovejas sino que hace suyos los sufrimientos, pues padece con la que se ha perdido o descarriado, con la herida, con la débil, ovejas de que nos habla Ezequiel. Jesús es, por tanto, la presencia pastoril o pastoral de Dios. Él cumple la promesa de Dios: “Yo mismo iré a buscar a mis ovejas y velaré por ellas” (Ez 34, 11).

Eso fue lo que hizo Jesús a lo largo de su ministerio. Ese fue su modo de ser rey. Podemos decir que es el otro sentido de su presencia real: fue rey sirviendo. Y eso mismo nos pide a sus discípulos y discípulas: que suframos con el pobre y nos solidaricemos con él, que lo reverenciemos, lo atendamos y lo cuidemos. Si Cristo está realmente presente en el pobre, entonces allí lo tenemos que servir. De esto se nos va a pedir cuentas, personalmente y como Iglesia.

Nosotros tenemos la idea de los reyes en sus tronos y quien llega a estar frente a ellos, ordinariamente les muestra respeto, les hace reverencia, se pone a su servicio. Cristo se encuentra hoy a nuestro alrededor por dondequiera y está como Rey en sus tronos. Tiene muchos tronos: la cama de los enfermos, los patios de la prisión, las casas de costerón y lámina de cartón, la mesa vacía de muchas familias. Allí hay que mostrarle nuestro respeto y ponernos a su servicio.

De lo que hagamos a favor de los pobres dependerá si entramos o quedamos excluidos de la vida del Reino en plenitud, al cual sirvió Jesús. Si atendemos a Cristo presente en ellos, serán para nosotros las palabras: “Vengan, benditos de mi Padre; tomen posesión del Reino preparado para ustedes desde la creación del mundo” (Mt 25, 34). Así, estando juntos Cristo resucitado, los y las pobres, y quienes los hayan atendido, Dios será todo en todas las cosas (1Cor 15, 28)

En cambio, si no atendemos a los pobres, presencia real Cristo, se nos dirán las palabras: “Apártense de mí, malditos; vayan al fuego eterno, preparado para el diablo y sus ángeles” (Mt 25, 41) e iremos al castigo eterno. Alimentados con la Comunión sacramental, también presencia real de Jesucristo, asumamos nuestro compromiso de reverenciar y atender a Cristo, nuestro Rey, hecho pobre, enfermo, prisionero, hambriento, sediento, migrante, indígena, drogadicto…

20 de noviembre de 2011

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