Homilía del 3er domingo de Pascua 2012

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Fantasma

Textos: Hch 3, 13-15. 17-19; 1 Jn 2, 1-5; Lc 24, 35-48.

Cuando los discípulos vieron y oyeron a Jesús se asustaron, pensando que era un fantasma. Era el mismo día de la Resurrección por la tarde. Desde la mañana tenían el testimonio de las mujeres, aunque no les habían creído. Ya los discípulos de Emaús estaban de nuevo con la comunidad compartiendo su experiencia de encuentro con el Resucitado; también los demás estaban platicando que era cierto que había resucitado y se le había aparecido a Simón.

Fantasma

Textos: Hch 3, 13-15. 17-19; 1 Jn 2, 1-5; Lc 24, 35-48.

Cuando los discípulos vieron y oyeron a Jesús se asustaron, pensando que era un fantasma. Era el mismo día de la Resurrección por la tarde. Desde la mañana tenían el testimonio de las mujeres, aunque no les habían creído. Ya los discípulos de Emaús estaban de nuevo con la comunidad compartiendo su experiencia de encuentro con el Resucitado; también los demás estaban platicando que era cierto que había resucitado y se le había aparecido a Simón.

Jesús los tranquilizó y les ayudó a convencerse de que era Él, que estaba vivo y que no era un fantasma. Para eso les habló, luego les enseñó sus manos y sus pies para que lo tocaran y, por último, les pidió de comer. Un fantasma no hace nada de esto, pues es un espíritu que no habla, no tiene ni carne ni huesos, como les explica el mismo Jesús; mucho menos tiene necesidad de comer. Les pidió que se convencieran porque después tendrían que ser sus testigos.

Todavía Jesús dio un paso más para convencerlos. Les explicó lo que decían las Escrituras de Él como Mesías: que tenía que padecer, morir y resucitar. Ya había padecido, ya había muerto en la cruz y ahora, al tercer día de su muerte y sepultura, estaba resucitado… y se encontraba entre ellos platicando, dejándose tocar, hablándoles, compartiendo la mesa. No era un fantasma sino el mismo que había estado en la cruz. De esto se tenían –y nos tenemos– que convencer.

Los discípulos después dieron testimonio de Jesús, como escuchamos en las dos primeras lecturas. Pedro en su predicación habla precisamente del proceso injusto y amañado que le hicieron a Jesús para darle muerte, y da testimonio de que Dios lo resucitó; e invita a sus oyentes a convertirse. Juan habla de la entrega de Jesús para el perdón de los pecados e invita a cumplir sus enseñanzas. Pero para esto tuvieron que vivir sus encuentros con el Resucitado.

En estos textos bíblicos podemos encontrar luces para nuestra vida, sobre todo teniendo en cuenta que nos consideramos discípulos y discípulas de Jesús. Es necesario el encuentro con Jesús. No podemos ser testigos suyos si no lo dejamos que entre en nuestra vida, en nuestro corazón. Hay que escuchar su Palabra y dejar que nos alegre, nos sacuda, nos transforme; hay que tocarlo en sus llagas reales y sensibilizarnos ante su hambre, dado que no es un fantasma.

Jesús nos habla a través de los evangelios escritos. Es necesario leerlos personalmente, en familia, en las reuniones de la comunidad. Ahí podemos conocerlo, descubrir sus mandatos para llevarlos a la práctica, hacer nuestra la verdad que Él trae. Ahí lo podemos descubrir en su servicio diario a la causa del Reino, en su angustiosa pasión, en su ignominiosa muerte como malhechor, en su gloriosa Resurrección. De todo esto nos toca dar testimonio con nuestra vida.

El Resucitado se deja encontrar de carne y hueso en sus llagas. Nos invita a tocarlas para convencernos de su Resurrección. Se trata de los pobres, los enfermos desahuciados, los ancianos abandonados, los drogadictos y alcoholizados, los niños que buscan la vida en las esquinas de nuestras calles, los internos de la penal, los migrantes mexicanos y centroamericanos, las víctimas de la violencia, los indígenas… No son fantasmas sino presencia real y viva de Jesús.

El encuentro con Jesús resucitado impulsa a la misión. Si nos encontramos con Él es para dar  testimonio de Él. Hoy tenemos la oportunidad de escucharlo en el Evangelio, de tocarlo y comerlo en la Comunión, de compartir nuestro pan con quienes tienen hambre. Que Jesús no se quede en nuestra vida como fantasma, porque no lo es; que nuestro testimonio de Él en la comunidad sea real y no aparente. Alimentados con su Cuerpo y Sangre seamos sus testigos.

22 de abril de 2012

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