Homilía del 13er domingo ordinario 2012
Mujeres
Textos: Sab 1, 13-15; 2, 23-24; 2 Cor 8, 7. 9. 13-15; Mc 5, 21-43.
El texto del Evangelio de hoy nos dice que en el proyecto de Jesús no entran ni la exclusión, ni el machismo, ni el derramamiento de sangre, ni la enfermedad, ni la muerte. Todo lo contrario: el proyecto de Jesús, que es el del Reino de Dios, consiste en la participación, la igualdad, la salud y la vida. La situación de sufrimiento de dos mujeres, que Jesús hace suya para dar vida a la humanidad, hace que Él muestre la vida digna que Dios quiere para todas las personas.
Mujeres
Textos: Sab 1, 13-15; 2, 23-24; 2 Cor 8, 7. 9. 13-15; Mc 5, 21-43.
Escucha la homilía → Ordinario13 B.
El texto del Evangelio de hoy nos dice que en el proyecto de Jesús no entran ni la exclusión, ni el machismo, ni el derramamiento de sangre, ni la enfermedad, ni la muerte. Todo lo contrario: el proyecto de Jesús, que es el del Reino de Dios, consiste en la participación, la igualdad, la salud y la vida. La situación de sufrimiento de dos mujeres, que Jesús hace suya para dar vida a la humanidad, hace que Él muestre la vida digna que Dios quiere para todas las personas.
Una mujer padecía hemorragias de sangre desde hacía doce años. Sólo las mujeres saben la carga que eso significa. Una situación que los varones generalmente no valoramos. Nada ni nadie se las había detenido. Su dinero se lo había gastado con la esperanza de curarse y, como dice san Marcos, en vez de mejorar iba de mal en peor. Además, según la ley, ella estaba impura por derramar sangre y todo lo que ella tocara, cama, silla o persona, quedaba impuro.
En esa situación, descubrió que su último recurso era acudir a Jesús y, al mismo tiempo, mostró su proceso de fe. Escuchó hablar de Jesús y vino a buscarlo para encontrarse con Él, se metió entre la multitud y lo tocó. ¡Qué ocurrencia! Sabiendo que estaba impura y, por lo mismo, excluida de su relación marital normal, de la vida ordinaria de su familia y de la comunidad, va y toca a alguien. Con esto, la persona tocada quedaba impura. Según la ley, Jesús estaba impuro.
Pero sucedió lo que ella anhelaba desde hacía doce años: su fuente de sangrado se le secó, su cuerpo experimentó la curación, le volvió la oportunidad de estar íntimamente con su esposo, se le quitó la causa de impureza. Con esto y con las palabras de Jesús, le volvió el sentido de la vida. Después de escucharla, Jesús no actuó ni machista ni legalistamente, sino que reconoció su fe, le expresó su curación y le comunicó la paz para que volviera a su vida ordinaria.
La otra mujer era una niña de doce años que primero agonizaba y luego murió. Solo quien agoniza sabe lo que eso significa: soportar dolores, querer vivir y casi no poder, angustiarse por la cercanía de la muerte. Eso lo valora y comparte quien está cerca de la persona moribunda, como Jairo, el papá de aquella niña. Ve que su hija se le está muriendo, se resiste a que eso suceda, sufre internamente la imposibilidad de hacer algo para ayudarla. Y acude a Jesús.
Al encontrarse con Jesús, le platica la gravedad de su situación, le expresa su fe en Él, le comparte el anhelo que su hija siga con vida. Cómo van a aceptar los papás que alguno de sus hijos se les muera. Sin embargo, se murió; así se lo comunicaron unos de sus criados y le pidieron que ya no molestara a Jesús. Como que todo se había terminado ya. Había que preparar el funeral y hacer todos los ritos ante la muerte. De hecho ya los estaban haciendo en su casa.
Pero la palabra y los gestos de Jesús transformaron aquella situación. Él mostró que Dios no se goza con la muerte sino que hizo a los seres humanos para que viviéramos, como narra el libro de la Sabiduría. Calmó a Jairo diciéndole que no temiera y que tuviera fe; dijo que la niña no estaba muerta sino dormida; entró al cuarto y la tomó de la mano. Con esto, según la ley, también quedaba impuro por tocar un cadáver. Le pidió a la niña que se levantara y así sucedió.
Con la acción de Jesús lo que era exclusión, machismo, enfermedad, dolor, angustia, muerte, se convirtió en vida digna para las dos mujeres. Para seguir dando vida, Jesús pasó por lo mismo que ellas, y nosotros gozamos de sus efectos: derramó su sangre en la cruz para perdonar nuestros pecados y murió para darnos vida. En la Eucaristía celebramos su entrega, su solidaridad, su muerte y resurrección, y bebemos su Sangre para luchar a favor de la vida como Él.
1º de julio de 2012