Homilía de la Natividad de Nuestro Señor 2011

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La luz

Textos: Is 52, 7-10; Hb 1, 1-6; Jn 1, 1-18.

Se terminó el Adviento. Hoy celebramos el nacimiento de nuestro Salvador. El Hijo de Dios nació en Belén. Nació en medio de la noche y el evangelista Juan lo presenta como la luz. Es la luz de que hablaba Juan el Bautista mientras preparaba al pueblo a recibirlo. Es la luz que ilumina nuestro mundo lleno de las tinieblas de la pobreza, la violencia, la incertidumbre. Pero necesitamos recibirlo, dejar que nos ilumine. Para esto tenemos que hacernos como los pastores.

La luz

Textos: Is 52, 7-10; Hb 1, 1-6; Jn 1, 1-18.

Se terminó el Adviento. Hoy celebramos el nacimiento de nuestro Salvador. El Hijo de Dios nació en Belén. Nació en medio de la noche y el evangelista Juan lo presenta como la luz. Es la luz de que hablaba Juan el Bautista mientras preparaba al pueblo a recibirlo. Es la luz que ilumina nuestro mundo lleno de las tinieblas de la pobreza, la violencia, la incertidumbre. Pero necesitamos recibirlo, dejar que nos ilumine. Para esto tenemos que hacernos como los pastores.

Los pastores estaban velando en medio de la noche. Los grandes, los poderosos, estaban durmiendo. Para los que estaban en vela llegó el anuncio del nacimiento del Salvador. Para ellos, despreciados por la sociedad, brilló la gloria del Señor. Ellos fueron capaces de recibir la Buena Nueva del nacimiento del Mesías. Los pobres están siempre abiertos a los signos de Dios y saben descubrirlos, recibirlos y llenarse de alegría. La luz los llena por dentro y la comparten.

Dice san Juan que a todos los que lo recibieron les concedió poder llegar a ser hijos de Dios (Jn 1, 12). La luz no hay que recibirla solo por fuera, sino por dentro, en el corazón. Si nos ilumina por encima, a la hora que se apague dejaremos de brillar; en cambio, si la llevamos en el corazón, por nuestra vida, palabras, acciones, gestos… resplandecerá para los demás. Los pastores se dejaron iluminar por la luz y, llevándola dentro de ellos, la transmitieron a todos.

Quien recibe a Jesús, acepta su mensaje, se deja iluminar y vive como Él, se convierte en hijo de Dios. No basta entonces haber recibido el Bautismo o confesarnos creyentes en Dios para ser sus hijos e hijas. Es necesario proyectar la luz de Cristo en la vida ordinaria de todos los días: en la casa, el trabajo, la escuela, la comunidad, la sociedad. Ahí tiene que resplandecer la vida de Cristo en cada uno de nosotros. Por nuestro medio tiene que hablar hoy Dios al mundo.

Y nuestro mundo está sumergido en una gran oscuridad. La violencia y la inseguridad siguen desatadas, los aumentos del salario no garantizan una vida digna para las familias, la paz no se experimenta; la esperanza ha decaído para muchas personas. En medio de esta situación es donde se nos pide colaborar para que resplandezca la luz, es decir, Jesús y la Buena Nueva del Reino de Dios. La luz brilla en las tinieblas (v. 5), como lo expresa el texto evangélico.

La tarea de la Iglesia, como los pastores en medio de la noche, consiste pues en transmitir la Buena Noticia del Evangelio. Nuestra responsabilidad es iluminar el mundo con la esperanza de una vida mejor para todos y todas, ser la voz del Hijo de Dios que quiere que vivamos en la igualdad, convertirnos en el mensajero que anuncia la paz (Is 52, 7). Pero para esto hay que llenarnos de Cristo, dejarlo que entre en nuestra vida y proyectarlo con nuestro testimonio.

Ojalá que seamos de los que lo reciben y vivamos como hijos e hijas de Dios. El Hijo de Dios nació como uno de nosotros, pues, como expresa san Juan, se hizo hombre y habitó entre nosotros (1, 14). Él fue –y sigue siendo– luz para los pobres, para los pastores, para los despreciados por la sociedad, para quienes estando en vela y a la espera lo han recibido. Recibir a Cristo en la vida, ser tienda de campaña donde Él habite, nos compromete a proyectarlo en la vida.

Hoy nos encontraremos con el Hijo de Dios, pero convertido en Pan. Lo llevaremos dentro de nosotros, en el corazón. Así nos ilumina por dentro para que también iluminemos a nuestro mundo. Que al igual que los pastores transmitamos la Buena Noticia de su nacimiento, su muerte y resurrección. Que nuestra vida personal y comunitaria se convierta en esperanza de una vida mejor, iluminada por la Luz que brilla en las tinieblas. Dispongámonos a recibir al Señor.

25 de diciembre de 2011

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