Editorial N. 111
Nuestra Diócesis se volvió a cubrir de luto. El pasado 29 de junio, víctimas de sus enfermedades, murieron dos sacerdotes. El P. Pedro Aguilar Bejines, de 75 años edad, originario de Tecalitlán y párroco de Tepec. Y el P. José Ángel Ávila Anaya, de 74 años de edad, que en sus últimos cuatro años de vida, prestó el servicio de confesor en Catedral.
Su muerte abre nuevas reflexiones. En los últimos doce meses, han muerto ocho sacerdotes y sólo se ha ordenado uno. La Diócesis actualmente cuenta con 91 sacerdotes. 64 son mayores de 50 años y 27, menos de la cuarta parte, tienen menos de 50 años. Las estadísticas reflejan una situación preocupante: por un lado, presentan un clero disminuido y envejecido. Por otro, la escasez de vocaciones al sacerdocio.
Esta situación tiene múltiples causas. Una, quizá la más importante, es la falta de testimonio de parte de los sacerdotes. Otra, causa determinante, es el ambiente social que vivimos donde Dios y la religión han pasado a ser asuntos marginales y el deseo de disfrutar con pasión e intensidad el presente, sin horizonte de futuro ha robado el valor y sentido de la vida. La situación que viven las familias es otra causa clave. El proceso de transformación cultural ha generado cambios y crisis de estabilidad. La débil vivencia de su fe y el reducido número de hijos han propiciado que las familias no sean hoy una fuente de vocaciones al sacerdocio. Otra, es la mentalidad juvenil que por darle poco valor al esfuerzo y sacrificio, los lleva a esquivar todo tipo de compromiso definitivo. Por eso, la vocación al sacerdocio no es apreciada porque es exigente y no tiene relieve social.
Aunque la noticia de que el próximo 15 de agosto serán ordenados sacerdotes César, Edgar, José Alfonso y José Luis nos alegra, la escasez de sacerdotes y de vocaciones es preocupante, pero más alarmante es la falta de respuesta de todas y todos los bautizados a vivir nuestra vocación y misión de ser luz y fermento con nuestro testimonio de vida y servicio comunitario.