Columna de la Iglesia. San Atanasio de Alejandría

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San Atanasio de Alejandría es una de las figuras más importantes de toda la historia de la Iglesia. De indomable va¬lor, firme ante el peligro o la adversidad, gran defensor de las conclusiones del Concilio de Nicea. Por eso a los pocos años de su muerte, fue aclamado como “Columna de la Iglesia” por el obispo de Constantinopla san Gregorio Naciance¬no, y siempre ha sido considerado un modelo de ortodoxia, tanto en oriente como en occidente; de aquí que no es casualidad que Gian Lorenzo Bernini, en su obra conocida como “La Gloria” colocara su estatua entre las de los cua¬tro santos doctores de la Iglesia oriental y occidental, junto a san Ambrosio, san Juan Crisóstomo y san Agustín, que en el ábside de la basílica Vaticana, rodean la cátedra de san Pedro.

Atanasio nació probablemente en Ale¬jandría, hacia el año 295. Ahí recibió una buena formación clásica y teológica. De la introducción a la vida de san Antonio se desprende que en su juventud se relacionó con los monjes de Tebaida. El año 319 fue ordenado diácono por su obispo Alejandro, a cuyo servicio entró poco después como secretario. Acompañó a su obispo al Concilio de Nicea (325), donde llamaron la atención sus discusiones con los arrianos. Tres años más tarde sucedió a Alejandro en el episcopado.

Su nueva misión de obispo no era fácil. Aunque condenada la herejía arriana en Nicea tenía condiciones en Alejandría de prosperar. Los arrianos vieron en él a su principal enemigo e hicieron cuanto pudieron para destruirlo. Cinco veces fue expulsado de su sede episcopal y pasó más de diecisiete años en el destierro. Pero todos los sufrimientos no consiguieron romper su resistencia. Estaba convencido de que luchaba por la verdad y empleó todos los medios a su alcance para combatir a sus podero¬sos enemigos.

A pesar de su tenacidad contra el error y no obstante el ardor con que le hacía frente, poseía la cualidad de ser capaz, aún en lo más duro del conflic¬to, de ser tolerante y moderado con quienes se habían descarriado de buena fe. Muchos obispos orientales habían rechazado el término “homoousios” o “consustancial” al Padre, por no comprenderlo, y Atanasio da pruebas de gran comprensión y paciencia para ganarlos nuevamente a la verdad. La Iglesia griega le llamó más tarde “Padre de la Ortodoxia”. Para colmo de dificul¬tades, el nuevo obispo no era del agrado de los Melecianos (seguidores del obis¬po usurpador Melecio, depuesto por un sínodo celebrado en Alejandría el año 303 o 305).

Bien pronto estos círculos lanzaron toda clase de falsas acusaciones contra Atanasio; estos ataques crecieron en número cuando, habiéndole ordenado Constantino que admitiera de nuevo a Arrio a la comunión, Atanasio rehusó. Sus enemigos se reunieron en sínodo el año 335 en la ciudad de Tiro y lo depu¬sieron. Poco más tarde el emperador lo desterró a Tréveris. Su contacto con el Occidente había de ejercer una influen¬cia grande y duradera ya que difundió en esta región la fe de Nicea y los ideales del monaquismo, abrazados en Egipto por el eremita san Antonio. Constantino murió el año 337 y Atanasio pudo volver a su diócesis el 23 de noviembre del mismo año.

Pero sus contrarios no se rindieron. Por iniciativa de Eusebio de Nicomedia, depusieron nuevamente a Atanasio en un Sínodo de Antioquía (339) y eligieron para obispo de Alejandría a Pisto, un sacerdote excomulgado. Cuando se vio que era incapaz, instalaron a Gregorio de Capadocia a la fuerza. Atanasio se refugió en Roma. Un Sínodo convo¬cado allí por el Papa Julio I el año 341, lo absolvió completamente. En el gran Sínodo de Sárdica (Sofía) del año 343 fue reconocido como el único obispo legítimo de Alejandría. Sin embargo no le fue posible volver a Egipto antes de la muerte de Gregorio de Capadocia.

Llegó a su ciudad el 21 de octubre del 346. Pronto comenzaron de nuevo las intrigas. Constante, protector de Atana¬sio, murió el año de 350 y Constancio, único emperador ahora de Oriente y Occidente, deseoso de actuar en contra de Atanasio, convocó en Arles un sí¬nodo el año 353, y otro, en Milán el 355 para condenar a Atanasio e introdujo en la sede de Alejandría a otro usurpador, Georgio de Capadocia. Atanasio se vio obligado a abandonar su diócesis por tercera vez. Esta vez se refugió entre los monjes del desierto egipcio y permane¬ció con ellos seis años, donde escribió: Apología a Constancio, la Apología por su fuga, la Carta a los monjes y la Historia de los arrianos. A la muerte de Constancio, ocurrida en el año 361, la situación cambió rápidamente. El nuevo emperador Juliano, llamó a los obispos exiliados. Y el 22 de febrero del 362, Atanasio regresó a la capital de Egipto.

Se puso a trabajar sin demora en la reconciliación de los semiarrianos con los del partido ortodoxo. Celebró un sínodo en Alejandría para disipar las desavenencias. Pero nada de esto era del agrado de Juliano, quien no quería entre los cristianos la paz, sino la dis¬cordia y el conflicto. Así pues, Atanasio fue desterrado por orden imperial acusado de “perturbador de la paz y enemigo de los dioses romanos”. Pero Juliano murió en el año siguiente (363) y Atanasio pudo volver.

Atanasio fue desterrado por quinta ocasión en el año 365, cuando Valente empezó a reinar en la parte Oriental del imperio (364-378). Se estableció cuatro meses en una casa de campo fuera de la ciudad. Cuando Valente vio que la gente de Alejandría amenazaba con rebelarse contra esta orden, temió las consecuen¬cias que pudieran seguirse e hizo volver al obispo. Atanasio fue rehabilitado en su oficio el 1o. de febrero de 366. Pasó en paz el resto de sus días y murió el 2 de mayo del año 373.

La obra doctrinal más famosa que nos dejó este Santo Padre de Alejandría fue el tratado Sobre la Encarnación del Verbo, el Logos divino que se hizo carne, llegando a ser como nosotros por nuestra salvación. Además es autor de La vida de san Antonio que mucho contribuyó en la difusión del mona¬quismo, tanto en Oriente como en Occidente. En Atanasio encontramos un testimonio de entrega, perseveran¬cia y fidelidad a la fe en Cristo.

Publicación en Impreso

Número de Edición: 113
Autores: P. Alfredo Monreal
Sección de Impreso: Hagamos Memoria

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