Homilía del 29º domingo ordinario 2010
La llegada del Reino de Dios exige de parte de los miembros de la Iglesia la oración, la confianza, la esperanza. Eso lo sabía Jesús y por eso dedicaba muchos ratos a orar confiadamente a su Padre. El texto del Evangelio que se acaba de proclamar nos comunica el deseo de Jesús de que sus discípulos nos mantengamos en la actitud de “orar siempre y sin desfallecer” (Lc 18, 1). Y para que comprendamos mejor, nos narra la parábola de la viuda y el juez.